En las Fauces del Lobo

5. El defensor

La esperanza es algo que surge una vez dentro de nosotros y nunca más se vuelve apagar        

La esperanza es algo que surge una vez dentro de nosotros y nunca más se vuelve apagar. Hasta que muramos. Es una llama que se expande dentro de nosotros y, así mismo, puede irse debilitando.

Existen personas que tienen su llama demasiado viva, les recorre todo el interior del cuerpo y nada ni nadie, puede hacer que se debiliten, así era Rowena; y hay otras personas que dejan de tener propósitos, se sientan con una llama débil de esperanza que parece que, en un soplido, puede desintegrarse. Esperan delante de la puerta a que la muerte venga a por ellos, así era la señorita Brighton.

También están las personas que no están en ningún extremo, sino en un neutro. Como Gwendolyn e incluso Rolan. Solamente que cada uno se inclina un poco más al lado adverso.

Rolan tenía un propósito: su hija. Era lo único que lo mantenía de pie, mientras que todas sus tragedias y sus aventuras pasadas lo debilitaban, muchas veces eran mucho más fuertes.

Gwendolyn tenía todavía la esperanza de salir del pueblo y encontrarse a sí misma. Eso era lo que la mantenía en una lucha constante. No le importaba lo que dijesen de ella, pero la única opinión que verdaderamente le importaba, era la de su padre. No quería defraudarlo, aun si ése fuese el pase para salir de Mazefrek.

Darion se percató que Rowena había debilitado su propia esperanza. No comprendía lo que ella podía estar sintiendo, pero Rowena se sentía perdida y desolada con la sola idea de su padre.

Se lo imaginaba enojado, triste e incluso decepcionado. Sin embargo, agradecía no estar muerta. Hubiese sido mucho peor, ya que estaría completamente solo y su esperanza se hubiese esfumado, como su vida.

Una lágrima rodó por la mejilla de Rowena y no se molestó en limpiarla. Se sentía tan débil. Observaba un punto fijo en el césped. Gwendolyn ya se había marchado y Darion creyó que era por lo que había dicho.

Temía que fuese peor. Antes la había visto con tanto miedo, seguramente lo odiaría ahora.

Una vez más, se mostró indiferente.

—Como dije —se atrevió a decir. Rowena no se molestó en verlo, desde que se había sujetado de él para que la sacara del bosque, no había vuelto a ver sus ojos— tenemos que desinfectar tus heridas y limpiarte, si no quieres que pase algo peor.

«Algo peor» se repitió Rowena, mientras el corazón le latía con frenesí.

No respondió, permaneció observando el césped bajo ella.

—Papá —murmuró para sí misma, como si eso le diese esperanza y vida.

Darion dejó de observar sus heridas para buscar sus ojos los cuales, una vez más, no lo observaban a él.

—Ir a casa en este estado —musitó—, ¿tu padre está ahí?

Rowena asintió con la cabeza, por un momento Darion creyó que no le respondería. Sintió un poco de alivio, raspó su garganta y tragó saliva, ciertamente se sentía incómodo por no hacer que Rowena reaccionara.

Parecía ser otra persona. No la chica entusiasta y vivaz que veía a los lejos, siempre perdida en un mundo completamente ajeno a la realidad.

Ahora era una chica que intentaba mantenerse cuerda, con la vista perdida y el cuerpo lleno de heridas. Darion veía heridas todo el tiempo, su cuerpo era prueba de ello, sabía perfectamente que los rasguños de Rowena no eran profundos ni graves (a comparación con los que él tenía). Lo que le preocupaba era su interior.

—¿Gwendolyn le dirá a los demás? —preguntó con un hilo de voz.

Darion la observó una vez más.

—Será mi culpa si lo hace, lo lamento.

Rowena ya no respondió, ni movió sus labios. Observaba fijamente el césped verde que se extendía debajo de ella. Darion no sabía qué hacer. Quería llevarla al río que no estaba tan alejado del pueblo para limpiarle las heridas, sin embargo, temía tocarla.

Estaba tan absorta en sus pensamientos que temía irrumpirla, aunque debía hacer algo por ella.

—Rowena —la llamó, acercándose a ella a rastras—, por favor, Rowena, ¿me escuchas?

Rowena no respondió ni lo observó.

—Row —dijo Darion casi en un susurro—, debemos irnos, ¿no te parece?

Entonces levantó la vista.

Nadie la había llamado Row. Solamente una persona que no veía durante mucho tiempo. El único amigo de carne y hueso que tuvo cuando era una niña. Su voz aún sonaba cercana y la hizo transportarse a esos momentos en las que él la defendía.

Cuando ella se lanzaba a atacar a los demás niños por jalarle el cabello, él, Terrence, la sujetaba con fuerza, regañaba a los demás y tranquilizaba a Rowena entre sus abrazos.

—Row —le decía siempre—, ¿cómo estás, Row?

Desde que se fue jamás nadie volvió a llamarla de esa forma. Le resultaba tan lejano aquel nombre, ciertamente desconocido.

Hasta que volvió a escucharlo.

—¿Qué dijiste? —preguntó, atónita.

—Que debemos irnos —respondió Darion, seriamente.

—No, no —señaló Rowena, intentando hacer una mueca, pero su rostro parecía estar congelado— antes.

—Nada —dijo como respuesta, levantándose—. Necesitamos irnos, Rowena. No sabemos lo que pueda estar haciendo Gwendolyn.

Rowena asintió con la cabeza. Darion extendió su mano, mostrando la palma. Su rostro estaba pétreo, mucho más que el de Rowena en ese momento de aflicción. Primero dudó, no estaba segura de si debía aceptar.

Terminó cediendo. Sus manos se juntaron, la fría mano de Rowena contrastó con la cálida de Darion. El agarre se volvió fuerte y la impulsó para ponerla de pie.




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