Desde que puede recordar, Pacifica noroeste es una niña privilegiada, ella está muy consciente de lo afortunada que es, después de todo desde que la pequeña niña de cabello dorado nació nunca tubo que preocuparse por el dinero..
Desde muy pequeña Pacifica llevaba la vida de una princesa, una vida llena de lujos y riqueza sin fin.
Sus padres nunca rechazaron la idea de despilfarrar dinero solo para satisfacer los deseos de su hija.
Cada uno de sus vestidos eran muy costosos, eran hechos de la seda más fina y retocada por los más famosos diseñadores de moda, no eran esas típicas ropas que se producen en masa cuyo objetivo es llenar las estanterías de los vendedores.
Cada uno de sus vestidos, trajes adornos y sombreros eran únicos, no había ni una sola réplica de sus prendas, todas y cada una de eran un diseño único y originar. Único y original así como lo era ella.
En todo Gravity Falls no había ninguna chica que tuviera la suerte que ella tenía, ninguna niña tenía padres millonarios ni había crecido en una cuna de oro, ninguna otra infante tenía una vida fácil así como la vida que ella tenía.
En definitiva Pacifica Noroeste era la envidia de todas las chicas de Gravity Falls, era la única niña en todo en pueblo que tenía la vida de ensueño.
A pesar de todo el dinero, con toda su riqueza, vestidos, adornos y joyas. Todo eso era solo la punta de la lanza.
Cualquiera que supiera de Pacifica sabría que el dinero no era la única razón para la cual la conocían, no era el único motivo por el cual todos sabían su nombre, habían otros motivos por el cual todos sabían quien era ella.
No solamente era rica, sino que también era minada, egoísta y cruel. Extremadamente cruel, desde siempre Pacifica se comportaba como si fuera el centro del universos, y trataba a todos y a todas como si fueran criaturas mundanas.
Tan solo estar cerca de la gente le causaba náuseas, la pequeña niña rica no soportaba el estar cerca de los demás.
Se veía a si misma como un perro de raza pura, y miraba a los demás como perros sarnosos sacados del callejón más sucio e inmundo que se pudiera imaginar.
¿Quién podía culparla? Después de todo nadie culpa a un león por casar a un venado para alimentarse o a un tigre por sus manchas.
Era su naturaleza, parte de ella, esa manera de ser es ella o almenos una parte.
Ahora las cosas eran diferentes, Pacifica ya no era esa niña que sus padres habían creado, ahora era una persona completamente diferente.
Aún así todos sus errores la perseguían, el arrepentimiento la consumía. El odio y la rabia eran veneno en sus venas. Este odio no era hacia los demás sino a ella misma, había sido una persona horrible, por fin se había dado cuenta. Quería cambiar, pero un cambio parecía imposible.
Pacifica no tenía la fuerza, no la voluntad para perdonar, no podía perdonarse a sí misma.
Había sido una persona horrible y no había recibido ningún castigo por ello ¿No era justo?
Todas esas ocasiones donde daño a las personas, e incluso la manera tan horrible como trato a Mabel ¿Por que no había recibido ningún castigo?
Se lo merecía, Pacifica noroeste merecía ser castigada.
Estas palabras eran escritas por ella en un libro, no en un libro cualquiera, ese libro era su diario.
Cada día escribía sus sentimientos, sus alegrías, esperanzas, sueños y temores. Ese manuscrito era la llave de su alma, cualquiera que llegara a leerlo la conocería a profundidad.
Mientras escribía, pequeñas gotas comenzaron a salir de sus ojos, la tristeza y la angustia que sentía era imposible de esconder, por eso mismo aprovechaba cada momento donde estuviera sola.
Con las páginas de su diario desahogaba su alma, se permitía a sí misma llorar. Era algo que ella necesitaba. Si sus padres la vieran ahora seguro que sentirían mucha vergüenza.
Pacifica sabía que su llanto no era en vano, la niña de cabello dorado dejaba que el culpa comiera su alma, una y otra ves se culpaba a sí misma por ser un monstruo, por dañar a tantas personas.
Era su manera de hacer justicia, si la culpa la carcomía entonces con un poco de suerte y si recibía un castigo entonces la carga de la culpa que llevaba sobre sus hombros se aliviaría aunque solo un poco.
Si no había ninguna persona que le dijera la verdad, al no haber nadie que la castigará por ser una basura de persona entonces tendría que castigarse a sí misma.
Con suavidad cerró su diario y lo guardo en un cajón oculto de bajo de su cama, nadie sabía de este escondite salvo ella. Era lo mejor, ninguna persona podría entender cómo se siente, nadie podría imaginarse lo que es sentir miedo de uno mismo.
Todos tenemos a los monstruos ¿Que pasa si nosotros mismos somos los monstruos?
Pacifica sabía que era una criatura abobinable¿Cómo podría castigarse?