En Tus Brazos

CAPÍTULO 22

E l í a s

 

 

Cuando acepté salir con unos amigos del trabajo, solo lo hice con el fin de poder distraerme y de drenar un poco el estrés que he ido acumulando durante estos meses, no ha sido fácil asimilar todo lo que nos ha pasado. 

Además, esto de salir era solo distracción, no había nada malo tras ello; ya que luego de aceptar mis sentimientos por Elizabeth,  me he comportado tal cual como lo haría un esposo casado, enamorado, fiel, sincero y consciente de que en casa lo esperaba la mujer que ama junto con una de las razones que más me traía felicidad.

Entre las risas y los tragos, miré la hora y pensé a había tenido suficiente y que era hora de irme a casa, lo que menos imaginé fue que al entrar al apartamento encontraría a Elizabeth sentada en medio de la sala, frente a la mesa de centro con varios libros a su alrededor y, sobre todo, con el pequeño gusano durmiendo en el sofá con una manta sobre él.

Elizabeth miró la hora en el reloj de pared y arrugó la nariz cuando me sintió cerca.

—Las 11 de la noche y oliendo a alcohol. Supongo que el trabajo se largó.

Vaya, incluso Elizabeth podía tener su lado tóxico.

—Estuve con unos amigos —le dije, aun estando impactado por su rudeza—. No estuve de fiestas o haciendo algo malo si es lo que imaginas.

—No he insinuado nada.

No quería discutir con ella a esa hora, así que si el tema por terminado.

—Tomaré un baño rápido y luego llevaré a Elían a su habitación.

Ella solo siguió escribiendo en su cuaderno sin prestarme mucha atención y sin decir algo más. En cuanto a Elían, sería mejor que tomara esa ducha con rapidez, porque sabía que él no permitiría que lo movieran de ese sofá hasta que fuera yo quien lo llevara a su habitación y si llegará a tocar a Elían oliendo a alcohol, Elizabeth como mínimo me estaría regañando por lo que quedaba de semana.

De regreso a la sala, Elizabeth se encontraba en la misma posición en que la había dejado y como estaba de malas, preferí no decirle nada e ir directamente por Elían.

Mi pequeño abrió sus ojos de inmediato y se relajó de inmediato cuando notó que era yo quien intentaba tomarlo en brazos.

—Demoraste mucho, papá —Sin perder la oportunidad, empezó a regañarme—. ¿Dónde estabas?

—Yo estaba haciendo cosas de adulto —le respondí, mientras lo llevaba a su habitación—. Y tú ya deberías estar durmiendo.

—Yo estaba durmiendo —me dijo esa boca inteligente.

—Pero no en tu habitación.

—Estaba esperándote.

Una vez que lo acosté en su cama y lo cubrí con su manta azul claro, no me pasó desapercibido el puchero que estaba haciendo.

—¿Algo está mal?

—No demores tanto —me suplicó—. Me gusta verte antes de dormir.

Necesitaba que alguien urgentemente me trajera un anticonvulsivo, porque en cualquier momento convulsionaria de amor por este niño.

—Buenas noches, pequeño gusanito —besé su frente—. Duerme bien, te amo.

—Yo también te amo, papá.

Mi momento favorito del día era cuando mi pequeño gusanito me decía aquellas palabras mágicas, una lástima que mi momento de padre enamorado se viera arruinado en el segundo en que giré para irme ya que encontré la cara de pocos amigos de mi esposa.

Ella solo estaba recostada a la puerta como esperando su turno y una vez me alejé de la cama, paso de mi y fue hacia Elían para darle las buenas noches.

—¿Se puede saber qué pasa contigo? —le pregunté cuando estuvimos solos en nuestra habitación.

—No tengo nada, solo quiero dormir.

—¿Nada? —la detuve de su brazo cuando intentó ir hacia la cama—. Desde que llegué no has hecho otra cosa que matarme con la mirada.

—Necesito dormir temprano, mañana voy a salir.

Solté su brazo al notar su insistencia en soltarse, pero no la dejé avanzar ya que me puse frente a ella interrumpiendo su paso.

—¿Estas molestan por mi llegada tarde? —la cosa más tierna era Elizabeth cuando sus mejillas se tornaban rosa, evidencia de que la había descubierto—. De verdad estuve en una reunión con los chicos del trabajo, incluso mi tío estuvo ahí.

—Me preocupe por ti, sabes —tan tierna como siempre—. Te llame varias veces y no respondiste, ¡Por supuesto que me preocupa!

 Abracé con fuerza su delgado cuerpo y aunque tuve miedo de su rechazo, fue un alivio sentir sus brazos cruzados tras mi espalda provocándome un sentimiento bastante conocido. Al principio luchaba contra ese efecto, pero ya luego que decidí ser honesto conmigo mismo acepté que este sentimiento no era otra cosa que amor.

La quiero y profundamente la deseo.

Sin evitarlo dejé un beso en su mejilla, pese a que en realidad moría por besar sus labios.

—¿A dónde vas mañana? —pregunté, de repente acordándome de lo que había dicho.

Me empujó lejos de ella y parecía bastante feliz de mi pregunta. Extraño.



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En el texto hay: romance, amor, embarazo

Editado: 11.04.2024

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