No sabía por qué, ni el motivo de ello, pero cuando se despertó a la mañana siguiente, se encontró con que se sentía con un estupendo humor, el buen humor más bueno de todos los que había tenido desde hacía mucho tiempo. Uno de esos que te hacen sonreír por cualquier minucia, que emocionan con mirar fijamente durante pocos segundos el profundo cielo azul o la primera línea de árboles. Y un día que acompañaba a ese humor. Porque sí, aquella mañana los rayos del sol, quizá por ser más intensos, habían conseguido penetrar la barrera de nubes e inundar los alrededores de la escuela, en la alta montaña. No parecía un día de invierno, ni que tan solo una cuantas horas antes hubiera habido semejante tormenta. Tal vez fuera porque, antes y después de la tormenta, acontece la calma. Y Emma en aquel momento tuvo la esperanza de que la próxima aún tardara bastante en llegar. Sonrió, mientras miraba hacia adelante en la longitud del pasillo, diciéndose a sí misma que prometía ser un gran día.
Pero Leyla le miraba como quien ve algo sorprendentemente extraño.
-¿Por qué estás tan contenta?- preguntó incrédula.- ¿Es que a caso no sabes que hoy volvemos a Eythera, que es nuestro último día aquí? Yo estoy a punto de echarme a llorar, odio las despedidas.
Vanesa sacudió la cabeza.
-Quien lo diría, incluso yo siento algo de pena. Pero es que se acabó lo que se daba, después del desayuno todo acabará, como si no hubiera sucedido nunca.
Emma sonrió, verdaderamente feliz. La verdad, contenta de volver a su escuela.
-No seáis tan dramáticas por los dioses. Después de todo buen final viene un mejor comienzo.- recitó, como muchas otras veces había hecho su madre cuando había ido a recogerla a casa de Leyla para llevarla de vuelta a Kicrom, mientras ella lloraba, toda disgustada.
-Tal vez- aceptó Leyla.- Pero piensa en que probablemente no veamos nunca más a las amistades que hemos hecho aquí.
Emma suspiró, por supuesto que sabía eso. Aunque para ella era raro entablar amistad tan rápido, lo cierto es que aquellas tres le habían caído bastante bien, y se había sentido especialmente a gusto con ellas.
-Desde luego es una lástima tener que decir adiós, sí. Pero al menos quedará el recuerdo.- reconfortó Vanesa, con una pequeña sonrisa, a la vez que por fin llegaban a las grandes puertas del comedor de Atlaea.
-Sí, pero ahora mismo el recuerdo no impedirá que se escapen unas cuantas lágrimas de cocodrilo cuando llegue la hora de partir.- aseguró Leyla, visiblemente deprimida, mientras caminaban entre las mesas hacia su lugar de aquella semana. La verdad, hacía tiempo que Emma no la veía así. Parecía que realmente Leyla había entablado fuertes lazos con aquel lugar. Casi se podría decir que, en aquel momento, ambas parecían haberse cambiado los papeles. Pero bueno, no todo el que es alegre está de buen humor todo el tiempo, por supuesto.
-Hola chicas, parece que hoy es el día, ¿verdad?- saludó Julia, mirando a sus dos amigas, que también mostraban muecas deprimidas en el rostro.
-Bueno, prometed mantener el contacto. Da igual el medio, si espejos o mensajes embotellados, pero no desaparezcáis completamente.- susurró Jine.
Las tres amigas sonrieron y asintieron, dispuestas a ello. Aunque en el fondo sabían, que por mucho contacto que mantuvieran las primeras semanas, el tiempo y la distancia seguiría pasando, la rutina iría poco a poco dejándose atrás, y finalmente este se perdería. Pero, para no decir adiós de golpe, al menos, podía estar bien.
-Seguid siendo tan buen trío como siempre.- pidió Flora con un sonrisa.
Emma soltó una sonora carcajada.
-Trato hecho.- aseguró, sonriente, mientras las tres se dirigían una mirada muy cómplice.
Después del desayuno, solo quedaba una cosa por hacer antes de abandonar definitivamente aquel lugar que, en tan poco tiempo, había logrado grabarlas bastante profundo. Pero bueno, todo el mundo sabe que tras un buen viaje como había resultado aquel, pese a los iniciales recelos, lo peor que se puede hacer es tener que hacer de nuevo el equipaje. Resulta tedioso y aburrido comparado con todas las demás actividades de aquella semana, y además les recordaba una vez más que había llegado la hora de marcharse. Así que sí, pese a que esa era la última mañana en Atlaea, ahí estaban ellas, recogiendo todo aquello que habían esparcido en aquella habitación, que había marcado su territorio, en vez de estar correteando por los corredores y aprovechando los últimos minutos en Atlaea con la gente que habían conocido allí, antes de decir adiós definitivamente.
De esa forma, tras recorgerlo todo y hacer de nuevo esas camas que habían permanecido en completo caos durante aquella semana, las tres individuas salieron de la habitación y cerraron la puerta, sin muchos ánimos de dirigirle una mirada más a aquel lugar que probablemente nunca volverían a pisar. Y recorrieron de nuevo ese pasillo hacia la entrada, como muchas otras veces lo habían hecho. Así llegaron al gran recibidor, donde tantos otros alumnos como ellas se disponían en sus recpesctivos grupos, atentos a la señal para partir. Alrededor, multitud de alumnos de aquella escuela observaban algo decaídos cómo aquellas amistades que habían hecho por tan poco tiempo se disponían a desaparecer tan de improvisto como habían aparecido. De ese modo, las tres integrantes del trío de Eythera se despidió una vez más del trío de Atlaea, y de todos aquellos de otras escuelas con los que habían compartido bastantes momentos, y con los que no habían entablado sin embargo tan buena amistad. Aquella era la despedida definitiva, no la que se había dado en el comedor aquella mañana. Esa sí que era la última vez que verían sus rostros. Y así, tras el discurso de agradecimiento, gratitud y despedida hacia las demás escuelas de aquella vieja anciana bajo la que se encontraba oculta la verdadera directora de Atlaea, Madam Tina se acercó a sus estudiantes, colocando un brazo sobre los hombros de Emma y Vanesa, con quienes su pequeña rivalidad, a decir verdad, había disminuido un poco. Y con su habitual y típica voz aguda y chillona preguntó:
-¿Preparadas?- un instante antes de que Emma agarrara con la mano que le quedaba libre el brazo de Leyla y, segundos inmediatamente después, desaparecieron de pronto, dejando un intenso polvo azul y brillante allí donde una vez hubieron estado.