— ¿Emma? — él tomó mis hombros y me sacudió.
— ¿Heredera yo? — dije sin salir de mi estupor.
— ¿Qué hay de malo con eso? — preguntó con una sonrisa en su cara.
— ¡No lo entiendes, Cres! — lo agité bruscamente. — La responsabilidad cae en mí. — abrí los ojos aún más. — ¡Oh no! Mierda, ¿qué voy a hacer ahora? — tomé mi cabeza en mis manos.
— Oye, tranquila, Emma. — Crescente me levantó la mirada e hizo que me hipnotizara en sus ojos verdes. — Juro que te ayudaré con todo. — me sonrió. — Por eso vine a buscarte, ponle fin a todo esto, anda.
Lo miré a los ojos.
Crescente. Ese era su nombre y yo le decía Cres de cariño.
Cres era mi mejor amigo en el cielo y me apoyaba en todo, pero se alejó cuando se volvió un vengador y me confesó que le gustaba.
Pero sin embargo, verlo aquí me daba un sentimiento de paz. Nadie mejor que él comprendería mi estado, pues me conocía bien.
— ¿Emma? Por favor, sólo tú puedes ayudar a los mortales y a que todo se estabilice allá arriba. — me suplicó.
No podía creer que yo fuera la esperanza de que todo se estabilizara entre el mundo humano y el cielo, sin querer mencionar el Infierno.
Si las criaturas del Inframundo se llegaran a enterar de que todo en el cielo se iba al carajo, los mortales no tendrían un final bonito, sin mencionarnos.
— ¿Emma? — me llamó una voz que podría reconocer en todas partes del mundo.
Jared.
No le contesté porque aún estaba ocupada pensando en el poder que recaía en mis manos y mi estómago se revolvió al reflexionar sobre cuántas vidas estaban en peligro por esto.
— Hay 150 personas muertas, Emma. — dijo Crescente mirando mis ojos y yo desvíe los míos a las personas que caminaban tranquilas por la acera. — Los guardianes se niegan a vivir sin un comandante... Y las personas pagan el precio.
Esto era demasiado...
— ¿Emma, qué pasa? — preguntó Jared al fin acercándose a nosotros y mirando mi pálida cara.
— ¿Y tú quién eres? — dijo Cres mirando mal a Jared.
— Lo mismo te pregunto. — dijo Jared sin intimidarse con Cres.
Los dos eran casi igual de altos, excepto que Jared era por centímetros más alto.
No contesté, estaba muy ocupada teniendo una lucha interna.
Milton me había dejado como heredera de su puesto. Eso era lo único que me costaba asumir en mi mente tan desordenada.
Y lo peor de todo, un ángel supremo del este había venido a poner orden y Milton estaría en serios problemas si no volvía a estabilizar su rango. Pero como había anunciado lo de ser su heredera, tenía que presentarme antes de que algo malo pasara.
Y, ¿cómo iba a volver?
Yo no era claramente bienvenida desde mi expulsión.
¿Eso no iba en contra de alguna ley?
— ¿Perdona? ¿Quién te crees para hablarme así? — dijo Crescente con el ceño fruncido. — Soy su mejor amigo mortal. — lo señaló con su dedo.
— ¿A qué te refieres con mortal? — lo retó Jared.
— Eh, nada. — Crescente se dio cuenta de su error.
No fue hasta ese momento que me di cuenta que Jared tenía un gran rasguño en su mejilla.
— Oh dios mío, Jared. — le dije sin mucha sorpresa. — ¿Qué te paso?
Toqué su herida.
— No lo sé, solo recuerdo estar dentro del bosque y caí. — frunció el ceño cuando sintió mi tacto.
Mi ceño se frunció. Había algo raro en esta herida.
No era de ningún animal, de eso estaba segura.
— ¿Hay algo malo? — preguntó Jared al ver que no dejaba de examinar su herida.
— No. — dije sin querer alarmarlo. — Vamos. — lo tomé del brazo y lo tiré en dirección al bosque más cerca.
— ¿Y yo? — preguntó Cres siguiéndonos.