Me despierto en medio de la noche, sintiendo una náusea intensa que me hace sentarme de golpe en la cama. El cuarto está oscuro, pero la urgencia en mi estómago me impulsa a salir rápidamente de la cama y dirigirme al baño. Apenas llego a tiempo antes de comenzar a vomitar en el inodoro.
La sensación es horrible, y cada arcada parece no tener fin. El sudor frío recorre mi frente mientras me agarro al borde del lavabo, intentando mantenerme firme. No sé cuánto tiempo pasa, pero parece una eternidad antes de que finalmente el malestar empiece a ceder.
Sin darme cuenta, el ruido ha despertado a mis padres. Oigo pasos apresurados en el pasillo y, unos segundos después, mi madre abre la puerta del baño con una expresión de preocupación en su rostro.
—¡Valeria! ¿Qué está pasando? —pregunta, con los ojos llenos de alarma.
Mi padre aparece detrás de ella, luciendo igual de preocupado.
—¿Estás bien, hija? —dice, acercándose para sostenerme.
Trato de responder, pero otra ola de náusea me hace inclinarme nuevamente sobre el inodoro. Mi madre se apresura a sostener mi cabello, y mi padre me ofrece un vaso de agua que ha traído de la cocina.
Finalmente, después de lo que parece una eternidad, consigo calmarme lo suficiente como para hablar.
—Estoy... estoy bien —digo débilmente, aunque claramente no lo estoy.
Mis padres intercambian miradas de preocupación.
—Valeria, esto no es normal. Tenemos que llevarte al médico —insiste mi madre, con una nota de pánico en su voz.
—No, no. Por favor —imploro, intentando sonar más firme de lo que me siento—. Solo es algo que comí, supongo. Pasará.
—Hija, esto no parece solo algo que comiste —dice mi padre con un tono serio—. Has estado así quien sabe por cuantos días, de seguro con Alejandro te enfermaste y el no nos dijo nada, o quizá comiste algo de la calle con Alejandro hija.
Miro a mis padres, viendo el amor y la preocupación en sus ojos. No quiero seguir ocultándoles la verdad, pero tampoco estoy lista para revelarla.
—De verdad, solo necesito descansar. He estado muy estresada últimamente —trato de justificarme, aunque sé que mis excusas son débiles.
—Valeria —mi madre se arrodilla a mi lado, acariciando mi espalda con ternura—, queremos ayudarte. Pero no podemos hacerlo si no sabemos qué está pasando.
Las lágrimas empiezan a acumularse en mis ojos. No quiero seguir mintiendo, pero tampoco quiero preocuparlos más de lo que ya están.
—Está bien —finalmente susurro, sintiéndome derrotada—. Iré al médico mañana, lo prometo. Solo... déjenme descansar esta noche.
Mis padres asienten, aunque veo que siguen preocupados. Mi madre me ayuda a levantarme y me acompaña de vuelta a mi cama, arropándome con cuidado.
—Si te sientes mal de nuevo, nos llamas, ¿de acuerdo? —dice mi padre, dándome un beso en la frente.
Asiento, sintiendo una mezcla de alivio y culpa. Me recuesto, cerrando los ojos mientras ellos salen de mi habitación, susurrando entre ellos.
Intento dormir, pero los pensamientos giran en mi cabeza. Sé que no podré mantener este secreto por mucho tiempo más. Eventualmente, tendré que enfrentar la verdad y contarles a mis padres sobre mi embarazo. Pero por ahora, solo necesito descansar y recuperar fuerzas para lo que venga.
Mientras el silencio de la noche me envuelve, trato de tranquilizarme con la idea de que, pase lo que pase, no estaré sola en esto. Mis padres están aquí para apoyarme, y con su amor y ayuda, podré enfrentar cualquier desafío que se presente.
Me despierto al amanecer, el sol apenas comienza a asomarse por la ventana. A pesar de la fatiga de la noche anterior, me siento determinada a hacer algo especial para mis padres. Han estado tan preocupados por mí, y quiero agradecerles de alguna manera.
Me levanto silenciosamente de la cama, intentando no hacer ruido mientras camino hacia la cocina. Empiezo a sacar los ingredientes para el desayuno: huevos, pan, queso, y algunas verduras. La casa está en completo silencio, y el ambiente es tranquilo, lo cual me reconforta.
Empiezo a batir los huevos y a picar las verduras, disfrutando del proceso de cocinar. Siento que esto puede ser un buen comienzo para un día mejor. Sin embargo, a medida que avanzo, un mareo repentino me invade. Me apoyo en el mostrador, esperando que pase, pero en lugar de eso, la sensación se intensifica.
El mundo comienza a girar a mi alrededor, y antes de darme cuenta, pierdo el equilibrio y caigo al suelo. Todo se vuelve borroso y oscuro.
Cuando abro los ojos, la primera sensación que tengo es de confusión. La luz blanca del techo del hospital es lo primero que veo. Intento moverme, pero siento una presión en mi brazo y algo en mi nariz. Miro a mi alrededor y veo que estoy conectada a varios aparatos y con tubos en mi brazo.
—Valeria, estás despierta —escucho la voz de mi madre, llena de alivio y preocupación al mismo tiempo. Ella está a mi lado, sosteniendo mi mano con fuerza.
—¿Qué... qué pasó? —mi voz suena débil y rasposa.
Mi padre se acerca al otro lado de la cama, con los ojos llenos de preocupación.
—Te desmayaste en la cocina, hija. Nos diste un buen susto. Cuando te encontramos, llamamos a una ambulancia de inmediato —dice, con una mezcla de alivio y angustia.
Intento asimilar lo que dicen. Me siento débil, más débil de lo que jamás me he sentido antes.
—Valeria, necesitas descansar y recuperarte. Los médicos te han hecho varias pruebas —mi madre continúa, con lágrimas en los ojos—. Han mencionado algo sobre tu estado de salud, pero no entendemos completamente qué está pasando.
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Editado: 14.06.2024