"La habilidad está bien, y el genio es espléndido, pero los contactos correctos son más valiosos que cualquiera."
Arthur Conan Doyle
Arabela miró fijamente una de las paredes sucias del comedor de la prisión, frente a ella yacía un plato con un alimento que catalogó como bazofia desde que la guardia de seguridad lo había traído, la pasta con aspecto vomitivo salpicó la mesa cuando la mujer lo tiró. Cerró los ojos intentando concentrarse en su nuevo desafío descubierto, eso que mantenía distraídos a sus pensamientos más viscerales. Afilando su cerebro enconado. Ella lo llamó, a ese hombre de ojos diferentes, su luz parpadeante en aquel cielo oscuro lleno de nada: un verdadero norte. Una motivación entre esos muros de hormigón de desesperación y miseria.
Otras reclusas se movían a su alrededor, la mayoría de ellas parecían guardar distancia, afectadas por las historias que se cernían en torno a l'angelo della morte. Se había ganado un pequeño y agradable nombre en prisión, una especie de reputación por sus presuntos crímenes. Casi lamentaría verlo desaparecer.
Casi.
Su mano se deslizó suavemente desde su pómulo por su rostro descuidado hasta que acarició su barbilla y descansó directamente sobre su cuello. Sintió su propio pulso debajo de sus yemas, recordando escenas de glorioso éxtasis.
Lo recordó, nuevamente. Exigió la mayor parte de sus pensamientos de vigilia, si tenía que ser completamente honesta. Se preguntó, con las certezas que le proveía la experiencia, en cómo se vería un hombre como él envuelto en una gruesa capa de miedo, asustado, arrugado en un rincón. Imaginó su mirada salvaje, porque ella supo que él se impondría, que usaría todo vestigio de adrenalina en su sistema, y luego sucumbiría a sus pies. Sometido frente a ella, como si estuviera adorando a una diosa en la que depositó su fe.
Casi pudo observar con detalle lo desprolijo que él se encontraría, inhabilitando esa fachada de indiferencia que tanto la molestaba, después de que sus hábiles dedos lo hubieran recorrido, tirando de él, rasgando...
El tenedor resbaló entre sus dedos, haciendo un sonido que retumbó en el recinto.
La forma en que su cuerpo estaría pintado de carmesí, resbaladizo como un derrame de petróleo. Hubo una sensación magnífica trepando por su espina dorsal. Tendría cuidado con él, tenía cuidado con todas sus víctimas, pero coronaría su faceta artística con Stefano Caciatore. Al igual que llegar a la cumbre, sería la muesca final en su cinturón proverbial, el lagar desbordando de vino.
Estos pensamientos, sueños diurnos, eran embriagadores y excitantes. Muchas veces en los últimos días se había deshecho al pensar que su cuerpo, su cadáver, sería suyo y solo suyo.
Las aguas robadas son dulces y el pan quitado a escondidas, delicioso. Ella decidió, entonces, apropiarse del último suspiro de su garganta. Sí. Su obra causaría la envidia de Jack el Destripador.
Un rostro totalmente desconocido le sonrió a la distancia, su mente moviendo los engranajes rápidamente; sus ojos de demonio, amarillos como los de un lobo, encontraron un objetivo un poco más próximo.
(***)
Stefano se sentó frente a la barra de aquel exclusivo establecimiento que, hasta el momento, sólo había visitado algunas veces. Lo recordaba, al igual que siempre, a través del aroma a cenizas y cuero, madera oscura y decoraciones color plata. La habitación estaba vagamente iluminada, era innegable la elegancia ostentosa de la cual gozaba. Sorbió de su vaso de whisky escocés, deleitándose con el ardor mientras bajaba por su garganta. Un mal presentimiento le susurró que necesitaría sus sentidos un poco más relajados si quería acabar con tranquilidad aquella inesperada reunión.
Una mujer mayor con una pipa de fumar con detalles dorados estaba sentada envuelta en un cómodo sillón verde. Dos jóvenes estaban sentados sosteniendo copas de vino, riendo positivamente sobre algún tema mundano u otro, una miríada de botellas vacías yacían sobre su mesa. El camarero mantuvo las manos ociosas, esperando, limpiando el mismo vaso de ginebra adornado por enésima vez, los ojos recorriendo la habitación como si esperara algo.
Stefano supo que no encontraría, en aquel lado de la ciudad, más que hombres llevando finísimos Armani que sólo la corrupción podía costear con tanta ligereza. De cualquier manera, había recurrido a su vestimenta habitual, un traje completamente negro, sencillo, profesional. No pareció un pez fuera del agua, aunque se hubiese esforzado en ello mientras se preparaba mentalmente a la reunión que había sido convocado: encontró, entre sus suscripciones a periódicos de índole político, una carta —tan arcaica como podía serlo en la época de los correos electrónicos— sellada con una cera grisácea, perlada, con una elocuente letra "S" flanqueada con, lo que Stefano interpretó como, ramas de olivo. Dentro había una invitación, imaginó una caligrafía un poco más espléndida.
"Sería un placer si me encontraras en L'ossessione ésta noche, a las 8 p. m. en punto, para tomar una copa y conversar. Creo que tenemos algunos intereses mutuos que requieren discusión.
Atentamente,
Adrienna Salvatore"
Ni siquiera pasó por su mente el preguntarse qué querría, la soltera más codiciada de la ciudad, charlar con alguien como él. Porque era cierto, aparentemente los unía un interés en común.
— ¡Ah, Señor Caciatore! — el diablo fue convocado por su pensamiento. — Gracias por haber venido.
Los tabloides de internet definitivamente no fueron fehacientes al mostrar su imagen idílica. Lucía una sonrisa como si fuera un arte, uno propio, sus ojos grises demostraron genuina alegría por conocerlo. Vestida con un exquisito vestido negro, con una abertura que mostraba sus largas piernas, que pudo ser más elegante de no ser porque la tela que cubrió alguna vez sus hombros cayó desafortunadamente sobre sus brazos, haciendo el escote aún más prominente,— al menos mantuvo las mangas largas en su lugar—. Su cabello era muchísimo más corto en comparación a la moda de las mujeres de su ámbito, tan suave como la seda y tan rubio que, bajo la luz perezosa del bar, pareció blanco. Dominaba a la perfección un tipo de despeinado elocuente; sin esfuerzo, pudo atraer el anhelo de todas las personas en el lugar.
— Nada que agradecer.— Stefano se levantó de su asiento, estirando su mano con intención de saludarla.
Ella no pareció aludida por la formalidad, y se acercó a su cuerpo, dando un beso suave en su mejilla. Se separó de él mostrándole una sonrisa coqueta, y él se movió ofreciendo un asiento a su lado. El barman comenzó a moverse apresurado mientras entregaba a Adrienna una copa de vino tan roja como la alfombra del lugar.
— Claro que sí. Entiendo que es usted un hombre tan ocupado.— ella tomó un sorbo de vino, sus labios manchados de escarlata la hicieron lucir vampírica.— Por ello creí que sería un poco más escéptico a reunirse conmigo.
— Me gustaría preguntarle, Señorita Salvatore, ¿por qué estoy aquí?
Adrienna sostuvo la copa en su mano mientras lo miraba con una sonrisa que no hizo más que crecer.
— Cualquier persona estaría encantada de pasar más tiempo en mi compañía.— no había molestia en su voz, sólo reconocimiento.— Pero me encantan los hombres que disponen de su tiempo eficazmente.— Stefano se preguntó si ella dejaría de sonreír.— Tengo la impresión de que tenemos una amiga en común, ¿no?
— Eso depende, ¿llamaría amiga a una asesina, Señorita Salvatore? — Stefano sostuvo una sonrisa ladeada, hubo burla en su mirada cuando ella no pareció sorprendida con su pregunta.
— Oh, Stefano. Me sorprende que crea lo que dicen esos chismes sobre mi amiga. Esos diarios no son más que un trapo de chismes. — ella hizo una seña hacia el hombre detrás de la barra, quien se retiró rápidamente.— Arabela no ha sido más que cortés con las personas. La vi en la escuela y la vi en nuestras carreras: es una verdadera dama de modales espléndidos.
— ¿Usted, cuasi dueña de Il Giornale, realmente llama a otros periódicos "trapos de chismes"? — Stefano fue cuidadoso al elegir sus palabras, con toda la intencionalidad de mostrar su postura frente a la situación.
Adrienna alisó la falda de su vestido mientras sonreía.
— Entiendo que usted, un caballero, seguramente no recurriría a insultar mi sustento, ¿verdad? Personalmente, pienso muy bien de su trayectoria de trabajo; especialmente considerando tus orígenes, has llegado tan lejos.— El tono de Adrienna era apaciguador, condescendiente, mientras aireaba perezosamente su vino en una mano.
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Editado: 26.02.2023