Jared pegó su cabeza con la mía y sonrió.
Suspiré dispuesta a no llorar y lo tomé de la mano adentrándonos en el bosque.
Ahora me dolería más dejarlo, con el recuerdo que me dejó hace unos momentos.
Viajamos por el bosque y Jared no dejaba de apretar mi mano. Supuse que su sonrisa no se borraba de su cara y las lágrimas no dejaban de escaparse en silencio por mis ojos, viajando hasta el final de mi barbilla y cayendo finalmente al suelo.
Llegamos a lo más profundo del bosque, en donde la expulsión de un ángel daba lugar.
Lo solté y me senté en la roca que se encontraba en una esquina.
— ¿Pasa algo, Emma? — su sonrisa se borró al ver mis ojos hinchados y rojos.
Se arrodilló frente a mí y secó mis lágrimas. Negué con la cabeza y lo miré a los ojos.
A sus bellos y hermosos ojos.
— Yo...
— ¡Aquí están! — nos gritó Cres. — Los estaba buscando por todo el bosque.
Bajé de la roca y lo enfrenté.
— ¿Trajiste la espada? — le pregunté a Cres.
Cres asintió y sacó su gran espada de su espalda. Me la entregó y la revise con cuidado sin olvidarme ningún detalle. De un costado de la espada, unos pequeños filos sobresalían de ésta.
Y estos filos, encajaban perfectamente en las heridas de Jared.
Un vengador le había lastimado.
Pero, ¿por qué?
Eso no me lo explicaba.
— ¿Ocurre algo malo? — preguntó Crescente mirándome hacer mi examinar.
— Nada, solo que las hojas de la espada. — miré a Jared viendo su herida. — Encaja perfectamente en su herida.
Examiné de nuevo sus heridas y ahora no me cabía duda alguna.
— ¿Qué tiene que ver? — preguntó Jared confundido.
— Estoy casi segura de que tu herida no fue un raspón. — miré a un Cres muy confundido. — Fue un vengador, solo los vengadores tienen de estas espadas.
— ¿Estás insinuando que fui yo? — se rió Cres.
— No, yo nunca te acusé de nada. — lo miré mal.
— Pero insinúas que algún vengador lo hizo ¿no? — Cres agrandó la sonrisa. — Ya veo, somos los únicos que estamos en la tierra...
— Los vengadores y los ángeles son los únicos que pueden tocar sus armas. — dije cruzándome de brazos.
— Pues no sé nada del tipo que atacó a tu novio. — dijo Cres.
Yo no lo negué y tampoco lo acepté. Jared tampoco lo hizo.
— Sabes bien que no es eso lo que me preocupa. — lo enfrenté. — Con lo que me dijiste, los ángeles se están rebelando, ¿qué les impide hacer daño a sus designados?
— Es cierto... — dijo Crescente entrecerrando los ojos. — ¿Y qué piensas hacer? ¿Decirles que paren? — me miró. — No te harán caso si es lo que crees. Tú bien sabes cómo parar todo esto.
Lo miré fulminante. Jared sospecharía, pero no quería decirle nada por ahora.
— ¿Cómo? — preguntó Jared.
Negué con la cabeza y los ojos muy abiertos. Cres captó mi señal y no dijo nada.
— No es nada. — dije y lo miré. — Jared... tengo que hacer unas cosas, y no puedes estar aquí.
— ¿Por qué no? — dijo con el ceño fruncido. — Te vuelvo a ver y ya me quieres alejar de nuevo. — se quejó con una sonrisa triste.
— No te quiero alejar, bien lo sabes. — toqué su mejilla. — Pero tengo que resolver unas cosas. Te prometo que iré a buscarte después.
— Ya veo por qué te preocupa tanto el asunto. — dijo Cres apoyado en un árbol.
Lo miré mal y volví mi mirada a Jared.
— ¿Vas a estar bien? — lo miré a los ojos.
Asintió con su cabeza y me dio un casto beso en la comisura de mi boca.
— Te veo después, Emma. — me dijo y se adentró en el bosque.
— ¿Quién lo diría? La gran Emma enamorándose de un mortal. — llegó a mi lado con una sonrisa.