Enamorada por casualidad.

|Capítulo 2|

Regresé a casa y terminé de arreglarme para la universidad, ese día entraba y salía temprano. Llegué a la U y Perla me estaba esperando.

—¿Y tu novio Katy? —rodé los ojos y sin poder evitarlo solté unas risitas.

—¿Cuántas veces debo decirte que no es mi novio?

—Bueno, ¿y tu amigo?

—No sé, hoy no lo miré.

—Que mal. —Curvó sus labios.

—¡Qué bien!

—Si tú lo dices.

A la 1pm, la hora a la que todos los días menos éste entraba vi a Esteban afuera de mi universidad, parecía que buscaba a alguien, deseaba que Perla no lo mirara, pero fue imposible.

—Katy, ahí está, ¡seguro te está buscando!

—No me está buscando.

—¡Heyyyyyy, Perla! —Escuché a Esteban gritar.

—Te está buscando a ti —me encogí de hombros.

—Me habló para que voltees.

Lo analicé y me hacía señas para que me acercara, salí de la universidad y le pregunté; —¿Qué haces aquí? ¿Necesitas algo?

—Te necesito a ti. Hoy extrañé ir peleando contigo en el camino.

Estaba enojada y aún con eso, me sacó una ligera sonrisa.

—¿Cuándo salgas quieres ir a tomar un helado conmigo?

—Saliendo tengo tarea que hacer. —Tuve que mentir piadosamente.

—¡No es cierto! —Gritó Perla. —No nos han dejado tarea.

—Anda, vamos. —Suplicó.

—De acuerdo… Sólo por un helado y ya.

—Gracias por aceptar. —Me agradeció como si aceptar salir con él hubiese sido salvarle la vida.

—Casi me obligaste. —Le dije riéndome. —Tengo que irme, ya casi empieza mi próxima clase.

—Nos vemos saliendo, bonita. —Ahí va con esos apodos de nuevo.

—Espera, ¿y cómo sabrás la hora a la que salgo? —Llevé mi mano a mi barbilla.

—No me moveré de aquí.

Me pareció algo estúpido lo que dijo, así que me reí y entré a mi clase.

Sólo faltaban 2 clases para salir, filosofía y trigonometría: clases que si bien no formaban parte de la carrera, eran obligatorias. La clase de filosofía fue libre por haberla exentado.

—Hoy saldremos temprano, ¿quieres ir al cine?. —Inquirió Carlos entusiasmado con pequeños destellos en sus ojos color miel.

—Perdón, no puedo. —No mentí.

—¿Qué harás?

—Iré al parque por un helado.

—Ok, será para la otra.

Era tan lindo, tan comprensivo, eso hacía que cada vez le tomara más cariño aún.

Al salir de la universidad miré a Esteban en el mismo lugar donde habíamos tenido nuestra mini conversación.

—¿Era enserio? —Me ataqué de risa.

—Sí, bonita, era en serio, no me moví de aquí. ¿Lista para irnos?

—Lista.

—De acuerdo, dame tu mochila. —Se la di, pues sabía que si no se la daba, de todas maneras me la quitaría a la fuerza.

Llegamos al lugar de los helados y me atrevo a decir que esos helados eran los más cremosos de todos, pedí napolitano, mis favoritos y él pidió de pistache.

—¿Puedo contarte algo? —La curiosidad me ganó y asentí.

—Sí, Esteban.

—Me da gusto que ya me hables por mi nombre.

—No me cuesta nada llamarte así.

—Tengo auto.

—¡Wow, que genial! Un momento —hice una pausa —si tienes automóvil, ¿por qué te transportas en autobús?

—Por ti. —Confesó.

—Espera, ¿yo que tengo que ver en todo esto? —No entendía nada.

—¿Te gustó la rosa? —Intentó cambiar el tema




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