En manos de un psicópata

Capítulo 22

—¡¿Qué mierda acaba de decir?! ¿Piensa matarse solo porque te lo pedí? ¡Yo… yo no voy a cargar con la muerte de un loco enfermo! —no pudo evitar alterarse al verlo con un arma en sus manos apuntando a su cabeza con una expresión que contrasta con la locura que está a punto de cometer.

La respiración se hizo agitada, su cuerpo no pareció moverse, es tal como si todo lo que estuviera pasando no fuera real, es demasiado absurdo para serlo. Sintió como sus dedos se recogían por la tensión que se apoderaba de cada una de sus extremidades, y con un esfuerzo sobrehumano alzó sus manos y se cubrió los oídos antes de volver a gritar.

—¡No lo hagas! ¡Detente! —y su voz se repitió por los pasillos vacíos de ese lugar, parecía que solo se encontraban ellos dos.

Y maldijo en su interior que ninguno de los empleados de esa casa se hiciera presente con sus gritos, o bien están completamente solos o nadie se atreve a involucrarse en los asuntos personales de su jefe.

Susana al notar la sonrisa que se dibujaba lentamente en ese rostro desquiciado su cuerpo se enmudeció sin responderle, quisiera salir corriendo, pero no puedo hacerlo, aunque quisiera, entre ella y la puerta se encuentra Antonio con un arma.

Por lo que solo optó por flectar las piernas, manteniendo sus manos cubriendo sus orejas y cerrando los ojos sin moverse de su lugar, como si con eso pudiera desaparecer en ese momento. Fue hasta que escuchó la risa de Antonio que se atrevió a abrir sus ojos, aquel con el arma aun en mano incluso ha doblado su cuerpo sin dejar de reírse.

Estupefacta guardó silencio con los latidos de su pecho retumbando tan fuerte como un tambor dentro de su cabeza. La mirada perdida y confundida de la mujer se quedó fija en él con su rostro pálido.

—El arma está descargada, mi ratita ¿En verdad pensaste que lo haría? ¿De qué valdría la pena morir si eso significa que estaré lejos de ti? —señaló con gesto divertido.

¿Acaso no lo iba a hacer? ¿Acaso solo lo hizo para burlarse de ella?

Susana sonrió descolocada, para luego bajar la mirada colocándose seria, como si no entendiera que había pasado. Su cuerpo comenzó a temblar de la impotencia mientras lagrimas caliente y de rabia surcaban por su rostro, apretó los dientes con rencor ¿Qué mierda le pasa a este infeliz?

La sonrisa se borró de inmediato del rostro de Antonio.

—No, amor, no llores, estoy bien, mírame, solo bromeaba —señaló preocupado rodeándola con sus brazos.

Susana lo empujó, no quiera nada de ese loco enfermo, quisiera solo patearlo y alejarlo de ella. Antonio nunca antes la había visto así, si hubiera sabido que eso pasaría hubiera evitado cargar el arma con una sola bala. No sabía lo que le importaba, y erróneamente concluyó que la respuesta de la mujer era por el miedo de perderlo a él.

La besó varias veces para calmarla dándole suaves besos que ella no rechazaba porque en ese momento su mente divagaba buscando la cordura que parecía escapársele de las manos. Para cuando poco a poco comenzó a volver en sí solo pudo alzar la mirada sin ocultar el rencor en sus ojos.

—No llores, amor ¿Quién te ha hecho sufrir así? —señaló Antonio en tono cariñoso limpiando sus lágrimas con sus dedos.

—Maldito loco —dijo finalmente Susana luego de salir de esa crisis, avergonzada de dejarse manipular de esa forma y queriendo huir de los brazos y caricias de Antonio—. La próxima vez que quieras reventarte los sesos no lo hagas en frente mío ¡Vuélate la cabeza lejos de mí!

Antonio sonrió al darse cuenta de que ha vuelto a su estado normal y le besó la frente pese a la oposición de la mujer.

—Esta bien, el día que lo haga lo haré lo suficientemente lejos para que no puedas oír nada ¿Con eso estas feliz? —le susurró al oído.

—Lo estaría si estuviera lejos de aquí —masculló entrecerrando los ojos con rencor.

—¿Y a donde iras? ¿Dónde podría ir una huérfana que no tiene a nada ni a nadie?

Susana lo contempló fijamente tensando su semblante.

—En realidad tu sabes que si sería capaz de irme a donde quisiera sin necesidad de tu ayuda ¿No es así? —le preguntó seriamente.

Ante la pregunta Antonio se quedó en silencio. Fue como si justo adivinara sus pensamientos. Desde hace mucho nadie lo dejaba callado, y es que es verdad, quiere hacerle creer que no tiene a donde ir y su única opción es quedarse con él. Pero esa mujer sería capaz de levantar a los muertos si con eso logra su objetivo, no es alguien fácil de manipular.

—Podrías —finalmente habló y la mujer no pudo ocultar su sonrisa de victoria—, Otra cosa es muy distinta es que te deja hacerlo…

—¿Qué diablos? —la mirada descolocada de Susana se detuvo en una mueca ¿Acaso piensa encerrarla en este lugar?

Antonio volvió a sonreír con confianza antes de tomarla por la barbilla, y aunque Susana intenta no rehuir su mirada le es difícil sostenerla cuando la otra persona la contempla de una forma inquietante.

—No puedo dejarte ir. Cargas con mi hijo en el vientre —señaló antes de colocarse de pie.

—Tú… —Susana apretó los dientes— ¿Eso quiere decir que una vez que de a luz me dejaras libre?

—No —respondió de inmediato.

Susana empuñó ambas manos apoyándolos en el colchón de la cama, tragó saliva con amargura. No sé imagina toda la vida vivir en manos de un hombre que no tiene del todo bien su cabeza.

—¿Me retendrás para siempre? —preguntó entrecerrando los ojos.

—No quiero retenerte por siempre, solo hasta que la muerte nos separe, como los votos que hicimos al casarnos —exclamó antes de acercarse a la puerta.

—¿Cuál voto? Si me retuvieron sin permitirme decir nada —se quejó recordando ese matrimonio forzado—. Además… ¿Cómo puedo dormir aquí ahora luego de todo ese espectáculo que has dado?

—¿Tienes miedo?

No respondió a esa pregunta. Más al notar la sonrisa en el rostro del hombre. Antonio nota que la mujer se soba los hombros sin mirarlo, con su cabeza doblada y la vista en el vacío. Es evidente que algo siente, tal vez miedo, o rechazo. No lo sabe. Acercó sus pasos hacia ella notando como Susana alzaba sus ojos al verlo tan cerca y sus pupilas se empequeñecían sobrecogida por la sorpresa de tenerlo tan cerca.




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