Abrí los ojos poco a poco, aturdida, sintiendo el aire fresco en mi cara. No sabía dónde estaba pero de lo que sí estaba segura era que unos brazos fuertes me sujetaban, y esos brazos le pertenecían a Jared.
— ¡Emma! — gritó mi nombre asustado y aliviado a la vez.
Me senté en el asfalto donde me encontraba tirada y un breve recuerdo pasó por mi mente reviviendo aquella emoción de sentirme completamente asfixiada y el fuego que sentía en mi garganta ocasionando unos cuantos rasguños que ahora se reflejaban como llagas en mi cuello.
Gemí de dolor cuando me incorporé y compuse mi postura. Lo único que sonaba en mi cabeza era "Te encontré". Tenía miedo de que fuera la reina súcubo, pero la voz era masculina, no femenina como la de esa reina.
— ¿Qué pasó? — preguntó rápidamente Karla. — ¿Te sientes bien? ¿Te duele algo? ¿Cuántos dedos ves? — levantó cuatro dedos y tocó mi frente como una madre preocupada por su hija.
— Estoy bien. — dije con voz entrecortada. — Solo mi aire empezó a irse de mis pulmones y parecía como si hubiera tragado fuego y después esa voz que decía que me había encontrado y...
— Espera ¿Qué? ¿Cuál voz? — dijo Helen rápidamente preocupada y observándome con sus ojos azules detrás de sus gafas.
— ¡Yo qué diablos voy a saber! — dije parándome poco a poco como si mi cuerpo hubiera sido cortado.
— Déjenla respirar. — dijo Milton haciendo que todos retrocedieran.
— Hablando de dejarme respirar... — troné mi cuello para componer todo de una vez. — No puedo creer que ustedes dos se pelearon por quien debía hacerse cargo de mí mientras yo agonizaba. — miré a Helen y a Jared.
Los dos miraron el suelo avergonzados y a Helen le recorrió un rubor por toda su cara. Un viento sopló sobre nosotros y fue cuando me di cuenta que aún era de noche y que sólo había estado inconsciente unos cuantos minutos.
— Está anocheciendo. Será mejor que todos descansen, Milton y yo aseguraremos el área. — dije con semblante serio por lo rara que me sentía. — Vamos, Jared, tú también tienes que descansar. — toqué su musculosos hombro con cariño.
— ¿Y qué hay de ti? — dijo él cruzando sus brazos. — ¿Te sientes mejor?
— No te preocupes. — toqué su mejilla y le di un suave beso en los labios.
Esa fue la señal para que Jared se dirigiera a la casa de campar y se adentró en ella. Lancé un suspiro cansado aún sintiendo esa extraña sensación que me dejaba atónita.
— Emma. — llamó Milton. — ¿Recuerdas que te dije que tenía algo que darte?
Asentí con la cabeza mientras miraba sus ojos. Él me indicó con la cabeza que lo siguiera hasta su casa de campar. Cuando llegamos espere afuera y me abracé para perder el frío que de pronto me invadió. Milton salió de su casa de campar con una funda de espada en sus manos. Mi boca se abrió hasta caer por los suelos, la funda era hermosa, era gloriosa y con encaje negro.
— ¡Oh, por Dios! — dije lentamente apreciando la preciosa funda y acariciando el borde de esta. — Es hermosa, Milton.
— En realidad es más hermoso lo que viene dentro pero supongo que tu cara refleja que te encantó. — me sonrió de lleno y emocionada tomé la funda en mis manos y me senté en el suelo frío como si fuera una niña. — En realidad no tenía nada que arreglar... solo que, era mi deber encargarme de esto.
Saqué la espada de la funda y mis ojos casi lloraban de tal hermosura que había en ella. Su empuñadura era de cristal, de un cristal que parecía marfil. Y su hoja... tenía el mejor tallado que había visto en toda mi vida. En la empuñadura también había algo escrito.
"In praeteritum non vivitur"
— "No vivas en el pasado... "— susurré acariciando la frase que estaba grabada. — Esto es...
— ¿Hermoso? Lo sé... verás, cuando un Supremo va a la guerra tienen la costumbre de crear su propia espada, esta vez la hice yo... pero la mía me la regaló mi padre. Era preciosa, en su tallo se leía "Acta non verba" — se cruzó de brazos metiéndose en su ensoñación y mirando mi espada a la cual acariciaba cual bebé. — Significa " Hechos y no palabras". En ese tiempo la palabra era lo único que contaba para mi padre y él tomaba muy en serio mi palabra... — se dio cuenta que divagó mucho, y carraspeó. — Por eso es que te di la espada... solo un Supremo puede tenerla, recuérdalo.