Ya toda su mente era un laberinto. Quizás, y precisamente por eso, fue que decidió emprender aquel viaje dentro de sí mismo. Allí estaba, un portal más. Tirado en el suelo, esta vez era grama, luego de atravesar la dimensión aquella de los espejos. "¿Quién era? ¿Qué era?" Las preguntas encontraban formas. De momento esa era el clavo incrustado en la herida, para encontrar soluciones no era necesario solo hacer las preguntas, sino más bien el cómo hacerlas.
Una de sus manos empuñó lo que sentía, tirado en el piso la hierba fresca apaciguó su caída, y luego de unas caricias al verde pasto, apretó su puño y desprendió un poco de la grama. Abrió su puño y miró como la brisa se llevaba lo poco que pudo quitar del suelo.
Entonces levantó su mirada. Y logró ver lo que a primera vista parecía ser un inmenso jardín. Tan inmenso casi hasta donde podía llegar su mirada. Con la pequeña peculiaridad de en ambos extremos había dos muros levantados, altos, tan altos casi hasta donde podía llegar su mirada; hechos de hierba, de hileras colgantes, de enredaderas, así como Los Jardines Colgantes que siempre imaginaba en sus sueños.
Entonces, caminó entre los muros aquellos. Miró atrás una vez más para recordar el lugar exacto en donde comenzó a caminar y logró ver la burbuja de cristal, con la grieta que él mismo le causó. Pronto dobló a la derecha, luego hizo una izquierda, luego una derecha y una izquierda más. Logró ver una puerta, esta vez no lo pensó dos veces, le abrió. Pero lo que había detrás de ella le impresionó. Era el pasillo aquel en donde estaban los rostros colgados en la pared. Cerró la puerta y siguió su caminar.
Hizo una izquierda, dos derechas, parecía que daba vueltas en círculo y allí, alcanzó a ver una puerta más, muy similar a la anterior. Caminó hacia ella y la abrió. Una intensa niebla era dueña de ese entorno. Rápidamente, sin pensarlo mucho, cerró la puerta.
Siguió su camino, corrió de vez en cuando, una izquierda, dos derecha, dos izquierda, todo el lugar era el mismo, pero un tanto diferente a la vez.
De frente, una puerta más. Le abrió, y desde ella pudo ver las torrenciales aguas del rio. Repasaba lo mismo, era como si el pasado, ese que estaba clavado en su mente, le perseguía. Y le invadió la duda. "¿Repetir lo vivido?", dijo. "¿Cruzas por una de estas puertas y navegar nuevamente por esos escombros del pasado?", añadió. "Pero, tonto sería que conociendo mi historia estaría dispuesto a repetir mis errores. Pero, ¿acaso no es eso lo que me ha pasado toda la vida? Como un circulo vicioso la historia viene y va, me alcanza, la vivo, y como si fuera ayer la tiendo a repetir, una y otra vez, no puedo, tan solo dar un paso más, un paso distinto".
Y caminó. Rápido. Y corrió. Más rápido aún. Daba vueltas sin parar. Entonces se encontró con la burbuja de cristal y vio el espejo roto. Se atemorizó, parece que la vida le exigía repetir y repetir. Encontró otra puerta, y otra más, la niebla, el rio, el pasillo, la burbuja de cristal, nada llevaba algún lugar, todo llevaba al mismo punto.
Entonces corrió, y corrió, sin pensar. Las puertas le pasaban por el lado y ni las miraba. Y ya, allí, cuando no tenía fuerzas para correr, al quedarse sin aliento, se detuvo. Se inclinó un segundo para respirar y apoyó una de sus manos en la pared aquella para tomar fuerzas, y la mano, se hundió poco a poco entre aquella enredadera.
El la retiró, asustado. Pudo sacarla. Pero instantáneamente supo lo que tenía que hacer. Fue cuando se abrió camino por entre la pared, mezclándose con la enredadera. Entró en ella sin pensarlo y caminaba, se hizo camino, las fuertes ramas lastimaban su piel, pero no importaba, avanzaba por entre ellas. Por un momento, aquello, parecía no tener fin.
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Editado: 30.11.2018