— ¿Milton? — pregunté confundida e impactada.
— Sí. — dijo mirando por encima de mis hombros. — él debe estar cerca...
— ¿Qué? — pregunté. — Oye...
— Él va a venir. — dijo desesperadamente.
— Oye. — traté de tranquilizarla.
— Va a venir.
— ¡Oye! ¡Que te tranquilices! — le grité tomando sus hombros y deteniendo sus desesperados movimientos. — ¿Cómo es Milton?
— Él es muy alto. — dijo tartamudeando. — Tiene el cabello oscuro, y, unos ojos brillantes, de color gris. — dijo señalando en su cuerpo cada cosa que describía de Milton.
— ¿Qué tan alto? — pregunté.
— Muy alto para alguien normal.
— ¿Cómo llegó a parar contigo? — le dije con el ceño fruncido.
— Me siguió... Yo, a veces llego temprano acá para terminar una tarea pendiente ó algo más. — se explicó. — Pero entré al baño y él estaba parado justo ahí. — señaló enfrente del cubículo donde la encontré. — Pensé que era una broma de mal gusto, porque tenía unas… — señaló tratando de dibujar algo detrás de su espalda.
— Alas... — terminé por ella.
— Sí, eso.
— ¿Qué te dijo? — le pregunté sin mirarla.
— Me dijo que tenía el aroma de una tal Emma. — me observó angustiada. — Yo no conozco a ninguna Emma, y después dijo que había visto demasiado y se acercó a cortarme la garganta como un maldito psicópata. — dijo con frustración. — No entendí muy bien a qué se refería con el aroma...
— Yo sí... — le dije.
Recordé la vez que choqué con ella en la salida, traía esa misma chaqueta puesta.
— ¿Ah? — dijo.
— Esa chaqueta, la tenías puesta cuando chocaste conmigo... — le expliqué.
— Ajá. — dijo algo confundida.
— Sí, bueno. — le dije. — Mucho gusto, me llamo Emma, la razón por la que te rasgaron la garganta es porque tenías mi aroma, quema la chaqueta. — le dije.
Agarré mi bolso y estaba dispuesta a irme.
— Espera. — gritó. — Gracias por curarme, o revivirme, o lo que sea que hiciste.
— De nada.
— ¿Son ángeles? — preguntó siguiéndome antes de abrir la puerta.
— Escúchame. — le dije mirándola a los ojos y resoplando. — Entre menos sepas del asunto más probabilidad tienes de vivir. — le gruñí.
— Por lo menos tengo derecho a saberlo, pues, me vi involucrada gracias a ti. — se cruzó de brazos.
— Milton no es un ángel permitido en éste mundo. — le advertí. — y yo tampoco. No me gustaría regresarte a ese cubículo así que, no digas nada.
— Oye tranquila, chica. — alzó sus manos. — No diré nada.
— Bien. — salimos del baño juntas y nos dirigimos a clase.
— Por cierto, me llamo Helen. — dijo ella. — es un gusto.
— Igualmente. — dije dando por vencidos mis intentos de alejarla.
— Te vas a sentar con nosotras en el almuerzo. — afirmó sin dejarme responder. — Adiós.
Fruncí el ceño.
Cuando volví mi vista al frente, él estaba parado en frente de mí. No apartábamos la mirada y los dos nos veíamos fatal. Jared más que yo.
Jared se acercó aún más.
— Emma. — reconoció. — pensé que te sentías mal... Por lo de la otra tarde...
— Eh, me siento mejor gracias. — lo corté aunque no niego que me dolió. — por cierto. — saqué el trabajo que reposaba en mi mochila. — ya lo puedes entregar. — se lo di.