AÑO 2018 - Abril
Y aunque grites "morena mía"
Desde esta orilla no escucho tu voz
No sé quién eres
No sé quién soy
Efecto Mariposa
Abrí los ojos, hastiada. Otro maldito día. Otra puta noche en la que no había podido dormir más de dos horas seguidas. Me incorporé en la cama y no me molesté en quitarme el pijama. Estaba acostumbrada a andar así por la casa. Todavía no me había reincorporado al trabajo, ni pensaba hacerlo. ¡Que te jodan!, pensé mientras leía el mensaje de Mario, mi compañero de trabajo, que me preguntaba cómo estaba.
Me arrastré hasta la cafetera y, cómo no, estaba vacía. Ya ni siquiera eso era capaz de hacer Francesco. Hacía meses que prácticamente no nos dirigíamos la palabra. Las primeras semanas después de lo que pasó, él se había mostrado muy atento, muy cariñoso. Quería hablar todo el tiempo, quería escucharme, quería que me expresara. Cada día me insistía, y cada día me fastidiaba con buscar ayuda profesional. Y yo no quería ayuda profesional, yo quería a mi hija.
Yo no estaba lista. Dolía demasiado. Estaba demasiado rota. Después de un tiempo, dejó de intentarlo. Y no podía culparlo. Cada vez trabajaba más, y cada vez estaba más sola.
Estaba harta de que hablaran de mí como si yo no estuviera ahí. Todos susurraban, enviaban mensajes, aparecían en casa y yo ni los registraba, eran extraños para mí, aunque fueran de mi familia, o de la familia de Fran. Y todos tenían una palabra para decir, y todas dolían como cuchillos:
"Ya te vas a recuperar"
"Eres joven, vas a poder ser madre nuevamente"
"Por algo será que pasó"
"Es preferible que haya sido ahora que después de nacido"
"Tendrás más"
Yo no quería otro bebé, yo quería a Estrella, y sabía que no podría ser feliz sin ella.
A veces sorprendía a Francesco mirándome cuando yo no lo veía, pero ya no me decía nada. Estaba como debatiéndose a cada momento entre si decir o no decir algo, y mi actitud no lo ayudaba.
Una noche no volvió a dormir. Al principio me preocupé, pero luego pensé ¡Qué mierdas! Si no quiere estar conmigo mejor que se vaya. Volvió sobre las cuatro de la mañana y, por supuesto, yo estaba despierta. Estaba borracho como una cuba. Cuando me acerqué a la entrada de nuestro departamento, intentaba, en vano, colocar la llave en la cerradura. Lo empujé a un lado y cerré la puerta.
-Vete a dormir-.
-Vaya, ¿ahora me hablas? De haber sabido que lo harías si me emborrachaba, lo habría hecho antes-, dijo con ironía. Yo no le respondí, simplemente lo miré con hastío y me dirigí a nuestra habitación, que ya no era nuestra, porque el último mes él había dormido en el sofá.
-Y volvemos a la ley del hielo. ¿Sabes, Trini? Creí que eras más que esto, pero evidentemente me he equivocado.- Me quedé parada, esperando que continuara, porque siempre continuaba. Esta vez no fue la excepción. -¿No te das cuenta que cerrándote no logras nada?¿Por qué no me hablas?¿Por qué no me cuentas qué cojones te pasa? ¡No puedo más! ¡No puedo luchar yo solo por lo nuestro! ¿Quién eres? ¡Por favor, Trini, vuelve! Tú no eres la que has muerto.- Apenas cerró la boca se dio cuenta de lo que había dicho. Se tapó la boca y se acercó a mí mientras repetía sin cesar:
-Perdón, perdón, perdón. Me he pasado, perdóname por favor-
-Te has pasado tres pueblos, Francesco. ¿Tú me preguntas quién soy? ¿Quién cojones eres tú? Deja que te recuerde que la que ha muerto es mi hija y...-
-¡¡Y también es MI hija, joder!! ¡JODER! ¿Crees que eres la única que tiene derecho a estar mal? Ya no puedo más, Trini, ya estoy harto.-
Se metió en el baño y no lo escuché salir. Por mi parte me fui a la habitación y cerré la puerta. Me dormí llorando por nuestra hija, por mí, por Francesco, por lo que teníamos y se nos estaba yendo como agua entre los dedos.
A la mañana siguiente me desperté temprano, como siempre. Cuando fui al baño me llamó la atención no encontrar sus artículos de higiene personal. Fui a nuestra habitación y revisé su parte del placard. Estaba vacío. Se había ido. Francesco me había dejado.