Siento cómo mi cuerpo se tambalea al borde del desmayo nuevamente. La presión en mi brazo aumenta cuando inyectan otra dosis de medicamentos para estabilizarme. Mis padres observan con terror y preocupación, sin poder hacer nada más que estar a mi lado.
—Su presión está bajando de nuevo —anuncia una enfermera, ajustando los fluidos intravenosos.
El pánico en la habitación es palpable. Puedo sentir cómo mis fuerzas me abandonan, y todo lo que puedo hacer es concentrarme en las voces que me rodean, tratando de aferrarme a la conciencia.
—Valeria, mantente con nosotros —insiste el Dr. Lucas, mientras el equipo médico trabaja rápidamente para estabilizarme.
Lucho por mantener mis ojos abiertos, sintiendo que cada segundo es una batalla. Finalmente, después de lo que parece una eternidad, las medicinas comienzan a surtir efecto. Mi respiración se estabiliza y el mareo disminuye lentamente.
—Está respondiendo de nuevo —dice el Dr. Lucas con alivio—. Necesitamos mantenerla vigilada las 24 horas.
Mis padres sueltan un suspiro de alivio, aunque la preocupación sigue grabada en sus rostros. Siento las lágrimas correr por mis mejillas, mezclándose con el sudor frío de la reciente crisis.
—Valeria, por favor, cuídate —susurra mi madre, con los ojos llenos de lágrimas—. Te amamos y necesitamos que estés bien.
—Lo haré, mamá, papá —respondo con voz temblorosa—. Prometo cuidarme por ustedes y por el bebé.
Cierro los ojos, permitiendo que el cansancio me arrastre hacia un sueño profundo y reparador. Sé que el camino por delante será difícil, pero con el amor y el apoyo de mis padres, siento que puedo enfrentar cualquier desafío que venga.
Siento que el doctor me aprieta la mano.
—La estamos perdiendo —dice el doctor Lucas.
Abro un ojo y la habitación se ve rara está en silencio, con solo el suave pitido de los monitores rompiendo la tranquilidad. Mis padres están sentados a mi lado, sus ojos reflejan el cansancio y la preocupación acumulados en las últimas horas. Siento que finalmente puedo descansar un poco, aunque mi cuerpo sigue débil y agotado.
De repente, un dolor agudo atraviesa mi pecho. Abro los ojos con dificultad, tratando de entender qué está pasando. El pitido de los monitores se vuelve frenético, una alarma sonora llena la habitación.
—¡Algo no está bien! —exclama una enfermera, corriendo hacia los monitores.
Mis padres se levantan de golpe, la alarma en sus rostros es evidente. El dolor en mi pecho se intensifica, siento que me falta el aire y mi visión se empieza a nublar.
—¡Está teniendo un paro cardíaco! —grita el Dr. Lucas al entrar apresuradamente en la habitación—. ¡Necesitamos el carro de emergencia aquí, rápido!
Todo se vuelve un caos a mi alrededor. Las voces se mezclan, el sonido de los pasos apresurados y el movimiento frenético del equipo médico llenan la habitación. Mis padres son empujados hacia un lado mientras el personal se abalanza sobre mí.
—Valeria, quédate con nosotros —dice una de las enfermeras, su voz es firme pero reconfortante.
Siento cómo el dolor se apodera de mi cuerpo, cada segundo se siente como una eternidad. De repente, todo se vuelve oscuro y la sensación de caer en un abismo infinito me envuelve.
Despierto con un sobresalto, una sensación de ardor en el pecho me invade. Los monitores vuelven a emitir su pitido constante, pero esta vez parece más estable. Abro los ojos lentamente, encontrándome de nuevo en la sala de cuidados intensivos. El Dr. Lucas está inclinado sobre mí, una expresión de alivio en su rostro.
—Valeria, estás de vuelta. Todo va a estar bien —dice suavemente, colocando una mano sobre la mía.
Mis padres están a mi lado, sus rostros reflejan una mezcla de alivio y lágrimas de angustia. Mi madre sostiene mi mano, mientras mi padre acaricia suavemente mi frente.
—¿Qué pasó? —pregunto con voz débil, intentando entender lo que ha ocurrido.
—Tuviste un paro cardíaco —explica el Dr. Lucas—. Pero logramos reanimarte a tiempo. Ahora necesitas descansar y dejar que tu cuerpo se recupere.
Cierro los ojos por un momento, tratando de asimilar la gravedad de la situación. Siento las lágrimas correr por mis mejillas, una mezcla de miedo y alivio.
—Valeria, no sabes cuánto nos asustaste —dice mi madre, su voz temblando—. Pensamos que te perdíamos.
—Lo siento tanto —susurro, apretando la mano de mi madre—. Gracias por estar aquí.
—Siempre, hija. Siempre estaremos aquí para ti —responde mi padre, con los ojos llenos de emoción.
El Dr. Lucas ajusta algunos de los aparatos a mi alrededor, asegurándose de que todo esté en orden.
—Vamos a mantenerte en observación constante, Valeria. Lo más importante es que te recuperes completamente. Tienes que tomártelo con calma y dejar que tu cuerpo sane.
Asiento, sabiendo que tengo un largo camino por delante. Pero con el amor y el apoyo de mis padres, me siento preparada para enfrentar cualquier desafío. Cierro los ojos, permitiéndome descansar, confiando en que estoy en buenas manos y que, de alguna manera, todo saldrá bien.
La oscuridad de la noche envuelve la habitación del hospital. El suave zumbido de los monitores y el ocasional murmullo de los enfermeros en los pasillos crean un ambiente de tranquilidad y vigilancia. Siento el peso de la fatiga en mis párpados, y lentamente me dejo llevar por el sueño.
De repente, me encuentro en un lugar diferente, una luz cálida y dorada llena el espacio a mi alrededor. Estoy en un jardín hermoso, lleno de flores de colores vibrantes y árboles majestuosos. El aire es fresco y lleva consigo una fragancia dulce y reconfortante. Siento una paz inmensa, una sensación de bienestar que no había experimentado en mucho tiempo.
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Editado: 14.06.2024