Observó lánguidamente el cereal flotando sobre la leche desabrida. Alzó su mirada notando la seria expresión de los hombres que parados más atrás no dejan de seguir cada uno de sus movimientos, para luego notar el amargado semblante de la empleada que acababa de servirle el desayuno.
Alejó el plato de leche sin tocarlo ¿En qué cabeza alguien podría pensar que un misero tazón de leche descremada y cereal sin azúcar es suficiente para alimentar a una mujer embarazada?
La mujer, sin decir nada, tomó el tazón y fue a dejarlo a la cocina mientras Susana se levantaba de la mesa. No pudo evitar detener sus pasos y su mirada se perdió en las pequeñas partículas, que un rayo de sol que atravesaba la cocina dejaba ver. Tuvo envidia de la libertad de aquella y quisiera poder flotar con esa facilidad para poder salir de este encierro.
Su panza ya se hace visible y sintió el gruñido en su estómago de un bebé que reclama comida. Sus ojos volvieron a detenerse en la mujer de la cocina y aquella solo se alzó de hombros.
—El señor Fave dijo que debemos atenernos al plan de salud de una embarazada, lo único que puede comer es la leche con cereales —repitió lo mismo de cada mañana.
Desde que Antonio salió ese día no ha vuelto, y de eso han pasado varios meses. Solo la dejan salir a los controles, acompañada por estos hombres, y luego tiene que volver a esa infame casa sin salirse del camino.
Se llevó la mano a la cabeza sintiendo un ligero mareo y siguió mi camino sin replicar. Está cansada de pelear con la mujer que no entiende que la leche le causa náuseas, pero tampoco puede pasarse toda la mañana con hambre esperando la hora de almuerzo.
Es una crueldad de Antonio de no pensar ni siquiera en la salud del bebé.
El tema es que es difícil huir estando en un país en dónde tiene pocos contactos y amigos. Solo conocía a sus compañeros de trabajo y a su ex arrendador, pero todos ellos se creyeron el cuento de que en estos momentos debe estar feliz al lado de tan buen hombre como aparenta ser Antonio frente a todo el mundo.
Tensó su mirada contemplando el bonito jardín exterior que hasta ahora solo ha podido ver desde la ventana de la habitación.
Aunque en un principio no le dejaban salir de la habitación, ahora por lo menos puede pasear en todo el interior. La casa es grande, de enormes ventanales y dos pisos. El primer nivel toca el cielo de la casa, ya que desde la escalera hacia el fondo solo corresponde al segundo piso. Al otro lado está la entrada y la cocina. La mujer a cargo de su comida no le permite ni siquiera abrir el refrigerador o buscar en la despensa. Suspiró.
Las lámparas cuelgan a los costados en dónde al fondo hay un enorme sofá de color crema y detrás varios ventanales que dejan ver el paisaje de bosques que hay en el exterior.
Desde ahí pudo darse cuenta de que no hay forma de huir, está tan aislada de la civilización que no podría conseguir ni siquiera un taxi porque no sabe tampoco en qué lugar se encuentra con exactitud porque cada vez que va a control la obligan a llevar sus ojos cubiertos por lo que es difícil que pueda memorizar el viaje.
Y aunque el teléfono que dejó Antonio para ella funciona para llamadas, no tiene internet ni la lista de contactos conocidos. En realidad, no le sirve para nada.
Bufó dejando el aparato sobre la cómoda para luego recostarse en la cama.
—Odio vivir así —suspiró colocándose una almohada sobre su cabeza.
Una horrenda pesadilla la hizo saltar en la cama. Y el sabor metálico de la sangre de esa fantasía aún puede sentirlo en la boca, pese a que en realidad no tiene herida alguna. Soñó que un demonio la atrapaba en el aire y sin piedad le arrancaba sus dos alas a pesar de sus gritos.
Despertó con dolor de estómago, y se sentó en la cama desesperada por hambre mirando la hora. Es cerca ya del mediodía, es hora de almorzar. No tiene muchas esperanzas de lo que le darán de comer, y comienza a pensar que la bruja de la cocina solo se divierte torturándola con comida que no se comería ni el hombre más hambriento del mundo.
Y tenía razón. La comida servida en el plato no solo no huele apetitosa, su aspecto es horrible, se quedó impávida mirando la comida y al levantar la mirada incluso le pareció ver a la mujer sonreír con burla, aunque quiso ocultarlo al darse cuenta de su atención.
—No puedo comer esto —se quejó Susana con impotencia.
—Estoy cumpliendo con el plan del señor Fave —respondió con sequedad.
—¡Pero esto no podría comérselo nadie! —golpeó la mesa, perdiendo la paciencia ante el tono de superioridad de la empleada.
—Llevó años trabajando para el señor Antonio, años encargándome de su comida y nunca se ha quejado de mis habilidades ¿Qué se cree usted, solo es una más de esos abusadores, de esa familia infame?
Pudo darse cuenta de que habla de los Fave. Susana quiso decir algo más, pero el dolor de su vientre la hizo volver a su asiento. Tiene demasiada hambre, pero aun así no puede, el olor es tan fuerte que siente que vomitara al primer bocado. No solo puede ver las cabezas de pescado flotando en esa sopa de tono dudoso y espeso.
Alejó el plato.
¿Es este el plan de Antonio como venganza? ¿Hacerla morir de hambre? ¿Acaso en verdad nunca le interesó en verdad ser padre del bebé en su vientre? Torció en una mueca, si no fuera por su estado le respondería aún más.
—¿Qué está pasando aquí? —la voz de Antonio interrumpió a ambas mujeres. Pero solo la cocinera dirigió su mirada hacia él, asustada, inclinó la cabeza como saludo e intentó tomar el plato de la mesa, pero el hombre le sostuvo la muñeca.
La mirada de Antonio se detuvo en el rostro de Susana, que evitaba verlo, pero notó que algo no iba bien. Al sentir el horrible olor de la comida confirmó lo que sus hombres le habían notificado.
—Es… un alimento nutriente en mi familia —mintió la mujer asustada a pesar de que Antonio le sonríe—, a las mujeres embarazadas le hace muy bien.
#833 en Novela romántica
#276 en Otros
#118 en Humor
psicopata obsesion odio abuso suspenso, matrimonio forzado sin amor, amor celos
Editado: 25.11.2024