Emma miró a su madre, que mantenía la distancia.
-¿Por qué no cogisteis el autobús mágico que os correspondía? No era tan difícil.- inquirió Minerva.
Emma frunció el ceño, notaba como su cuerpo se contraía y su frente se arrugaba.
-Nos perdimos. Cuando llegamos a la estación no sabíamos a dónde ir así que decidimos seguir a un chico. El chico tampoco sabía a dónde se dirigía.- respondió recelosa.
-Habría servido con preguntar a uno de los guardias, habría servido con preguntar a alguien más mayor.- señaló la madre de Emma, alzando la voz.
-¡Habría servido con que te dignaras a indicarme el camino! ¡Habría servido con que te hubieras tomado la molestia de acompañarme! ¿O es que tampoco tú sabes el camino a la estación?- dijo Emma, mucho más alto, empezando a perder los nervios.
La mujer cerró los ojos con fuerza y los abrió de golpe.
-Sabes perfectamente que tengo cosas que hacer. Estoy muy ocupada ya que tengo un montón de trabajo pendiente.
-¿Tan ocupada como para ni siquiera ir a ver a tu hija? ¿Cuántos meses exactamente llevas tan ocupada?- la preguntó Emma, resignada.- No creo que hubiera sido tan difícil coger un teletransportador y venir a casa. Incluso podrías haberte ido esa misma noche.
Minerva sacudió la cabeza y apoyó con fuerza las manos sobre el escritorio.
-Sabes bien que no puedo. Te lo he intetado explicar un montón de veces, pero tú no comprendes. No tratas de hacerlo. ¿Es por eso que decidiste rebelarte contra mí? ¿Querías que prestara atención a tus estupideces cada vez que rompías las normas?
-Nunca intenté rebelarme contra ti. Nunca te impedí venir a verme. Si rompí las normas fue porque tenía un motivo mucho más importante que captar tu atención.- soltó Emma, furiosa y cansada. Enfada de que su madre dijese esas cosas y no tratase si quiera de salir de su burbuja y comprenderla. Su madre entrecerró los ojos y apretó los labios.
- Yo tampoco puedo permitirme distracciones innecesarias.- contestó cortante, sin perder su tono autoritario e imponente.
Aunque lo dicho por la joven pudo molestar a su madre, aquello hizo daño a Emma. Le hizo daño de verdad.
Ella se prohibió mostrarse débil y se negó a seguir discutiendo con aquella persona. Al fin y al cabo, no iba a llevarla a ninguna parte. Dio media vuelta y con dignidad se dirigió hacia la puerta. Abrió el pestillo y se giró una última vez.
-Buenas tardes, por cierto. Yo también me alegro de volver a verte.
Luego dio media vuelta y desapareció por la puerta, dando un portazo.
El comedor era inmenso, impresionantemente grande. Había filas de mesas blancas en todas direcciones y un montón de vitrinas donde residía la comida. Carne, pescado, fruta, dulces... cada cosa de la que te podías antojar, allí estaba. Solo tenías que coger una bandeja de madera y hacer cola.
Por otra parte, lámparas de araña doradas colgaban del techo y extendían sus brazos majetuosamente por este. Las paredes de mármol relucían con su brillo, y los enormes ventanales de cristal mostraban un cielo despejado propio de un cuarto piso y de una noche de fin de verano. También había alguna planta y alguna estatua decorando las esquinas, y dos pequeños angelitos en los extremos de la larga mesa plateada del profesorado. Emma pudo observar que sus sillas también eran diferentes: estaban acolchadas y tapizadas. Emma sonrió, la luz de la prematura luna se colaba por los ventanales e iluminaba la sala, dotándola de un brillo especial. Miró a su alrededor en busca de su amiga hasta que finalmente la encontró. Se hallaba conversando plácidamente con una chica rubia. Enfrente suyo, Arthur y Doyle se pasaban una alita de pollo de un plato a otro. Con la bandeja en la mano, Emma se sentó en el sitio libre que quedaba a la derecha de Leyla. Esta, al verla, sonrió ampliamente.
-Pensamos que te habíamos perdido cuando no nos seguiste al llegar a las puertas principales.- comentó Doyle, sonriente.- ¿Dónde has estado?
Emma negó.
-Nada importante...- contestó, algo pausada y con voz débil y algo cortante. Doyle la miró interrogante, pero no insistió.
Leyla se volvió hacia su amiga, preguntándole con la mirada. Emma sacudió la cabeza, dándole a entender que no tenía importancia, que era una de las típicas disputas con su madre, pero en realidad estaba algo decepcionada. Leyla suspiró, entendiendo de qué se trataba y maldiciendo a Minerva en silencio. Leyla no la odiaba, e incluso sabía que no era una mala mujer, pero no le gustaban determinados comportamientos suyos hacia Emma. Por su culpa, ahora su amiga estaba triste y enfadada en vez de estar dando saltos de alegría por conseguir pisar al fin el maravilloso suelo de Eythera. No era justo.
Emma no prestaba mucha atención a la conversación de sus compañeros. Tampoco estaba distraída a causa de la anterior discusión con su madre. Simplemente estaba ausente. Quizás si Leyla hubiera hecho más esfuerzo por mantenerla unida a la conversación, por hacer que se interesase por el tema que estaban tratando, esta hubiera respondido más receptiva. Pero no era el caso. Tampoco tenía que serlo. Se podría decir que estaba en ese momento del día en el que nada parece encajar, en el que nada parece estar bajo tu control. Pareces desubicada, algo distraída, sin terminar de poner los pies en la tierra. Sin embargo, pese a esto, no se trataba de una mala sensación, si no más bien de un sentimiento suave y tranquilo.
Había sido un día largo, y había traído consigo muchos problemas, muchas idas y venidas. Había requerido demasiado esfuerzo. Es cierto que Emma, y probablemente Leyla también, hubieran imaginado algo muy diferente. Probablemente no habrían pensado que se perderían, ni que cogerían el autobús mágico que no era el suyo, ni que finalmente Emma terminaría encontrándose con su madre. Y ella no esperaba, por supuesto, que esta la respondería así, ni que la trataría de una forma tan cortante y fría, ¿a qué demonios venía esa actitud? ¿Realmente no se alegraba de verla? Había pensado que sería más cariñosa con ella cuando por fin la viera, que el tiempo y la distancia les habrían hecho sentirse más cercanas en ese momento, y que por eso, Minerva hubiera corrido a abrazar con fuerza la espada de su única hija. Al fin y al cabo, hacía muchísimo tiempo que no la veía.
Emma estaba confusa, no entendía a qué venía aquella reacción por parte de su madre. ¿Era preocupación? No estaba claro. Minerva era demasiado indescifrable para saber en qué estaba pensando. Pero Emma siempre había tenido que vivir con ello, así que lejos de sentir un dolor excesivo, la chica estaba acostumbrada, por lo que tampoco se lo tomó muy en serio. Decidió que la próxima vez que la volviera a ver, la situación habría de ser muy diferente.