Mis ojos se abrieron de par en par al verlo quitarse la camisa. Su torso esculpido y su piel bronceada me dejaron sin aliento. Intenté concentrarme en limpiar el desastre y, sin pensar, intenté pasarle la servilleta por el cuerpo, lo cual no me favoreció mucho, ya que sus manos no me permitían hacerlo. Él se quedó mirándome con ojos petrificados. Pude sentir su mirada, pero mi mente estaba enredada en una maraña de pensamientos y emociones.
—Lo siento mucho, señor... Alejandro —dije, tratando de mantener la compostura mientras extendía otra servilleta para limpiar su pecho.
Alejandro tomó la servilleta de mis manos y, en lugar de limpiarse, me miró fijamente, con una expresión que mezclaba diversión y algo más profundo.
—No te preocupes, Valeria. Los accidentes pasan —dijo con voz baja y calmada.
Mi respiración se aceleró. La cercanía de su cuerpo, su mirada intensa, todo conspiraba para hacerme perder la cabeza. Sin embargo, no podía permitir que la situación se saliera de control.
—De verdad, lo siento mucho. No fue mi intención —repetí, intentando romper el hechizo de la tensión que se había creado entre nosotros.
—Lo sé —respondió Alejandro, dando un paso hacia mí—. Pero hay algo que quiero que sepas, Valeria. Desde el primer momento en que te vi, supe que eras especial. No solo por tu trabajo, sino por la pasión que veo en tus ojos.
Mi corazón latía desbocado. Sentía que estaba al borde de algo grande, algo que podría cambiar mi vida de maneras que no podía prever. Mi boca se secó al instante, y mi garganta sentía que se secaba por dentro.
—Alejandro... no sé qué decir —balbuceé, incapaz de apartar la mirada de sus ojos.
—No tienes que decir nada —respondió, acercándose aún más—. Solo quiero que sepas que estoy aquí para apoyarte, en cualquier forma que necesites.
La cercanía era abrumadora. Podía sentir el calor de su cuerpo, la intensidad de su mirada. Todo en mí quería rendirse a ese momento, pero una pequeña voz en mi cabeza me recordaba las consecuencias.
—Gracias, Alejandro. Aprecio tu apoyo —logré decir, dando un paso atrás para recuperar algo de control.
Él asintió, respetando mi espacio. Pero su mirada me decía que esto no había terminado, que apenas era el comienzo de algo mucho más grande.
—Será mejor que regrese a mi oficina y termine los documentos —dije, intentando sonar profesional.
—Claro, Valeria. Pero recuerda, estoy aquí si necesitas algo más —dijo, su voz cargada de promesas no dichas.
Asentí y me dirigí a la puerta, mi mente y mi corazón en una vorágine de emociones. Mientras me alejaba, sentí su mirada en mi espalda, una sensación que me acompañó durante toda la noche.
El encuentro con Alejandro, el CEO de la empresa, había sido inesperado y electrizante.
—¿Dónde vas, Valeria? —preguntó con voz determinada, sujetando mi brazo derecho.
—Yo… me voy a casa —mi mandíbula se tensó solo de pensar en lo que podría pasar si él me tocaba alguna otra parte de mi cuerpo.
No podía evitar preguntarme qué significaba todo esto y hacia dónde nos llevaría. Una cosa era segura: la Torre de Cristal no solo era un lugar de trabajo, sino el escenario de un capítulo nuevo e intrigante en mi vida.
—Es muy tarde, Valeria, para que andes sola en la calle. No permitiré que tomes ningún Uber, te llevaré en mi camioneta —dijo.
—Su madre no lo permitiría —le dije con cara de susto al ver que se acercaba una silueta de mujer.
—Hijo, veo que te quedaste casi de madrugada trabajando con la señorita Valeria. Ponte la camisa por respeto a la empleada. Hijo, no pude evitar escuchar la conversación que tuviste con Valeria. Te diré algo: deja que se vaya sola a casa. Le pediré un Uber para ser más cortés con la empleada, pero no se vendrá con nosotros. Todo tiene su lugar, ¿verdad, Valeria?
Mi cara de vergüenza casi cae por completo.
—Sí, tiene razón —asentí con la cabeza.
—Mamá, tuve un pequeño incidente con el café y estaba caliente. Por eso me quité la camisa, porque se manchó. Esperaba que se enfriara para ponérmela de nuevo y no llevarla sucia a casa —dijo Alejandro.
La señora asintió, aunque con una leve mirada de desaprobación, y sacó su teléfono para pedir un Uber.
—Valeria, el auto llegará en unos minutos. No te preocupes, llegarás a casa a salvo —dijo la madre de Alejandro, tratando de suavizar la situación.
—Gracias, señora —respondí con un suspiro de alivio, sintiendo cómo la tensión empezaba a desvanecerse.
Alejandro me lanzó una última mirada intensa antes de ponerse la camisa. Sus ojos seguían diciéndome que esta historia apenas comenzaba.
Salí del edificio y esperé el Uber en la acera, reflexionando sobre todo lo que había pasado. La frescura de la noche me ayudó a calmarme, pero no podía dejar de pensar en Alejandro y en las palabras que me había dicho. "Desde el primer momento en que te vi, supe que eras especial". Esas palabras resonaban en mi mente una y otra vez.
El Uber llegó y subí al auto, agradecida por la tranquilidad que ofrecía el viaje. Mientras el conductor avanzaba por las calles de la ciudad, miré por la ventana y me permití soñar por un momento. ¿Qué significaba todo esto? ¿Qué quería realmente Alejandro? Y lo más importante, ¿qué quería yo?
Al llegar a casa, me sentí agotada. Me dirigí directamente a mi habitación, necesitando tiempo para procesar lo sucedido. Me tumbé en la cama y cerré los ojos, intentando calmar mi mente. Sin embargo, las imágenes de Alejandro y la intensidad de sus palabras seguían invadiendo mis pensamientos.
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Editado: 14.06.2024