En Tus Sueños

XIV. Lila blanca

La velada fue maravillosa, Aarón y yo bailamos, reímos y sostuvimos conversaciones entretenidas y divertidas con los invitados de la mesa que había reservado para nosotros.

Su hermana Arlette era una chica de unos veintiséis años, muy bonita y agradable. De inmediato me hizo sentir como de la familia. Por lo demás, Aarón se ocupó de presentarme con todos. Me sentía incómoda cada vez que alguno mostraba curiosidad por la chica que lo acompañaba. Sus cumplidos parecían sinceros, pero no me gustaba ser el foco de la atención.

Traté de escurrirme hacia uno de los extremos del salón, pero en el intento Aaron me interceptó y me expresó sus deseos de presentarme con su madre. Ella me dedicó una amplia sonrisa. tan amplia y tan extraña que me intimidó. Su manera de hablar y de conducirse dejaban notar a todas leguas que se trataba de una dama de sociedad: culta, correcta y distinguida. Aunque se comportó exageradamente amable conmigo, derrochando cumplidos sobre mi belleza y apariencia, en ocasiones pude percibir cómo su pesada y grisácea mirada gatuna se posaba sobre mí, examinándome de pies a cabeza y tratando de mirar a través de mis ojos como si quisiera encontrar algo malo. Al menos ésa fue mi impresión.

—Es particularmente extraño —dijo la madre de Aarón— que mi hijo se tome la molestia de presentar a su compañera. Nunca antes lo había hecho. Justo hace dos semanas nos reunimos para celebrar la boda de mi sobrino Philip —Aarón miró a su madre. Pude adivinar en sus ojos una súplica, como si deseara que se callase—. ¡Oh, sí! —continuó—. Una bella damita danzarina se asía de su brazo. Sin embargo, él no se tomó la molestia de presentárnosla.

Por fortuna, supe que se estaba refiriendo a mi amiga... Para mi tranquilidad en ese momento Arlette interrumpió:

—¿Puedes ayudarme con los adornos?

La madre de Aarón desapareció con ella, no sin antes dirigirme otra mirada inquisitiva.

Durante la celebración, traté de olvidarme de Clara. Después de todo, gracias a Mario mi amiga estaba pasando el fin de semana con él en Nueva York.

El plan de Mario era perfecto. Cuando Clara escuchó las palabras Nueva York y Quinta Avenida, no lo pensó dos veces y aceptó. Su padre, como siempre, le dio una buena cantidad para que gastara a gusto y placer. Mario pensó que después de todo, esa también sería una buena oportunidad para visitar a su antiguo compañero de universidad. tal vez en un futuro, él se mudaría a vivir con Julián a la gran ciudad. Mario visitaría a su amigo Julián durante su estancia en la ciudad. La prima de Julián, Samantha, había sido compañera de Clara cuando cursaba la secundaria. Para suerte de mi amiga, se trataba de una chica tan aficionada a las compras como ella.

En algún momento le confesé a Clara que Aaron me había invitado a la boda de su hermana. No se molestó. Ella misma le dijo que viajaría a Nueva York ese fin de semana. Por supuesto, externó sus deseos de que la acompañase, pero él le habló del evento que se avecinaba. Clara no tuvo otra opción, pues no podía deshacer el compromiso con su amiga Samantha, que incluso ya había organizado con unos cuantos de sus amigos una fiesta para ella.

Clara no se enteró de que todo había sido un ardid de Mario y mío. Partió feliz hacia Nueva York. Sin embargo, al final yo tendría que ser honesta con ella y explicarle mis verdaderos sentimientos.

Aunque la celebración terminaba a las dos de la mañana, Aarón había prometido llevarme a casa una hora antes, momento en el cual se rompió el encanto, como en el cuento de la Cenicienta; además, esta Cenicienta ya era un poco más madura como para quedarse en el baile una hora más. Desperté así de mi ensueño. Sin embargo, la realidad que vi me gusto mucho más. Algo había cambiado esa noche. Quizá fue la mirada cálida y fija de Aarón, su sonrisa despreocupada y su risa contagiosa, o simplemente la manera como a veces nuestras manos incidentalmente se rozaban, el calor de su pecho y la alocada carrera de su corazón cada vez que me tomaba entre sus brazos para bailar. Algo fue diferente aquella noche, algo que venció mis barreras y me hizo bajar la guardia. Ya en el automóvil, hablamos de trivialidades. Yo me divertía con el radio cambiando de frecuencia o de estación hasta que encontraba una canción que me gustara; entonces comenzaba a cantar alegremente. Aaron se reía al escuchar mis pretendidos intentos líricos de soprano.

—Tienes una bella voz —me dijo dedicándome una tierna mirada. Sus manos estaban muy fijas sobre el volante—. La dulzura que imprimes en cada nota me parece perfecta.

—¡Pues, gracias! —respondí animada—. Pero me parece que exageras.

—No bebiste mucho, ¿verdad?

—Sólo una copa de champaña —confesé, y se me escapó un hipo gracioso.

No era muy asidua a beber alcohol. Así que cualquier cosa que bebiera que no fuera soda me subía los colores al rostro. Me reí mucho después de haberme disculpado.

—Todas tus facetas me encantan —dijo mientras disminuía gradualmente su risa—. Tu sonrisa amable, tus comentarios sarcásticos, lo despectiva o dulce que puedes ser.

—¿Y eso es un cumplido? —reí otra vez.

—¡Algo así! Cuando estoy contigo no sé qué decirte. Se me pone la mente en blanco.

—Bueno. tú también tienes lo tuyo —miré mi reflejo por el espejo lateral del automóvil. Comenzaba a llover y pequeñas gotas que escurrían de las hojas de los árboles empezaban a dejarse caer sobre el parabrisas del automóvil. Nos dirigíamos por una calle flanqueada por árboles tan altos que sus puntas se curvaban formando bellos arcos al unirse en las alturas, lo que aparentaba el ingreso a un mágico lugar.

—¿Como qué? —inquirió.

—Que eres un flojo en la escuela; que te gusta correr tras las chicas. Pero la realidad es que eres muy inteligente y sensible, y que no eres ningún Casanova, sólo un chico que busca enamorarse...

Aaron no respondió. Me sentí mareada. Las gotas que golpeaban el techo del automóvil de manera rítmica empezaron a adormecerme. Apoyé la cabeza en mi hombro, mientras escuchaba la melodía que la radio emitía.




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