Daide
— No corras tan rápido, Mason. — regañé a mi pequeñísimo hijo que tomaba a su hermana pequeña de la mano.
Zayd hizo su aparición y gruñó tratando de causar terror en los niños que ahora se escondían detrás de mi vestido y reían frenéticamente.
— ¿Dónde estarán? — preguntó Zayd imitando una voz terrorífica.
Emma y Mason rieron y se abrazaron gritando mientras Zayd tomaba a Mason por la cintura y lo cargaba contra su espalda. Emma corría tomando mi vestido para protegerse y finalmente la alcé y la senté para que comiera.
Mi linda y frágil Emma.
Era el último pequeño que tendría a petición de Elián y de Jonathan.
Milton sospechaba cada vez más de nuestra falsa familia. Y eso me aterraba.
Puesto que Milton era el ángel supremo, poseía su juventud y por lo tanto los beneficios que le otorgaban, entre ellos su astucia.
(…)
Seis años después
— Mamá. — gritó Emma desde el otro lado de la casa. — ¡Mason no me quiere dar mi peine!
Ella perseguía a mi segundo hijo, quien alzó un peine de oro sobre su cabeza mientras le hacía muecas a mi pequeña hija.
— No hoy niños. — los regañé.
Repentinamente tocaron con fuerza la entrada principal.
— Abran la puerta. — gritaron dos voces a la vez.
Mis ojos se abrieron con impresión y mi sangre se heló. Miré a mis hijos que observaban la puerta de entrada, espantados.
Rápidamente los tomé de las manos y los llevé a la cocina donde me tiré al suelo y comencé a excavar con mis uñas frenéticamente. Al final di con la puerta al sótano y la abrí sin hacer mucho ruido.
Les indiqué que hicieran silencio y metí a Emma primero mientras ella bajaba por las escaleras. Después miré a Mason que estaba blanco como una hoja y acaricié su cara.
— No temas, hijo mío. — una lágrima rodó por mi mejilla. — Todo estará bien. — revolví su pelo.
— Abran la puerta. — gritaron de nuevo.
Desesperada, tomé a Mason y lo metí en el sótano.
— Cuida de Emma.
Y esas fueron las últimas palabras que les dije a mis hijos.
Tapé bien la puerta hasta que no quedó rastro alguno de ello; me dirigí a la puerta y la abrí.
—Señora Daide, queda arrestada por haber introducido mortales a la divinidad de nuestro hogar. — me sorprendí por la acusación tan repentina y sin previo aviso me ataron por las muñecas. — Tiene derecho a un juzgado en la tribuna.