En las redes de Julián

Capítulo 2

Julián

 

Cuando veo a Carol tras su escritorio, me preparo mentalmente para tener que enfrentarme a ella. Me acerco sin agachar la cabeza y noto que, al menos, está recogiendo sus cosas. 

Me ve y blanquea los ojos con resentimiento. Frunzo el entrecejo; no me gusta que me miren así. 

—Buenos días, Carol. 

Algo similar a un gruñido sale de sus labios y me ignora por completo. En momentos así es cuando recuerdo por qué tengo mi regla de no enredarme con gente de la empresa… sin embargo, cuando Carol se gira y veo su trasero apretado en la falta negra, recuerdo también por qué he roto esa regla tantas veces. 

Sacudo la cabeza y me dirijo a la oficina de mi papá, esperando mentalmente la reprimenda por perder el duro trabajo de Carol por mi culpa. 

Entro y noto que delante del escritorio de mi papá hay una mujer sentada. Solo veo su espalda, que está parcialmente cubierta por unos mechones de cabello negro y brillante; a medida que me acerco, la analizo. Hombros pequeños, tacones de aguja de los que deberían ser considerados peligrosos por lo altos y delgados que son, una camisa negra sin una sola arruga y pantalones de vestir ajustados. 

—Julián, qué bueno que llegas —dice mi padre distraídamente. 

Me siento junto a la desconocida y saludo cortésmente. 

—Buenos días, señorita. 

—Buenos días, señor. 

Extiendo mi mano y cuando ella clava su mirada en mí, algo se agita en mi interior. Tiene unos enormes ojos verdes, ¿cómo es posible siquiera que ese tono exista en los humanos? Pero no es tanto el color lo que me estremece, sino esa ligera hostilidad que percibo de su parte. ¿Lo estoy imaginando?

—Señorita Montenegro, le presento a mi hijo menor, Julián —interviene mi padre, y ahora estoy seguro que me miró con hostilidad, porque al escuchar la voz de mi padre, su ceño se suaviza y su gesto se dulcifica—. Julián, ella es Nathalia Montenegro, viene a suplir a Carol. 

—Ah, sí, vi que ya estaba empacando. 

Mi padre me lanza una mala mirada que finjo no notar. 

—Fue una excelente secretaria durante cuatro años —apunta, y parece que solo quiere hacerme sentir culpable—. En fin, le estaba comentando a la señorita…

—Disculpe —ella lo interrumpe—, ¿Carol es la mujer que me recibió? ¿la…secretaria

El tono que deja en la palabra dice claramente que le sorprende. 

—Sí, es correcto. —Mi padre escucha su celular y lo toma para mirar rápido la pantalla. Suspira como si se sintiera aliviado y puedo imaginar que es mi madre, diciéndole que ya está cerca para que vayan a almorzar juntos como cada tarde—. Discúlpenme, creo que debo irme. Pero primero le diré a Carol que le muestre su escritorio, señorita Nathaly, y mi hijo puede darle más claridad respecto a sus responsabilidades.

Se pone de pie sin esperar respuesta, como el hombre que sabe que no necesita que nadie le dé permiso de irse de su propia oficina. Se despide formalmente de Nathaly con un apretón de manos y yo tomo el lugar que él dejó, a la cabeza de la oficina, de la empresa, de todo lo que está bajo mis pies. 

Miro a Nathaly y luce un poco sonrojada, su ceño aún fruncido. 

—¿Se encuentra bien? 

—Sí, bien, es que… —Lo piensa unos segundos y al final suspira, como si le hallara la razón a sus propios pensamientos—. No es nada, es que no tenía claro para qué puesto venía. 

—¿A cuál creía que aspiraba? 

—Algo más importante que secretaria… —Noto que se muerde el labio, como si se le hubiera salido esa respuesta sin querer y no me queda sino reírme entre dientes—. Disculpe, eso sonó feo. Lo que pasa es que tengo experiencia y conocimientos más allá de los de una secretaria. 

—¿Es decir que no le interesa el puesto?

Lo piensa uno, dos, seis segundos y finalmente asiente. 

—Sí me interesa. Lo necesito y pues… por algo se empieza. 

—Excelente, porque trabajará para mí. 

Su espalda se endereza abruptamente y me observa con fijeza. No puedo evitar disfrutar de su desconcierto. 

—¿Disculpe?

—Mi padre está a nada de retirarse, y yo asumiré el cargo y responsabilidad de la corporación muy pronto. No está aplicando para ser cualquier secretaria, señorita Montenegro, sino para ser la secretaria de presidencia. 

Omito el ligero detalle de que yo también estoy aplicando para el puesto de presidencia, porque no es cien por ciento seguro que papá me lo deje a mí. Ella no necesita saber eso. 

Nathaly abre los ojos para responder, pero la puerta se abre y mi padre se asoma de nuevo. 

—¿Señorita Montenegro?

—Sí, señor. 

—Por favor venga, Carol le mostrará un poco lo que debe hacer. 

Nathaly ya se ha puesto de pie, pero me mira como si estuviera decidiendo si debe despedirse o solo salir sin más. Tomo la iniciativa y extiendo mi mano, ella la toma con cortesía y sonríe. 

—Fue un placer, señorita. 

No responde y sale; sus tacones resuenan a medida que se aleja, hasta que mi padre cierra la puerta y entra de nuevo en la oficina. Su rostro ha perdido la calidez con que habló con Nathaly y ahora me fulmina con la mirada. 

Me levanto sutilmente de su silla, y rodeo el escritorio. 

—Una última oportunidad, Julián. ¿Entiendes eso?

Asiento con gravedad. mirándolo a los ojos para más credibilidad. 

—Lo sé, papá. 

—Eres un adulto de casi treinta años, es momento de que tomes las riendas de tu vida, ¿comprendes eso?

—Que sí, papá. 

—No, no, nada de “sí, papá”, porque siempre me dices lo mismo, pero es la tercera secretaria que se va porque no pudiste mantener tus pantalones cerrados. Cuando tenías veinte años era entendible, pero ya eres un señor y no puedes ir por la vida de fiesta y juerga eternamente. 

Me resisto de blanquear los ojos. Me regaña como si tuviera veinte años, pero como bien ha dicho, tengo casi treinta y no merezco que me traten así. Bueno, quizás sí lo merezco, pero no me gusta. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.