Caí cansada, rebotando ligeramente sobre la cama revuelta con sábanas azules. Sintiéndome bastante satisfecha, miré a mi lado al chico con el que he estado saliendo últimamente y que siento que podría funcionar, ya que posee todo lo que me gusta: atlético, condenadamente sexy y bueno en la cama.
—Eso estuvo bien, nena.
Lo único que le faltó fue acariciar mi cabeza como si fuera una jodida mascota. Además, ¿"bien"? Después de una tercera ronda de sexo bastante caliente, no puedes decir simplemente "bien".
Me gustan los chicos, me gustan mucho los chicos y por tal razón no pierdo la oportunidad de tener uno que otro en mis manos y pasar un buen rato. Pero ligeramente las cosas cambiaron cuando conocí a Watch Sander. Con solo mirarme a los ojos, me podía prender en segundos y, agregándole que físicamente fue amado por los ángeles.
Así que, ¿por qué no? Podíamos intentarlo.
Me gustaba, yo le gustaba y de entre todos los chicos de la UCLA, él clasificaba perfectamente para, por fin, hacerme sentir eso que llaman las mariposas en el estómago. Porque está bien que me guste el sexo casual y pasarla bien, pero entre tanto experimentar, nunca me negué a la posibilidad de poder sentir algo que fuera más allá de lo físico y sexual.
Quería sentir todo aquello con Watch, por eso decidí darle la oportunidad de llevar esta relación a otro nivel.
—Watch... —lo llamé, viendo al techo de su habitación, tratando de encontrar las palabras correctas para empezar.
—Uhmm...
—Yo quiero, ya sabes.
—No, no sé.
—Quiero formalizar lo nuestro.
Creí que había quedado en shock ante mi propuesta y por eso el silencio en la habitación, pero para mi gran sorpresa, él solo estaba entretenido en su jodido celular, aparentemente sin haber escuchado nada de lo que dije.
—¿Has escuchado algo de lo que dije?
—Uhmm...
Envolví la sábana fuertemente sobre mi pecho, respirando profundamente para no armar una escena en donde yo terminaré sobre él y no precisamente teniendo sexo, sino ahorcándolo.
—Si vuelves a responder con otro "uhmm", juro que no respondo por lo que pueda hacer.
—Me tengo que ir.
Me sentí como una completa idiota acostada en la cama mientras él se levantaba y comenzaba a vestirse, ignorando por completo mi presencia y cualquier cosa que hubiera dicho hace un instante.
Esto tiene que ser una maldita broma.
Estar enredada entre las largas sábanas no me impidió acercarme y jalar de su brazo para obtener la atención que me merecía.
—¡Te dije que quiero dejar de ser tu follada, maldito idiota!
Sus ojos azules me perforaron, pareciendo analizar lo que acabo de decirle y solo terminó asintiendo, ¿Qué se supone que significa eso?
—Está bien.
—¿Está bien? —lamí mis labios, sin poder creer lo que escuché—. ¡¿Está bien?!
La rabia combinada con la desilusión me invadió, llevándome a empujarlo. Él también agarró mi hombro, sacudiéndome un poco para apartarme, dejando en claro que no era el único molesto.
—¿Qué otra cosa quieres que te diga, París? Supongo que esto no iba a durar mucho, incluso también tenía pensado terminar lo que sea que hayamos tenido durante este tiempo.
—¿Estás terminando conmigo?
Nunca en toda mi vida me imaginé una escena en donde un chico estuviera terminando conmigo de esta forma.
—¿Acaso no lo estabas haciendo tú?
—¡Yo quería formalizar!
Por un instante sus labios se arrugaron para luego estallar y llenar la habitación con sonoras carcajadas, haciéndome sentir como jamás algún chico me hizo sentir, una estúpida.
Al ver mi seriedad, su risa fue cesando.
—¿Estabas hablando en serio? —preguntó, elevando sus cejas debido al asombrado—. ¿Acaso te enamoraste de mí?
Bufé poniendo mis ojos en blanco por sus idioteces, está claro que no estoy enamorada de él, pero tenía la leve esperanza de que quizás las cosas entre nosotros podrían funcionar.
Intenté de nuevo hablar, pero su puto celular volvió a sonar, ganándose toda su atención más una sonrisa bastante idiota que logró irritarme bastante, así que, harta de que no me tome en cuenta, no perdí el tiempo y arrebaté el celular de sus manos para saber qué era aquello que lo tenía tan distraído e ignorando cada palabra que le decía.
Entre el forcejeo que teníamos por su celular, alcancé a leer el nombre de una chica.
Beth.
¿Lo peor de todo? Que junto al nombre había un jodido emoji de corazón, ¿Cuántos años tenía? ¿Cuatro?
—¿Un corazón? —fue inevitable burlarme, cuando dejé su celular con fuerza sobre su pecho—. ¿Quién es esa puta llamada Beth?
Parece que logré molestarlo bastante porque tan pronto como las palabras salieron de mi boca, una vena salió a relucir sobre su frente, muestra de la fuerza con que apretaba sus dientes.