En La Tierra Del Plomo Hay Estrellas

LO QUE SE TRAGA EL RÍO

La tierra a los lados del sendero se humedeció luego que unas titilantes gotas de lluvia cayesen durante un cuarto de hora. El alba aún no matizaba en el firmamento, las mirnas y cotorros silvestres recorrían los cielos cómo por el agite de una bandada de olas. Desde que tenía memoria por aquellos rincones llegaban por error aquellas aves. Únicamente había buitres, en los primeros días de sus llegadas momentáneas los perseguían en tumulto con palos y cruces hasta la salida del pueblo. De nada sirvieron aquellas persecuciones, puesto que, merodeaban todo el día en el cielo. Algunos fervientes creyentes en los augurios prestaron dinero a los bancos capitalinos. Construyeron casas de doce pisos y en la cima les adornaron con escaleras. Con sumo cuidado se subían a espantar pajarracos. La gente encontraba tanto placer en aquella actividad que decidieron convertirlo en deporte oficial del pueblo. 

Luego de algunos tres años, a la sazón, comenzaron a aparecer en las calles del pueblo los cadáveres fríos de hombres y mujeres, en el mejor de los casos los encontraban mutilados. Lo normal era toparse con cabezas tiradas a la entrada de la capilla o, ir caminado y por error patear un brazo. En otras ocasiones los pescadores sacaban buena pesca mezclada con piernas podridas.  

Eloida sentía el arrullo sereno del frío mañanero que trae voces del río con sus conchas de papel quemado por la lluvia, llevaba los pies descalzos, el rostro somnoliento se le cubría de ojeras. Se puso a recorrer las calles a partir de las cuatro de la mañana. Temía encontrarse con algún militar. Miró al cielo. Continúo caminando rumbo al cementerio. Rozó las rejas oxidadas a la entrada. Buscó la tumba de Alejandrina Vitola.

Recordaba tener algunos ochos años o tal vez nueve, a esa edad escucho la historia, su abuelo el relató sentado en su trono de madera. Alejandra era tan recordada cómo la llegada de la radio al pueblo. Aún más que Simón Bolívar. Para esos días corría el año 1944, las elecciones a la alcaldía se reñían entre los Ovalle y los Mensuco, dos familias traficantes de caña y droga. Los camiones se abrían paso entre el monte. Los primeros pobladores recordaban sus machetes tumbando caña en aquella espesura después de abolida la esclavitud.  

En esos días la minería de oro no era demasiado popular en la zona. El oro era la pesca. La negra Alejandra era empleada de los Ovalle, estaba embarazada, al descubrir los patrones el proceder de aquel gestante ser la mataron a machetazos. La negra se embarazo del hijo menor de los Mensuco, no era capaz de mantener las erecciones ante las mujeres. Al conocer los Mensuco las proezas vitales de ella no meditaron en tener un nieto mulato.

Allí comenzó la guerra.

Eloida volvía a la casa. Eran las siete en punto. Entró en puntillas para no ser percibida por Alquimio. Se acostó pensando en un panal de abejas sobre la tumba de la negra.  



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En el texto hay: guerra, realismo magico, artista

Editado: 14.06.2020

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