En la boca del lobo.

Capítulo 14. Enemigo a la vista.

Camila se quedo inmóvil con la foto de Omar en las manos. Su corazón se aceleró al escuchar la voz de Román. No supo qué contestar y solo tartamudeaba.

—¿Todo bien? Te noto un poco asustada. ¿Acaso viste un fantasma?

—Es que… me pareció familiar el rostro de este chico, pero seguro estoy confundida. Lo siento, no debí estar husmeando —dijo mientras tocaba la foto.

—Era mi hermano, Omar. Ya te había hablado de él y de su trágico final —mencionó Román con bastante tristeza.

Camila tenía un nudo en la garganta. Su instinto le decía que debía contarle la verdad sobre la muerte de su hermano, que ella estuvo presente la noche de su asesinato. Pero algo en su interior la detenía. Por otro lado, Román fingía dolor, esperando que Camila admitiera que fue responsable de la muerte de su hermano, pero eso no sucedió, y era evidente que jamás sucedería. En el fondo, no creía que Camila fuera una asesina y no quería completar la venganza que había prometido hacer.

—Creo que ya es tarde, te llevaré con Fidel —musitó decepcionado.

—No es necesario, puedo ir sola.

—No es seguro que andes sola, déjame llevarte.

Mientras viajaban por las carreteras de la ciudad, una llamada interrumpió el incómodo silencio que invadía el automóvil.

—¡Camila! Te tengo muy buenas noticias.

—¿Qué sucede, Cristián? —respondió Camila, sorprendida.

—Hemos encontrado la ubicación de la señora Clara. Parece que está escondida al sur de la ciudad. Inmediatamente iremos a ese lugar. Si tenemos suerte, tendrá que confesar quién intentó hacerte daño.

Camila guardó silencio por un instante. Le daba pánico conocer la identidad de la persona que la había estado acechando todo este tiempo.

—Gracias por mantenerme al tanto. De verdad me interesa bastante saber quién está detrás de todo esto.

—Así será.Y por favor, recuerda cuidarte mucho.

Después de varios minutos de viaje, finalmente llegaron a la casa de Fidel.

—¿Segura que te quieres quedar con él? —inquirió Román, preocupado.

—Por el momento sí, no tengo otra opción. Estaré bien aquí.

Si ánimo de seguir insistiendo, Román se marchó antes de encontrarse con Fidel. Tampoco ganas de verlo. Camila se dio la vuelta para ingresar al residencial. Mientras caminaba, no dejaba de pensar en Omar. No podía creer el vínculo tan cercano que tenía con Román. El sentimiento de culpa no la dejaba estar tranquila; quizás, en el fondo, sabía que debía contarle la verdad sin importar las consecuencias.

Sin pensarlo un segundo más, tomó su teléfono y, entre la lista de sus contactos, buscó el nombre de Román. Estaba decidida a contarle todo lo sucedido aquella noche, pero nuevamente una llamada interrumpió su cometido.

—¿Dónde estás? —gritó la voz al otro lado del teléfono.

—En la casa de Fidel. ¿Por qué? ¿Qué sucede?

—Escóndete en un lugar seguro. Alguien te ha estado siguiendo durante todo el día, y parece que está cerca de ti —gritó el oficial Cristián—. Iremos lo más rápido posible.

Camila empezó a inspeccionar la sala con la vista y, llena de miedo se dirigió al segundo piso. Buscaba un lugar donde esconderse hasta que entró a la habitación más alejada del pasillo. Desde esa distancia, pudo escuchar el fuerte ruido que provocó la ventana de la sala principal al romperse. De inmediato, la alarma de seguridad comenzó a sonar por todas partes. Alguien subió rápidamente al segundo piso y empezó a forcejear con las cerraduras de todas las puertas. Asustada, tomó el primer objeto que se encontró: un trofeo de baloncesto. La puerta de la habitación en la que ella se encontraba comenzó a abrirse lentamente, hasta que Camila salió por detrás y atacó a la persona sin piedad.

—¡Basta! ¡Detente! ¡Me estás lastimando! —gritó el misterioso hombre, adolorido.

—¿Román? ¿Qué haces aquí? ¿No se suponía que ya te habías ido? —preguntó, mientras dejaba caer el trofeo al suelo.

—¡Mi cabeza! —replicó Román—. ¿Pensabas matarme?

—Primero respóndeme —insistió Camila, mientras volvía a tomar el trofeo del suelo—. ¿Qué haces aquí?

—Está bien. Te lo diré, pero suelta ese maldito trofeo.

—Sigues sin responder mi pregunta.

—Antes de irme, me di cuenta de que una camioneta negra se estacionó justo enfrente. Dos sujetos se bajaron y empezaron a rodear la casa —pausó su discurso por un momento para sobarse la cabeza—. Así que entré para comprobar que no estuvieras en peligro.

—¿Y dónde están esas personas? ¿No deberían estar aquí con nosotros?

—Es lo mismo que me estoy preguntando, pero el dolor de cabeza no me deja pensar con claridad.

—Ya no sé qué pensar de ti.

—¿Acaso estás dudando de mí? —respondió, levantando la voz.

—Tengo motivos.

—¿Cuáles? Dímelos ahora.

—Bueno… hoy por la tarde te vi husmeando en mis cosas —dijo, temerosa.

—¿Husmeando? Lo mismo que tú hacías en mi cuarto —replicó Román
—. ¿Crees que no me di cuenta? La forma en la que observabas la fotografía… Me parece que estás ocultando algo.



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En el texto hay: asesinato, secreto, policiaco

Editado: 14.09.2024

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