— ¿Te gustan las películas de terror? — preguntó Adrien a mi lado, confundido.
Giré la cabeza en dirección al reloj comprobando la hora, faltaban unos cuantos minutos para media noche y el chico moreno de mi lado parecía reacio a irse. Me gustaba pero no tenía la más mínima intención de permanecer un minuto a su lado su tenía a Allen y a Emily a cada segundo en mi mente.
Volví al televisor, comprobando el que en la emisora de Fox seguían con su especial de terror. Ciertamente, no era fanática de los sucesos paranormales, fantasmas y demás anomalías que se le ideasen a todos esos escritores y guionistas, sin embargo, me parecía el género menos incómodo para compartir con Adrien.
— Aja — interiormente, estaba muerta de miedo.
Metí una mano dentro de las palomitas, encontrando una deliciosa excusa para no decir una palabra más, Adrien estaba insistente en conectar de alguna manera conmigo y, pese a que sus intenciones eran positivas, no estaba dispuesta a adentrarlo en mi lista de amigos.
Por el rabillo del ojo, advertí su mirada, repasándome atentamente como si fuese lo más interesante que se encontrase en la sala. Apreté los labios con fuerza, controlando mi lengua viperina ante una posible ola de preguntas sin sentido.
No me gustaba su mirada y a la vez, me atraía a entrar a un juego de veo – veo en el que él parecía el posible ganador.
Adrien tenía su brazo extendido sobre el sillón, alcanzando levemente a rozar mi hombro con sus dedos. Tragué saliva con fuerza al percatarme de su nuevo entretenimiento: dibujar pequeños círculos sobre la tela de mi suéter de cachemir.
— ¿Qu-ué haces? — pregunté, mirándolo por primera vez.
Él no respondió.
Sus ojos observaban con atención mis labios, intensificando la ansiedad que me consumía cada vez que él estaba cerca. ¿Qué le sucedía? ¿Por qué me miraba de esa manera? Me pregunté un momento cuál sería la reacción de Allen si supiera del trato extra que su amigo estaba dispuesto a cumplir si se lo pedía.
Relamí mis labios como instinto.
Él se acercó, acaparando parte de mí espacio.
Dejé de inhalar al sentir el cosquilleo de su respiración en mis mejillas, aferré mis manos al cuero del sillón.
¿Qué estaba haciendo?
— ¿Adrien…? — murmuré, intranquila.
Pop.
Sucedió en cámara lenta, el verle confundido tras unos segundos y después, con la más fiera mirada como si se encontrase enojado. Sus ojos me repasaron con desprecio probablemente, preguntándose si estaba a la altura como para besarle cuando, las intenciones habían sido de él.
Parpadeé.
— Tengo que irme — indicó, presuroso.
Asentí con la cabeza.
Adrien tomó su chaqueta del respaldo del sillón y salió con grandes zancadas de la casa dejándome a mí con el más grande signo de interrogación en la mente. ¿Qué había sido eso?
Suspiré.
Tomé el control remoto y apagué el televisor, permitiéndome relajar los hombros por primera vez en la noche. Su presencia me aireaba y a la vez me irritaba, no era nada con él sino conmigo, había algo en él me recordaba tanto a Ezra, tal vez eran esos pequeños indicios de superioridad con todo, esa rudeza o aquella forma de mirarte como si fueras inferior a él.
Estaba claro: Adrien y yo nunca nos entenderíamos.
***
Un insistente golpeteo a la puerta, despertándome de forma abrupta. Miré la habitación un momento, sintiéndome confundida al notar el blanco cuero del sillón y la lamparilla de estrella que pendía del techo.
Me había quedado dormida en la sala.
Tallé mis ojos tal gatita pretendiendo apartar esa ensoñación que parecía remisa a dejarme; llevé una de mis manos a mi cuello, sobando ese ligero dolor en los músculos cervicales.
Toc, toc.
— ¡Voy! — a mi voluntad, caminé hacía la puerta aún con mis dedos sobre mi nuca, había sido una mala idea el quedarme en el sillón hecha un ovillo como si mi llana cama no me esperase.