―Son veinticinco monedas por eso, señor Hasbún ―le dijo Aliosha a un cliente que estaba intentando elegir un pastel del puesto que tenía la familia en el pequeño mercado de Barkistán. Él trabajaba en este lugar junto a su madre y a pesar de su corta edad se tomaba las responsabilidades del pequeño negocio muy seriamente. Su personalidad había cambiado rotundamente desde que era un niño, se había convertido en una persona bastante seria, un poco desganada, que no le prestaba mucha atención a la diversión ni a los juegos de niños y a veces se olvidaba incluso de algunas fechas importantes.
Mientras Aliosha contaba las monedas que el señor Hasbún le había entregado y su mamá contaba las que había dentro de un tarro, Dylara apareció sorpresivamente por detrás de él con una sonrisa de oreja a oreja y lo golpeó con una rama de olivo mojada, haciendo que eche las monedas al suelo.
―¡Ouch, eso dolió! ―dijo el chico un poco molesto―Espera...
―¿No recuerdas que día es hoy?¡Hoy es nuestro cumpleaños! ―le dijo Dylara emocionada. Ambos amigos, además de ser casi como familia, estaban unidos por sus cumpleaños, los que los convertía en lo que lo que a veces la gente llama "gemelos de distinta familia".
―¿Qué?¿Tan rápido pasó el tiempo?―preguntó sorprendido ―Eso explica lo de la rama. ¿Sabes?, siempre creí que deberíamos reconsiderar esa tradición...
La cara de Kira, madre de Aliosha, se iluminó de repente con una sonrisa y ella le dijo a su hijo—¡Sorpresa!
Aliosha se la quedó mirando con una expresión seria en su rostro por unos segundos. Luego, ella se acercó a Dylara diciendo:
—No puedo creer que no lo haya recordado por su propia cuenta. Eso demuestra que debería tomarse un descanso.
―Opino lo mismo―respondió la niña― Parece que se ha olvidado de cómo disfrutar, siempre actúa como un amargado, es peor que yo.
Él estaba con la mano en la cabeza recuperándose del ramaso cuando se le acercaron Vadim y Samaria, padres de Dylara (quienes estaban a unos pocos puestos de distancia, vendiendo túnicas y pañuelos), le dijeron:
―¡Felicidades! Ahora en un rato ve hacia la orilla del Río Op...preparamos algo especial para tí y Dylara.
Aliosha levantó las cejas y miró con un poco de desgano, aunque pensó que quizá un rato libre no sería mala idea. Juntó las monedas que había en el suelo y las colocó en el tarro que estaba en la mesa, colocó un cartel sobre ella y se dirigió montando un burro con su amiga y su madre hacia el Río Op.
La distancia entre el mercado y el río era de apenas unos pocos kilómetros, lo suficiente como para poder apreciar el lugar durante el viaje. Barkistán era un pueblo pequeño a mediano, sencillo pero agradable y con una estética bastante particular a los ojos de los extranjeros, al igual que la gran mayoría de las ciudades del imperio. Estaba formado por pequeñas y coloridas casas de madera y piedra con techos puntiagudos en su centro y curvados en sus extremos, calles irregulares hechas de grandes piedras y cubiertas por las hojas caídas durante el breve otoño, el cual estaba a punto de dejar su lugar al imponente y blanco invierno. También había en este lugar algunos templos con sus características cúpulas cubiertas por un poco de nieve procedente de las primeras nevadas, establos con burros, caballos y algunos camellos, tranqueras y por supuesto el colorido mercado de comidas, ropas y tonterías en donde trabajaban los dos preadolescentes, ubicado en el centro del pueblo y cerca del destartalado kremlin (*) que años atrás solía proteger a algunos edificios importantes, pero que terminó en ruinas debido al paso del tiempo.
Luego de algunos minutos, llegaron los tres a la orilla de un muy poco profundo río, donde los esperaban los padres de Dylara y otros amigos de la familia. En el lugar había una carreta llena de paquetes, algunos almohadones cómodos y grandes para sentarse junto a una bonita alfombra de coloridos y hermosos estampados orientales. Sobre la alfombra había varios cuencos llenos con jugo de fruta y un gran pastel de frutos rojos.
―¿Les gusta?―preguntó el padre de Dylara―El pastel fue idea de Oleg ―dijo señalando a un chico bajo y rubio que sostenía un regalo bajo un brazo y al mismo tiempo saludaba a los cumpleañeros.
―Sé que no se compara con los que hace Aliosha, pero lo hice con amor― dijo Oleg un poco sonrojado mirando al tostado pastel que estaba sobre la alfombra, el cual tenía un aspecto un poco desaliñado pero que aún así parecía delicioso ― Ahora bien..¡Que comience la fiesta!
Los homenajeados e invitados comieron pastel sentados en los almohadones, estuvieron un par de horas bailando mientras algunos amigos tocaban música, jugaron a las escondidas en el prado y hasta terminaron un poco mojados por caerse mientras intentaban cruzar el río saltando de piedra en piedra en un pie. Fue un día mucho más divertido para los muchachos que el resto de los cumpleaños que pasaron en Barkistán. Hace mucho que no se los veía riendo.
Finalmente como comenzaba a bajar el sol y a hacer más frío, llegó el momento en el que había que entregar los regalos. Kira comenzó a sacar los paquetes que estaban dentro de la carreta. Entre estos había cosas como camisas bordadas, sombreros, tarritos de mermelada y un tambor. Sin embargo ella no había sacado todas las cosas que había dentro de la carreta.
Al terminar el evento, como ya había oscurecido y comenzado a nevar levemente, todos se despidieron de los cumpleañeros y volvieron a sus hogares. El ambiente pasó a estar silencioso. Dylara decidió quedarse con Aliosha y su madre para ayudarlos a empacar los regalos y lo poco que quedaba del pastel, para luego alcanzar a sus padres camino a casa. Kira retiró los objetos restantes del interior de la carreta, miró varias veces a su alrededor para verificar que no quedara nadie más que ellos tres. Los adolescentes se miraban levantando los hombros, pues no encontraban el sentido a quedarse solos en la nieve después de la fiesta y se quedaron un rato callados. Finalmente, Kira rompió el silencio.
Editado: 11.08.2024