Jared
Miré detrás de mí, pero Verno no estaba.
Ella no está aquí, lo usa para asustarte y así guiarte hasta mí. Ella no es la verdadera, Jared. Verno salió aquí hace tiempo…
Le hice caso una vez más a las palabras de Emma, seguía sin entender como lo hacía, porque simplemente ella tenía sus ojos cerrados como si estuviera en coma. Pero si podía hacerlo significaba que aún podía saber lo que pasaba alrededor. Lo que no entendía era cómo sabía que Verno me había hablado. Y ¿de verdad era Emma? ¿Cómo podía hacer eso y saber todo lo que pasa alrededor sin siquiera abrir los ojos?
Baruck entró en la habitación y miró a la cama de Emma. Le hizo una señal a sus demonios y la súcubo para que se retirarán y quedó él sólo con Emma. Se sentó en la cama junto a Emma y recorrió con sus ojos todo su cuerpo. Apartó un mechón de cabello que tenía en sus ojos y la miró por un tiempo.
Pero la paz que Baruck había suplantado desapareció cuando Verno llegó estruendosamente azotando la puerta contra la pared. Sus vestiduras estaban rasgadas y de sus mejillas emanaba icor junto a moretones y golpes. Ella sonrió mientras respiraba con dificultad.
— ¡Qué lindo de tu parte mandarme una horda de demonios para mí sola! —dijo sin entusiasmo y aún con su sonrisa en la boca. — Se nota que me quieres. — sonrió ahora más grande.
— Es tarde... pensé que acabarías con ellos en segundos, no en minutos. — besó la mano de Emma haciendo que mi sangre hirviera; se levantó y caminó a Verno sin llegar a quedar frente a frente, levantó un dedo y sonrió — Una prueba más de que eres débil.
Verno rió sin ganas de gritarle como hace rato. Miró los ojos de Baruck y hasta ese momento, en el que Baruck dirigió su mirada a lo que estaba en las manos de Verno, fue cuando me di cuenta que sostenía algo, pero era difícil distinguir desde mi punto de vista que era lo que Verno sujetaba.
— Tómalo como un regalo. — le sonrió y tiró lo que parecía una cabeza de una súcubo con el pelo rubio como el de Emma pero aún más pálido. — Y la forma de devolverte el favor.
Baruck miró con los ojos agrandados la cabeza que yacía en el suelo.
— No me tarde por nada. — la respiración de Verno seguía agitada y sus palabras salían entrecortadas de su sonrisa. — También luché contra todos los demonios que pusiste a su cuidado. Qué lindo. — inclinó la cabeza y comenzó a reír un poco bajo. — La amabas ¿no?
Baruck aún no podía creer lo que tenía frente a sus pies y simplemente se negaba a creer las palabras de Verno.
— ¡Iliana! — gruñó cuando se percató de que Verno reía fuertemente. — ¿Qué te pasó por la cabeza? ¡No tenías que matarla! — le dijo Baruck en voz baja pero entre dientes.
— No podía irme de aquí sin devolverte el favor por matar a Lea. — sonrió. — Después de todo, era una niña, mi niña... y tú la mataste a sangre fría, y tiraste su cuerpo a un acantilado. — los ojos de Verno se volvieron negros más oscuro.
— Se lo merecía. — dijo Baruck controlando muy bien sus emociones.
— ¡Lea tenía 5 años! — gritó Verno con lágrimas en los ojos y las venas de icor marcándose por toda su cara y cuerpo. — ¡Ella no te había hecho nada! ¡Nada! Y tú, imitación de demonio, la mataste como si no importara nada. — lo acusó Verno mientras secaba sus lágrimas con fiereza. — Pero la vengaré... y será justo ahora.
Verno sacó su enorme espada y se abalanzó contra Baruck, quien con un movimiento tranquilo y sin esfuerzo la esquivó.
— Mi padre no te enseñó a controlar tus emociones ¿verdad? — dijo Baruck sonriendo.
— No tienes derecho de mencionarlo. — le cortó levemente con una pequeña cuchilla en su mejilla y Baruck sólo dio un paso atrás como si lo hubieran empujado.
Verno y Baruck se unieron en una batalla de hermanos con sus espadas chocando entre sí y alejándose de la habitación, como por querer luchar afuera y no dentro. Pero en vez de tener la sutileza de salir por la puerta, Verno se impulsó con las paredes y rompió el cristal que tapaba el techo. Varios pedazos cortaron a Baruck, pero como si fueran flores, Baruck seguía persiguiendo a Verno cada paso que daba y sonreía como si hubiera esperado eso toda su vida.
Me acerqué a las cosas que habían dejado para Emma, e inspeccioné que todo era inofensivo, nada de controles, solo las jeringas en las mesas, tenía que llevarlas conmigo para que los ángeles de sanación supieran con qué lidiaban.
Me acerqué a su cara y vi que no abría los ojos y no respiraba.
¿Emma? ¡Emma!
Dejé las cosas en el suelo y puse todo lo que pude en una bolsa de cuero que estaba a un lado de la cama de Emma.