Tomé una siesta, bajé a comer y mi celular comenzó a sonar.
—¿Hola?
—¡Mi niña! —Me sonrojé. —¿Por qué te fuiste?
—Quizás porque te quedaste dormido. —Fue su turno de reírse.
—¿Cómo no hacerlo si acariciabas mi cabello?
—No tienes autocontrol. —Estalló de risa.
—No si estás junto a mí.
—Por eso no quería darte mi número.
—Sabías que encontraría cualquier ocasión para llamarte, ¿no es así? —Rio coqueto.
—Sí. ¿Ya te sientes mejor?
—Me siento feliz porque decidiste venir a verme jamás lo imaginé, pero sigo inquieto por lo de Patricia, ¿sabes? me molesta pensar que ella fue feliz sin nosotros.
—Y, ¿cómo estás tan seguro de eso?
—Cuando no eres feliz haces algo para cambiar tu vida, no te quedas esperando a que las cosas caigan del cielo y ella siempre supo donde encontrarnos, si ella fuese infeliz por nuestra ausencia nos hubiese buscado, cosa que jamás pasó. —Estaba molesto. —Ya no quiero hablar de eso, ¿qué estás haciendo?
—No sé qué haga tu niña, pero yo acabo de despertar de una siesta.
—¡Tú eres mi niña!
—Cómo digas. —Rodé los ojos por inercia. —Y, ¿tú qué haces?
—Hablando con la chica de mis sueños y antes de que empieces con tu humor negro quiero que quede claro que tú eres la chica de mis sueños.
—Si tú lo dices.
—Te estoy haciendo un regalo.
—Sabes que no son necesarios los regalos.
—No por dártelos conquistaré tu corazón, ¿verdad?
—Estás en lo correcto, Esteban.
—Odiaba mi nombre hasta que escuché decirlo de tus labios.
—Oh vamos, ¿no puedes estar un momento sin coquetear?
—Es imposible con alguien como tú.
—No veo la diferencia.
—Eres única en todos los sentidos.
—Jamás te entenderé, eres complicado. —Rio.
—Tú eres la complicada aquí, me encantas porque cada que quiero meter la cabeza al horno tú la sacas para preparar pastelitos.
—Es muy buena comparación, me gusta.
—Y de casualidad, ¿yo no te gusto? —Comencé a reír. —De acuerdo, me quedó claro.
—¿No has pensado en rendirte?
—Lo he pensado, pero no me rendiré con una recompensa como tú.
Hablamos más de dos horas y debo admitir que pasé un rato agradable.
Mamá llegó, cenamos juntas y era hora de dormir.
[...]
Pablo vendrá hoy, pasaremos el fin de semana juntos estoy muy feliz por eso.
Me di una ducha, me cambié, cepillé mi cabello y bajé a desayunar.
—Buenos días.
—Buenos días, mamá.
—¿Estás segura que quieres pasar días fuera de casa? —Asentí. —Te amo mucho, Katy.
—Yo también.
El timbre sonó, abrí y era Pablo.
—¡Mejor amigo!
—¡Mejor amiga! —Me abrazó. —Buenos días, señora.
—Buenos días hijo, asegúrate de cuidar bien a Katy o te las verás conmigo.
—No se preocupe, la cuidaré con mi vida.
Mamá se despidió y salió a trabajar.
—¿Ya desayunaste? —Negó. —Entonces siéntate, prepararé el desayuno.
—¿En qué te ayudo?
—Rebana el jamón.
—De acuerdo, señorita mandona.
—¿Acaso es una broma? —Negó. —No eres el primero que me llama así. —Recordé a mi chico.
Editado: 19.10.2019