Rizel
El silencio me despertó.
El dolor corporal me mantuvo de más en el suelo, intentaba recordar que estaba pasando y porque mi primera vista fue el cielo. Eso no es todo, este no era el Reino, porque el de ahí se encontraba sombrío, eso sólo significaba…
Estaba en el límite de los dos mundos. Me incorporo mirando a mí alrededor con perspicacia.
Había absoluto silencio.
Entonces la mata de rizos azabache llega a mí.
Rizos.
Las imágenes de lo último inundan mi cabeza como flechas. Una Obsidian siendo asesinada hace un ahínco en mi memoria, quedándose impregnada en mi recuerdo.
Me levanto y corro hacia su cuerpo. Al estar frente a ella me dejo caer de rodillas.
—Lo lamento tanto —menciono.
Atrapo su rostro entre mis manos y la giro, pero visualizo algo en su cuello en la parte derecha. Quito con afán los rizos que me estorban encontrándome con algo que no tiene nombre. Parte de su cuello y hombro está entintada en negro, es como una raíz.
Me acerco más para poder observarlo con detenimiento, cuándo sus ojos se abren en un segundo y su mano va a mi cuello.
Intento apartarla. No puedo, es demasiado fuerte, demasiado que me está asfixiando. Mi asombro es mayor cuando veo sus ojos empañarse por una nube negra hasta volverse completamente negros.
—Obs-sid-dian —intento decir.
No sé qué me asusta más, sí que esté viva, o que sus ojos estén negros.
Ladea su cabeza.
—Riz-os.
Al escucharme, el agarre se vuelve débil hasta que me suelta.
Me desplomo de forma estrepitosa.
Jadeo y toso inhalando aire de forma torpe.
—¿Rizel? —llevo mi vista a su rostro encontrando sus ojos, esos ojos que...— ¿Qué ha pasado?
Mira a su alrededor confusa y yo me limito en analizarla. La entintada de su cuello aún sigue ahí, pero al menos ya no luce como si quisiera matarme, sus ojos ya no son negros.
—¿Qué es lo que recuerdas?
Su ceño se frunce y su mirada se pierde. Me preguntó qué es lo que pasa ahora en su cabeza. Me inquieta de una manera que me deja perplejo.
—Yo… —sus ojos se entonan en mí. Sé que es lo que va a decirme, por la forma en que se deforma su semblante entre una mezcla de rabia y confusión—. Boris me asesinó. ¿Por qué si quiera sigo respirando? ¿Qué dientes ha pasado, Rizel?
—No lo sé, Rizos, pero cuándo has… —el sólo pensarlo mi estómago da un vuelco. Agito la cabeza para eliminar esa imagen—. Ha liberado a los Líderes.
—¿Los líderes? ¿No es eso lo que querían?
—Queríamos al heredero —su mandíbula se rige—. Y sabemos que tú eres el heredero, Obsidian.
—¿De qué hablas?
Debo aplaudirle lo maravillosa que es para fingir, sino fuera porque mis propios ojos vieron todo lo que provocó le creería la mentira.
—Nunca hubo un heredero. Al menos no alguien masculino —niego con la cabeza.
Debo admitir que fue una pieza importante el ocultar la verdadera identidad. El legado real ha sido masculino por años, nadie se imaginaria que sería un ella.
Creo que los reyes sabían desde hace mucho su destino y quisieron esconder la verdadera identidad.
—¿Y ahora qué? —la voz trémula de Rizos, me indica que no va aceptarlo pero tampoco lo va a negar.
—Tenemos que volver.
Me levanto sacudiendo mis brazos y piernas.
—¿Mataste a Boris?
Me detengo abruptamente con la mención. Me da vergüenza levantar el rostro, lo tuve a nada de tener el corazón de ese maldito y perdí la oportunidad.
—No —espeto.
—Bueno, supongo que podré regresarle el favor. Sólo que está vez me voy a encargar de dejarlo en verdad muerto, así tenga que quemar sus huesos.
Alzo la barbilla para encontrar con Obsidian, pero no es ella. Es como… si algo haya cambiado. Es la misma, sin embargo su aura, su presencia es diferente, se siente diferente.
La examino y sigo el entintado de su cuello, hasta llegar a su mano y he ahí otra sorpresa, las ramificaciones siguen hasta sus dedos.
—Debo mencionar que cuándo moriste —su mirada se endurece—, algo nos lanzó y estamos aquí. Cuando he despertado he ido a verte, y noté que tu cuello tiene raíces negras, y en tu mano están también.
Su ceño se frunce, ladeando su cabeza. El entendimiento cae y lleva sus ojos a sus palmas encontrándose con lo que le he descrito.
—¿Pero qué…?
Examina su palma, su brazo, y tira del cuello de su ropa, mostrando que atraviesa por su clavícula hombro y baja por el largo de su brazo.
—No sé qué significa eso, Obsidian