Silencio. Un suspiro continuo e incesable en la profundidad. Silencio. Tranquilidad... Emma aprieta los ojos con fuerza, da la vuelta sobre sí misma y se acomoda del lado contrario, pero de nuevo ninguna posición la parece cómoda, por tantas veces que las ha adoptado ya. Incluso la sorprende que Rose no se haya despertado por el brusco movimiento de la chica a un lado y a otro. Pero la elfa permanece durmiendo, incluso ronca. No es que se haya despertado en mitad de la noche, o que no haya conseguido conciliar el sueño durante mucho rato; no, directamente no se ha dormido. No tiene sueño. Es hora más que socialmente aceptable para estar acostada, pero tiene tanta energías que podría estar botando de un sitio a otro de la gran llanura ahora mismo. Y sin embargo tiene que estar ahí tirada, poniéndose de los nervios.
Abre los ojos con lentitud, cansada. La oscuridad la envuelve a su alrededor, le impide ver nada. Sin luz, sin poder apreciarse los distintos muebles y objetos que componen la habitación, esta se antoja inmensamente más grande. A muchos el no poder ver nada, la oscuridad, les parece abrumadora, pero a ella nunca le ha importado. Jamás le molestó tener que levantarse en medio de la noche para ir al baño, ni siquiera encendía alguna luz. Emma piensa en ello mientras se deshace de las cálidas sábanas, que en esa noche en especial, no le parecen tan agradables como de costumbre. Busca a tientas sus zapatillas, encontrándolas fácilmente ya que siempre las deja en el mismo lado de la cama, y se dirige hacia la puerta, recogiendo su capa en el proceso, la cual siempre cuelga junto a esta. El pasillo también está oscuro y en silencio, pero, por alguna razón, Emma puede intuir y sentir a la perfección donde están las escaleras, y cada uno de los escalones que la componen, bajándolos con extremada facilidad. Finalmente llega al vestíbulo principal, a la puerta de entrada, parándose en seco al escuchar un ruido procedente de la cocina. Probablemente a alguien le haya entrado hambre o sed mientras dormía. Ignorándolo, se acerca a la puerta intentando hacer el mínimo ruido posible, y moviéndose como una sombra, la abre y sale por ella.
Nunca había estado en el gimnasio por la noche, pero a esas horas, la sala de entrenamientos tiene un encanto especial. El brillo de la luna se cuela por el enorme ventanal y se refleja en la multitud de espejos, dotando a la estancia de una luz azulada y pálida, agradable y sosegada. Por un momento, Emma piensa lo delictivo que puede resultar romper aquella tranquilidad, pero no se ha levantado y dirigido hacia allí para nada. Así que camina sobre el suelo pulido, como tantas otras veces ha hecho, y se coloca frente a uno de sus espejos favoritos. Tiene una pinta ridícula, casi cómica. Con las zapatillas peludas, el pijama de cuadros verde y granate, su capa gris mal colocada, su pelo alborotado y las mejillas encendidas, debido a la fresca brisa nocturna. Suspira, tampoco es que haya nadie a su alrededor para verla. Tampoco le importaría que así fuera de todos modos. No puede esperar hasta el verano. Aunque tampoco es que sepa por donde empezar. El mundo de la magia negra es nuevo para ella, y se siente como una niña que recién realiza su primer hechizo.
Pero ella no puede permitirse ser tan inexperta. Algo en su interior hierve con ira, grita, y no tiene nada que ver con el mago exiliado que la está esperando fuera de la escuela con los brazos abiertos. Tampoco tiene que ver con su madre, ni con Fretz, por haberle hecho olvidar quien era, por haber ocultado su magia. No, procede de más a dentro, de la parte más interior de su alma, casi primitiva. Algo que desea irrefrenablemente ser liberado, que le ruega por ello. Y que Emma ha estado tratando de controlar durante un tiempo. Sabe que debería probar primero con un hechizo simple, básico y ligero, que no requiera un gran esfuerzo, así que, haciendo caso omiso de esas ganas que tiene dentro, empieza a realizar el conjuro más propio de ella. El típico polvo cambia formas, pero esa vez desde una perspectiva más oscura.
Sin embargo, pese a haberlo realizado multitud de veces, el pájaro que se supone que trataba de recrear ha quedado tan solo en un amorfo cuervo negro con el pico torcido y bastante traslúcido, que se dispersa por la sala al poco tiempo. Emma aprieta los dientes, no puede creerlo. No es justo. Ella, que siempre ha sido bastante destacable en lo referente a su magia, admirada incluso por los demás, ahora sus habilidades han quedado reducidas a nada. Tantos años de experiencia y entrenamiento, ¿para qué? Si cuando quiere realizar un hechizo no le sale, y cuando bajo ningún concepto quiere realizarlo, es cuando aparece, tan poderoso que resulta aterrador. No es justo. Ella no ha querido nada de esto en ningún momento, jamás ha tenido capacidad de decisión. Contrae sus puños con fuerza, con gran frustración, y grita, dejándose llevar.
Y no hay nada que la impida ya liberarse, no hay nadie a su alrededor que pueda detenerla. Ahora solo está ella. Ella y su verdadera magia, que ansia ser libre. Antes de que se dé cuenta, corrientes de sombras comienzan a emanar de sus manos, y de cada uno de los rincones del gimnasio. El brillo resplandeciente de la luna se va volviendo cada vez más intermitente y difuminado, y una fuerza invisible e inmensa hace a los grandes espejos comenzar a vibrar y temblar. Incluso las lámparas del techo parecen afectadas, moviéndose con brusquedad de un lado a otro. Pero a Emma no parece importarle, si es que se está dando cuenta realmente de lo que está provocando. Se encuentra como en trance, absorta por la ingente cantidad de magia que sale de ella, y que la hace alzarse a pocos centímetros del suelo. Es una visión aterradora, y a la vez magnífica y sorprendente, resulta casi imposible que tanta magia sea capaz de fluir a través de una persona.