Mi itinerario era rutinario: despertar, desayunar, clases con Magnolia, almorzar, clases con el señor Constantino, la cena e ir a dormir. Y todo ello con mis dos guardias seguidores siguiendo mis pasos.
Rolan era cambiado constantemente dentro y fuera del palacio, así como de sus poblados a los alrededores de La Capital. No tuve la oportunidad de volver a verlo desde aquel día del funeral, considerando que apenas y fui capaz de cruzar los corredores fuera de mi alcoba, aunque aquel día supe que regresaría, ya que los reales se reportan al palacio cada mes.
Como cada mañana, mi doncella seguidora se internó en mi alcoba y colocó el vestido gris que supuso que me pondría, pero en esa ocasión denegué a ello, pues un hermoso sueño con mi madre me otorgó de alguna forma consuelo para seguir adelante.
—Lleva de vuelta al armario aquel vestido, Ana —ella me observó con premura confusión cuál si un error hubiera cometido—. Y saca el lila vaporoso con flores, quieres —agregué con suave voz, causando que ella sonriera con ligereza.
Habitualmente en nuestras cotidianas vidas entablar alguna pláticas entre ambas sería un acto inusual e impropio, por lo que cordialidad era lo único existente en ambas, aunque si ella ha estado a mi servicio desde que ella tenía 15 y yo 13.
Para cuando el desayuno terminó, me paseaba del brazo de Magnolia que en ese instante se comportaba mucho más condescendiente conmigo, pues me ayudaba a repasar los libros leídos por las lecciones que me impartía, ya que debía instruirme no para ser una princesa sino una reina. Mis dos guardias seguidores siempre yacían detrás de mí a una distancia tolerable, pero eso no impedía que me acostumbrara a ello. Era enfadoso a tal grado que ni siquiera pregunté por amabilidad sus nombres como solía llevarlo a cabo con todos los residentes que laboraban dentro del palacio.
—Los extraño tanto, sabes. Como nunca lo hubiera pensado —le espeté y Magnolia me envolvió en un abrazo consolador pues, aunque durante ciclos mis hermanos vivían alejados de este sitio, el saber que se reunirían conmigo en sus descansos lo cambiaba todo, porque mi madre se esmeraba tanto en sus regresos que invitaba a todos los empleados del palacio para brindarles una cálida bienvenida.
Nuestro paseo fue interrumpido, ya que nos dirigimos al gran salón de visitas puesto que mi presencia se requirió debido a la solicitud de un coronel de alto rango. Lo supe de inmediato por las tantas medallas en su elegante uniforme en tono negro, del mismo modo que logré identificarlo, siendo que le recordé de aquel terrible día. Su nombre: Roberto Marven Asen, el cuñado de René Farfán, gobernante de Teya.
—Buenos días, princesa Tamos.
—Buenos días, coronel Marven. Es un placer recibir su visita —mentí.
—Su padre me envió a usted.
—¿Mi padre?
"Creí que me había olvido en la penumbra de su botella"
—Su Majestad me encomendó su resguardo. Sé que tiene a su servicio escolta azul, pero requiere de alguien que la resguarde realmente, alguien fuerte.
—¿Y usted lo hará? —la duda menguó, causando que mi ceja se levantara, ya que debía ser mayor que mi padre.
—No, Su Alteza. Es por ese motivo que espero me permita presentarle a mi hijo: el teniente Damián Marven Farfán. Él la resguardará —es entonces que presté atención al joven que se nos acercaba realizando una leve reverencia.
—Será un honor servirle, princesa Tamos.
—El honor será todo mío, señor Marven.
—Excelente —aplaudió el coronel—. Mi hijo hará un recorrido de la zona y mañana por la mañana se encontrará en su totalidad a su servicio— sonreí con cortesía pese que en lo único en lo que mi mente abordó fue un pensamiento agotador que correspondía a tener más guardias vigilando mis pasos.
Para cuando volví a ver a aquel joven (siendo que podía sentir su profunda mirada observándome) le presté la suficiente atención para recordarle. No por nada, se me hizo conocido tras verlo, pues él fue el muchacho que sujetó mi brazo cuando la noticia del jet donde venía mi familia llegó a mis oídos. Esa vez no le había mirado bien por la circunstancias más que obvias, pero en ese instante noté sus rasgos con atención: alto y delgado, aunque atlético por el entrenamiento que debió llevar en la academia. Su cabello era un tanto ondulado y se situaba por debajo de su cuello amarrado en una pequeña coleta llamando mi atención, ya que los hombres en servicio no acostumbraban portarlo de tal forma.
Su piel era blanca pese que su cabello era de un perpetuó negro haciéndole ver más pálido con aquellas cejas pobladas y arqueadas consiguiendo que su mirada fuera profunda e inquisitiva, sin embargo, mis ojos se clavaron en aquella pulsera roja que relucía en su mano izquierda, pues era idéntica a la que yo portaba en mi tobillo.
Mis hermanos me la habían regalado tras su regreso de ese invierno. A mí me pareció un obsequió inusual, ya que estaba fabricado de cordón rojo anudado de una manera artesanal a la que se le añadía una perla de color purpura encontradas en ríos y riachuelos. Siempre me gustó coleccionar piedras y perlas preciosas desde que era muy pequeña e imaginé que por eso la razón de tal regalo, sin embargo, para el resto no sería más que una baratija seguidora impropia de ser portada por una princesa. Fue por eso que Dante sugirió que la llevara en el tobillo para de esa forma, pasar desapercibida y desde entonces la conservé en aquel sitio.
—Me parece adecuado, coronel Marven. Sea bienvenido a este palacio señor Damián. Espero encuentre en este sitio, un lugar al cuál pertenecer. Y sí eso es todo, me retiro.
Pudiera que haya sido grosera aquel día, siendo que Magnolia me tiró un sutil codazo que pasó desapercibido, considerando que ellos solo se hicieron un lado tras mi paso.
Me dirigí a mi habitación con algo que hacer, por lo que me destiné a despedirme de Magnolia en el piso de su estancia con la promesa de verla por la tarde para mis siguientes lecciones con Constantino. Pasé como era de costumbre, en las puertas de las habitaciones de Ben y Dan y como siempre, no pude entrar. Llegué a la habitación, di unos pasos hacia el balcón cuando de pronto, sonreí tras escuchar la voz que con tantas ansias deseaba oír.