Obsidian
Si había quedado sorprendida con el hecho de que hubiera algo debajo de un árbol, ahora estaba fascinada de que el Resguardo no fuera algo parecido, sino más a lo que tenemos en el otro mundo.
—¿Qué es este lugar?
—Nuestro escondite.
Antes de llegar al pueblo había un puente de piedra que hacía cruzar un río, nada hostil como el primero con el que me topé. Este puente, debajo de él, antes de llegar al agua; se encontraba una rendija, por un momento creí que sería un desagüe, pero no. Al abrir con una llave que Sayil lleva encima, es como pudimos entrar. Bajamos unas escaleras, conté treinta en total, antes de que mis pies tocaran suelo firme.
Las paredes eran formadas por piedra por la cual estaba construido el puente.
El lugar se iluminó, no por antorchas o algo similar, sino por bombillas.
—¿Cómo es qué…?
—¿Conocemos la luz? —ríe divertido—. Le tenemos firmemente respeto a la naturaleza, pero también conocemos algunas cosas esenciales. No creamos fuego al chocar rocas, tenemos fósforos y encendedores.
—Es sólo que me conmociona.
—Me imagino. Debes tener algunas inquietudes, pregunta.
Empieza a caminar yo lo sigo a trompicones porque me pica la lengua.
—¿Conocen los autos?
—Sí.
—¿Tecnología?
—Sí.
—¿Pero no la usan?
—No.
Al salir de ese pequeño pasillo, lo que parece un cuartel es lo que me da la bienvenida. Una mesa, como la que tenía en mi casa, esta es aún muy grande, se encuentra en medio con sillas alrededor. Hay diferentes puertas, seis en total. No sé qué lleve cada una.
—Creí que vivían en…
—Obsidian, tu mundo y el mío no son tan diferentes —mi atención recae en él, al notar el tono en que ha usado; va a contarme algo—. Nosotros tomamos únicamente lo necesario, no nos expandimos porque eso sería ir en contra de la naturaleza, sin embargo si estamos al tanto de sus avances, aunque algunas veces sean tontos.
—¿Por qué lo dices?
—Eso que le llaman ustedes, móviles —hace un ademán con la mano, llevándosela al oído—, ha dado tantos giros con los pasos del tiempo que se ha convertido en un veneno. Sólo analízalo.
Claro que lo hago y es verdad. Esa cosa tan simple ha abierto los ojos de mi otro mundo para una vasta información, comunicación, pero a la vez la ha limitado al grado de ser adictos a ella.
Simplemente este mundo me parece un enigma, por un momento en mi cabeza cruzó la idea de que vivían en chozas, su única luz era el fuego y tal vez para conseguirlo era golpear dos piedras como en las películas. Cada vez que alguien me cuenta sobre este lugar, mi curiosidad pica.
—Lo comprenderás cuando te vayas adaptando —con la vista fija en él, lo sigo a una de las puertas—. Está puerta tiene lo necesario para alimentarse.
Al abrirla unos anaqueles con lo que parece soya, pan y comida enlatada están ubicadas en cada superficie.
—Pensé que la naturaleza les daba lo necesario —señalo.
—¿Puedo preguntar ahora algo yo? —asiento con la cabeza, yendo directamente a lo que es fruta en almíbar—. ¿Cómo es qué nos tienes en mente?, ¿Cómo personas o…
—Personas que no tenían la menor idea de que era la luz electica —menciono, cuando me he pasado lo que he metido a mi boca; la fruta en almíbar.
Carcajea.
—Necesitas conocer el pueblo para que no creas que somos personas cerradas.
—Bueno, el rey quiere mi cabeza, lamento no dar la vuelta a conocer el lugar.
Me hace una seña para que lo siga fuera, antes tomo dos rebanadas de pan.
—Conocemos la tecnología, como te lo dije pero nos gusta sobrepasar.
—Entiendo. ¿Pero no usan autos? —niega con la cabeza. Pasa todas las puertas hasta ir a la última—. ¿En ellas que hay?
—Nada, son habitaciones, está ultima tiene dos camas.
—¿Por qué está este Resguardo? —enfatizó en la última palabra.
—Por protección. Sólo los que estaban a la cabeza del Parlamento Real, sabían de él —levanto una ceja para que continúe—. Mi padre y Débora pertenecían a él. Sabían la existencia de este lugar.
—¿Y el rey no lo sabe?
—Claro que sí pero dejó de ser utilizado, por eso nos reunimos en el árbol, ese si es secreto.
—Vaya, sí que me odian como para dejarme aquí a tientas del destino si a su rey no le da por venir a visitarme.
—Tranquila, este lugar es seguro —frunce los labios―, un cincuenta, cincuenta. Confiemos en el cincuenta.
Termino la fruta, arrojándome lo restante a la boca, mirando la cama individual que se encuentra en la esquina y la otra en el otro extremo.
—¿Obsidian?