Perla se dirigía a la salida como si estuviera presidiendo una procesión fúnebre, pasos lentos y solemnes. No iba a llorar, odiaba llorar, aunque por dentro estaba destrozada. El corazón le decía que nada volvería a ser como antes, que, aunque volviera de Encenard en unos años, ya todo sería distinto. Una versión de Perla estaba muriendo al salir de su casa.
La abuela Helena tenía sentimientos encontrados de ver partir a su nieta, por una parte, la iba a echar mucho de menos, pero su corazón se alegraba pensando que en Encenard nadie sabría del escándalo y que Perla podría asegurar un buen matrimonio con algún caballero de ese reino. Había escuchado que los hombres en Encenard eran notablemente apuestos, seguramente Perla encontraría alguno que fuera de su agrado. En esa idea encontraba mucho consuelo.
El carruaje aguardaba en la entrada. La familia entera estaba presente para despedir a Perla y al tío Leónidas en su viaje. Felicia le dio un frío abrazo de despedida a su prima, mostrándole así que la resentía por el escándalo; a pesar de que esta ya lo suponía, puesto que no le había dirigido ni media palabra desde entonces. Perla fingió que no lo notaba, no valía la pena hacerse mala leche contra Felicia, quién sabe cuándo volverían a verse de cualquier modo y prefería no llevar amarguras insignificantes en el corazón.
La despedida con Rafael fue mucho más cálida. Su interior estaba lleno de remordimiento, Rafael se culpaba por lo sucedido, convencido de que de haber estado más al pendiente de su hermanita, el canalla de Ferraz jamás la hubiera seducido. Perla ya le había asegurado que él no tenía ninguna parte en el idilio, pero en Rafael persistía la idea y hacía su pesar por la partida de Perla aún mayor.
Tadeo Duval seguía molesto, sin embargo, al acercarse para despedir a Perla no pudo evitar que sus ojos se enrojecieran. Iba a echarla horriblemente de menos. La casa se sentiría muy sola sin su hija.
—Por lo que más quieras, hija, pórtate bien allá. No le des problemas a los Gil —le imploró casi nervioso.
—Papá, no tienes ni qué decirlo. Aprendí mi lección —le aseguró ella antes de abrazarlo con todas sus fuerzas—. Te amo.
Apenas estaba saliendo el sol y el carruaje ya iba en marcha para descender de Roca Dragón. Perla no quiso asomarse por la ventanilla para ver su casa por última vez, el pensamiento la deprimía demasiado.
No habían pasado ni quince minutos, cuando el tío Leónidas ya iba cabeceando.
—¿Por qué tenemos que ir por tierra? Llegaríamos mucho más rápido en dragón —se quejó Perla.
Para llegar a Encenard había que cruzar un vasto terreno conocido como el Valle que dividía los tres reinos que conformaban el mundo conocido: Dranberg, Poria y Encenard. El camino era largo y monótono, más allá de uno que otro grupo de forajidos, el Valle no tenía mucho para ofrecer.
—Las mercancías que transportamos son demasiado pesadas y numerosas, la familia solo posee dos dragones y tu padre necesita tener el suyo con él por si sus deberes con la Corona se lo demandan. Uno solo no podría con la carga, no nos queda más que ir por tierra —le explicó el tío, irritado de que lo hubiera despertado.
—Dos semanas y media es mucho tiempo de viaje, será aburrido —siguió quejándose Perla con pesimismo.
—Basta de rezongar. Deberías ser más agradecida de que te esté trayendo conmigo —la amonestó el tío Leónidas—. Después de la vergüenza que nos has ocasionado, lo que te merecías era que tu padre te echara a la calle y te quitara su nombre. Pero claro, mi hermano siempre te ha mimado de más y no tuvo el corazón para hacerlo. ¡Por eso te comportas así! Nadie ha tenido mano dura contigo, como yo la tuve con mi Felicia. Por eso ella es una jovencita respetable, mientras que tú… bueno, no hay por qué ponerse desagradable. Solo te digo que espero que esa familia Gil sepa tratarte con la severidad que mereces, me apenaría enterarme de que son amables contigo.
Perla cruzó los brazos sobre el pecho y se giró lo más que pudo para no ver a su tío. Jamás le había tenido especial estima al hermano menor de su padre y lo que acababa de decirle no había hecho sino empeorar esa situación. ¿En verdad esperaba que Tadeo la echara a la calle? ¡Qué canalla desalmado! Perla se dio cuenta de que el viaje se sentiría aún más largo debido a la agría compañía de su tío.
Llegar al pie de la montaña les tomó dos horas, ahí los aguardaban los hombres y las carretas que transportarían las mercancías a Encenard. El tío Leónidas se bajó para inspeccionar que todo estuviera en orden.
En tanto que lo esperaba, Perla tomó la bolsa de viaje que su abuela le había preparado. Aún no se había dado el tiempo de inspeccionar qué había dentro y decidió que era buen momento para hacerlo.
Lo primero que encontró al abrir la bolsa fueron sus bocadillos predilectos, seguro que la abuela había hecho madrugar a la cocinera para tenerlos listos para su partida; después vio un peine y un pequeño espejo, una indirecta para que cuidara su aspecto durante el trayecto, también había estambre y un par de agujas para que se entretuviera tejiendo. El último objeto fue el que más llamó su atención, un libro de tapa negra. Historia de Encenard, desde sus orígenes hasta el presente, leía la portada. Perla soltó un suspiro corto, era un buen detalle, posiblemente le convenía aprender algo del reino que sería su hogar durante los próximos años. Comenzó a ojear el libro con interés, no sabía mucho de Encenard, lo poco que había escuchado lo había aprendido de la princesa Odette, que era originaria de ese reino y de su hermano mayor Alexor, cuando este pasó una temporada en Roca Dragón.