— ¿Qué estás haciendo, Milton? — acaricié su mejilla golpeada con delicadeza.
— Yo no soy nada, solo soy basura que trata mal a la gente. — dijo con sus ojos entrecerrados.
— No digas eso, Milton. — le dije con el ceño fruncido. — Vamos.
Entre Cres y yo lo levantamos y lo llevamos hasta su gran trono.
— Emma, tienes que irte. — dijo Milton mientras curaba sus heridas con mi poder. — Los arcángeles te buscan por ser a quien heredé mi mando.
Entonces era cierto lo que Cres había dicho.
— Ya lo arreglaré, no te preocupes por eso. — dije repasando sus heridas con mi dedo.
Cuando terminé de sanar todas sus heridas, Milton se sentía mucho mejor y lo veía con energía. Sin embargo yo me sentía débil.
— Emma. — Crescente me miró con cara de preocupación. — Ven, vamos a sentarnos. — dijo mientras me rodeaba con sus brazos.
Pero mis piernas apenas y se podían mantener en pie y fue entonces cuando resbalé y Cres me tomo en brazos para acostarme en el sillón dorado de la sala. Milton me veía con preocupación.
Veía borroso, no sabía la razón. Pero mis ojos se cerraron por el cansancio y el esfuerzo, aún así escuchaba las voces de los dos presentes discutiendo.
— Dijiste que cuando volviera sus poderes se restablecerían, ¿por qué sigue poniéndose débil? — reclamó Crescente a Milton.
— Ella ya no pertenece aquí, es un caído aunque siga teniendo sus alas. — dijo Milton con un tono de tristeza.
Mi cabeza se sentía pesada y por lo tanto dolía con solo pensar, así que caí en un sueño profundo dejando todo atrás.
(…)
Mis ojos se abrieron poco a poco y vi a Cres que me veía con preocupación.
— Buenos días. — dijo poniendo una lamparita en mis ojos haciendo que los frunciera.
— ¡Cres! — me quejé.
Él rió y alejó la lámpara de mis ojos.
— Perdón, la costumbre. — me ayudó a levantarme y fue cuando me di cuenta que una gran cortina nos rodeaba, como si me diera privacidad en mi sueño.
Detrás de la gran cortina se escuchaban murmullos y discusiones.
Miré a Cres confundida y él suspiró con fuerza.
— Todos se dieron cuenta de que habías vuelto y te aclaman. — dijo con una sonrisa incómoda.
Lo miré con ojos asustados y ladeé mi cabeza.
Asentí y me acerqué a la cortina oyendo que los que antes eran murmullos se convertían en gritos.
— Promete que serás mi guardaespaldas, y si te separas de mi lado te golpearé. — le dije a Crescente haciéndolo reír.
— Lo prometo, Emma. — dio un beso en mi mejilla que hizo que diera un respingo, y sin darme tiempo a reaccionar abrió la cortina dejándome ver cómo toda la gente que estaba ahí aclamaba mi nombre.
Algunas personas al verme gritaban más fuerte, y otras, que supuse no creían en mi llegada, se sorprendían y me miraban con ojos muy abiertos.
Cres hizo una señal para que todos se callaran.
— Su reina ha llegado. — dijo Crescente haciendo que la multitud enloqueciera aún más.
No tuve tiempo de reprocharle nada porque seguía aturdida por la aclamación que gritaba a una sola voz mi nombre. Junto a otros que gritaban algo de un nuevo reino.
Me acerqué a Cres y le susurré al oído:
— No sé si quiera aceptar el mando de Milton aún. — bajé mi mirada. — No estoy preparada.
— Lo vas a hacer genial, Emma. — Crescente dijo con una gran sonrisa. — toda esta gente lo cree y yo también.
— No, no es eso, Cres...
— ¡Viva Emma! — gritó interrumpiendo mi excusa.
— ¡Viva! — gritaron todos al unísono.
Observé la gente a mi alrededor y mis nervios se pusieron de punta junto a unas ganas tremendas de vomitar.
Mi conciencia me gritaba que huyera de ahí mientras podía, pero toda esta gente dependía de mí. Eso era lo que me preocupaba, los ángeles que me aclamaban.
Pero... Jared, era lo único que me preocupaba en ese momento. No podía dejarlo sólo, ni a mis hermanos, mucho menos a mis nuevas amigas. Pero si no asumía mi cargo... Toda la responsabilidad caía en Milton, y se podría significar incluso su muerte.