En el interior del volcán

4. Aborto

La mente de Antonina no se trastornó después de presenciar la muerte de Sonia, y ya tampoco le revolvía el estómago el recuerdo de la mujer quemándose.

En cuestión de unos meses, Antonina había pasado de ayudar a Sonia para que no le hicieran daño por estar ebria y sola en las calles oscuras, a ser quien desató el peor final que pudo tener.

Después de que los habitantes arrojaran el cuerpo de Sonia por aquella colina, asintieron con orgullo, se miraron unos a otros con aprobación, incluso con satisfacción, y luego dieron la vuelta para volver a casa, como si el espectáculo hubiese terminado.

Mientras las personas caminaban en dirección contraria, India y Antonina se acercaron a la cima de la colina y apreciaron la desventurada imagen de Sonia; sus ojos abiertos indicaban la desolación que experimentó al sentirse morir, sus extremidades estaban destrozadas, teniendo cortes en cada rincón que mancharon su piel con tanta sangre que parecía que su cuerpo estaba vestido de pies a cabeza con una tela roja transparente.

India sintió repulsión al ver que aquel desafortunado paisaje le cubrió la vista y le impidió pensar en nada más. Entonces unas tremendas ganas de llorar por cualquier razón la invadieron; desde un recuerdo de la infancia hasta no haber impedido que un ser humano perdiera la vida frente a sus ojos. Sin embargo, al ver a Antonina junto a ella, con una sonrisa esbozada en su rostro expresando una ligera alegría, decidió fingir que estaba contenta con el resultado de sus palabras. Pero quizá fue el espíritu de Sonia, —que se impregnó en su conciencia al ver que ella fue la única que en silencio recitó oraciones con una sincera desgracia interior—, lo que hizo que India jamás lograra volver a dormir tranquila.

Por otra parte, Antonina tampoco pudo olvidar el cuerpo fallecido de Sonia, pero no fue por otra cosa que una maldecida voluntad propia.

India se alejó unos metros de Antonina, y estuvo a punto de irse a casa ella sola, pero se giró para contemplar la pose de Antonina; en la cima de la colina y con la mirada por encima del cuerpo de Sonia mientras el viento ondeaba su vestido, el mismo vestido que había comprado de la mano de India años atrás, con la expectativa de no quitárselo nunca. India evocó aquel día mientras con lágrimas contemplaba cómo Antonina estaba a un paso de la perdición.

Las emociones mezcladas de India hicieron que el vestido de Antonina pareciera estar cubierto de la sangre de Sonia, y aunque Antonina no la asesinó, ni siquiera mostraba compasión o respeto ante la muerte de una mujer que en un principio había ayudado con la pureza de su corazón en decadencia.

India sacudió la cabeza, se secó las lágrimas y se obligó a pensar que Antonina solo estaba bajo la influencia de la furia que Sonia le había causado momentos antes. India se acercó a Antonina, le tomó el brazo y la atrajo para volver a casa. Antonina no se dio cuenta que India estaba devastada, pues el deslumbramiento aún vívido de Sonia la orillaba a ignorar todo aquello que pasaba junto a ella.

India sentía que las miradas de cada persona que se cruzaba en su camino se posaban en ella, juzgándola e incluso deseándole la muerte. Pero la realidad era que nadie la miraba a ella, ni siquiera prestaban atención a su presencia ni a la presencia de Antonina, era como si ninguna de las dos existiera; un premio para aquel que no sabe quién es ni lo que será, y no sabe qué ha hecho ni lo que habrá de ser.

La casa de Antonina estaba a unos pasos enfrente cuando India recordó el desastre que había quedado por todo el piso, mismo que debía ser aseado antes de que aparecieran Joaquín y Rosario.

Entonces India soltó a Antonina y se apresuró a recoger los vidrios de la ventana rota. Después de colocarlos en la bolsa donde había puesto los restos de la figura del bebé, fue a tirar las evidencias al basurero más cercano, junto con la piedra que rompió la ventana.

Antonina acomodó los muebles y reorganizó las decoraciones para tapar la falta de la figura del bebé. Cuando India estuvo de vuelta, ambas se dirigieron a la tienda, compraron una bolsa de plástico transparente y una cinta para pegarla en la ventana mientras conseguían el vidrio para reemplazar el anterior.

El anciano de la tienda se rehusó a aceptar el pago de ambas cosas cuando Antonina le extendió el dinero. Con amabilidad le cerró la mano y le indicó que podía retirarse.

El anciano de la tienda aún no se enteraba del destierro de Sonia y le entregó a Antonina la bolsita con el dinero que ella le había regresado en pago por el que le habían robado.

Antonina tomó la bolsita y la dejó de nuevo en el mostrador.

India esperaba afuera, y se apresuró a caminar, pues el sol comenzaba a ocultarse y los padres de Antonina estaban prontos a llegar.

Estando en casa, India cortó la bolsa y la sostuvo junto al marco de la ventana mientras Antonina le pegaba pedazos de cinta para que no entrara el viento por ningún lado y así sus padres no se dieran cuenta.

Al terminar, encendieron el televisor y fingieron haber estado en casa todo el día cuando Rosario abrió la puerta.

—Ya me enteré. —Dijo Rosario cuando las vio sentadas en el comedor tomando café tranquilamente.

India miró a Antonina con susto.

—¿De qué? —Preguntó Antonina con calma.

—Desterraron a una mujer. —Dijo mientras se preparaba un café para sentarse junto a ellas.

«Más bien la lincharon». Pensó India.

—Todos están hablando de eso. ¿No saben porqué?

India agachó la cabeza al sentir su corazón acelerado.

—No, no sabemos. Pero seguro que infringió la ley. —Dijo Antonina.

Rosario sacudió la cabeza y bebió su café en silencio.

Antonina notó el nerviosismo de India y propuso acompañarla a su casa. Rosario asintió sin prestar atención.

India se levantó y le dio un beso de despedida a Rosario antes de salir de la casa.

***



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En el texto hay: suspenso, novela negra

Editado: 10.09.2024

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