Enamorada del heredero

Capítulo 6

El corazón de Ofelia subió hasta su garganta al escuchar la voz de su padre llamándola. Ni siquiera había notado que la puerta de la oficina se encontraba entreabierta, ella simplemente iba cruzando al comedor como hacía cada mañana, acostumbrada a que esa estancia se encontrara desocupada.

Una vez que logró reponerse del susto, Ofelia dio la media vuelta y presionó la puerta para entrar. Su padre la miró ceñudo sentado detrás del amplio escritorio con sus manos entrelazadas al frente en actitud autoritaria.

A Ofelia la acometió una sensación extrañísima, se sintió disgustada y a la vez contenta de verlo.

—Estás en casa —suspiró con incredulidad.

—¿Por qué te sorprende? Este es mi hogar también, ¿no es así? —preguntó su padre encogiendo los hombros.

Eres tú el que lo olvidó, se escuchó Ofelia contestar por reflejo. Sin embargo, hizo un gran esfuerzo por reprimir el mordaz comentario. Aún no había desayunado, era demasiado temprano para empezar una discusión; además, anoche se había prometido a sí misma cambiar, ser una mejor persona y aquello incluía callar de vez en cuando.

Ante el silencio de su hija, Evander retomó la palabra.

—Tú y yo tenemos una plática pendiente, toma asiento —dijo señalando la silla frente a él.

Renuente, Ofelia se sentó, no sin antes mirar sobre su hombro hacia la puerta, preguntándose si su madre sabía que él estaba en casa. Conociendo lo complicada que era su madre, cabía la posibilidad de que ningún sirviente se hubiese atrevido a decirle aún y que Ruth no estuviera al tanto de su presencia. Ofelia rechinó los dientes solo de imaginar la desagradable reacción que tendría su madre al verlo; casi prefirió que su padre no hubiera venido. Ya nada podía hacer, Evander estaba en casa y parte de ella se alegraba de verlo en su abandonado despacho.

—¿Conociste al bebé de Duncan? —preguntó moviendo sus pies ansiosamente debajo de la falda del vestido.

—Así es, pero no vine a hablar del hijo de tu hermano. Sabes perfectamente de qué quiero hablar contigo —contestó Evander en tono cortante—. Tenía muchas esperanzas de que concertaras un matrimonio con la realeza, con tu aspecto la tarea debía haber sido sencilla. No creo que ninguna de las otras jóvenes tuviera ni la mitad de tu belleza.

—Pero hay cosas más importantes que la apariencia, ¿o no? —preguntó Ofelia a la defensiva. Su padre más que nadie debía saber esa lección.

Evander carraspeó, incómodo por la alusión a su propio caso.

—Estamos hablando de la familia real, no de un matrimonio cualquiera, hija —puntualizó.

—Y por eso lo intenté. Traté de agradar a Connor aun cuando él a mí me daba igual. Seguí las instrucciones de mamá…

—Ese es precisamente el problema, Ofelia. Me han llegado rumores desconcertantes acerca de tu comportamiento. Dicen que difamaste a la nieta de los Schubert y que fuiste poco más que una pesadilla para el resto de las aspirantes en el castillo. Al parecer, el rey mismo no desea verte ni en pintura y los demás miembros de la familia real tienen una opinión bajísima de ti. En unas cuantas semanas lograste hacerte de una fama terrible en las más altas esferas del reino. ¿Acaso no te avergüenza dejar en mal a la familia?

Ofelia estrujó sus manos entre ellas hasta que su piel se tornó blanca, presa de un reclamo convulso.

—¿Eso es lo que te acongoja? Fallé en conquistar a un príncipe y me hice de unas cuantas enemigas ¡¿Qué hay de mi rapto?! ¡Ni siquiera me has preguntado cómo me encuentro! —exclamó tan alto que su voz se escuchó hasta el pasillo.

Su padre bufó antes de pegar la espalda al respaldo de su asiento.

—Oh, por favor, ¿esperas que me crea ese cuento? Deja de insistir, conozco lo manipuladoras que son tú y tu madre, no pienso dejarme engañar. Montaron un teatro para ver si recuperaban la simpatía de la gente, pero no les resultó —replicó en tono hastiado.

Ofelia sintió sus ojos escocer por las lágrimas. Llevaba días sufriendo pesadillas y terrores nocturnos y su padre era incapaz de mostrarle un poco de empatía.

—¿Cómo es que los rumores que te llegan hablan de lo mal que me comporté, pero no mencionan nada del grupo de bandidos que me raptó? Sino me crees, pregúntale al juez Russo, porque su nieta también…

Ofelia cortó la frase, dándose cuenta de que, aun demostrando la verdad, no iba a obtener el cariño que buscaba. No solo era la gente de fuera la que la consideraba malvada y manipuladora, su propia familia también lo hacía. Su padre estaba convencido de que ella y Ruth eran dos gotas de agua, y tal vez lo fueran, pero eso no siempre sería así. Ofelia iba a mejorar, estaba determinada a ello. No tenía caso tratar de cambiar la opinión de su padre, su familia era caso perdido; lo mejor que Ofelia podía hacer era casarse, empezar de cero con una nueva familia en donde pudiera verse libre de la indiferencia de los Grimaldi.

—¿Su nieta también qué? —quiso saber Evander.

—Olvídalo, tus informantes decidieron no darte la historia completa y solo dejarme en mal. Si así estás bien, no te sacaré del error —dijo Ofelia con amargura.

Evander puso los ojos en blanco, creyendo reconocer las mismas tácticas de manipulación que su mujer usaba en su hija.




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