Enamorada sin Querer

Capítulo 2

Vanessa, el otro día dejé en tu casa mi maletín de deporte —hablé ni bien contestó mi llamada.

Hola cariño, yo me encuentro bien, gracias por preguntar —dijo con sarcasmo.

Me alegro —respondí riendo—. Pero en serio Vanessa, tengo que ir a recogerlo, tengo clases hoy y mi casa me queda muy lejos.

—No sé para qué me lo dices, si tú hasta llaves tienes —respondió—. Deja de molestar y ve a la casa. Solo no te comas mi Nutella, la última vez me dejaste sin mis reservas.

Trataré —reí. 
 

Colgué y salí con prisa de la editorial. La casa de las chicas quedaba cerca, así que llegué en menos de 15 minutos.

Saludé a la señora de la entrada y subí hasta el piso de las chicas.

Dejé mi cartera en el mueble y fui directo a la alacena, Vanessa había mencionado Nutella y tenía que buscarla, eran mi perdición, cuando encontré mi botín fui al cuarto de Vanessa.

Dejé la Nutella en el velador no sin antes meter la cucharita en ella y sacar una buena porción, que desapareció al instante en mi boca, me dispuse a buscar mi maleta, jugando con la cuchara en mi boca.

Después de buscar unos minutos encontré mi maleta en su armario. La puse sobre la cama, pensaba cambiarme en el gimnasio, pero ya que estaba aquí mejor me cambiaba de una vez.

Bajé el cierre de mi vestido y me lo quité, lo dejé sobre la cama. Me acerqué de nuevo hasta la Nutella y volví a dejar un poco en mi boca.

Abrí mi maleta, y saqué el top de deporte.

El ruido de una puerta cerrándose con fuerza me hizo sobresaltar.

Arrugué la frente y agudicé el oído para ver si escuchaba algo. Tal vez se había cerrado por el viento, seguro había una ventana abierta.

Salí del cuarto y avancé despacio, en el camino encontré un recogedor, una nunca sabe.

Tan inteligente como era yo, avancé con mi arma improvisada.... en ropa interior.

Caminé hasta el cuarto de Mafer, la puerta estaba abierta. No había nadie adentro, me di la vuelta y casi me da un infarto, con todo y grito incluido. 
 

—¡¡¿Quién rayos eres tú?!! —grité quitando la cuchara de mi boca y levantando el recogedor. 
 

Había un hombre parado en la puerta del cuarto, su cara era de sorpresa.

Era obvio que acaba de salir de la ducha, traía una toalla amarrada a la cintura y otra más pequeña en su mano. 
 

—Tal vez debería ser yo el que haga esa pregunta —se cruzó de brazos y se apoyó en el marco de la puerta.

—Oye idiota, responde de una vez si no quieres que te dé un golpe en la cabeza —exclamé alzando la voz.

—¿Y lo harás con un recogedor? —dijo en tono burlón enarcando una ceja. 
 

¿De dónde salió este tipo? 
 

Me acerqué a él, empuñando mi arma improvisada, lista para atacar.

—¡Espera, espera! —el tipo en cuestión levanto ambas manos antes de que yo diera el primer golpe—. Mi hermana vive aquí.

—Vanessa no tiene ningún hermano —dije sin bajar mis manos—, ¡No me quieras ver la cara de tonta!

Él sonrió y ladeó la cabeza mirándome.

—Eres linda —se acercó un poco a mí y agarró el palo del recogedor con una mano—. Mi hermana es María Fernanda.

Dejé de agarrar el recogedor y él lo dejó a un lado.

—Oh, no lo sabía —tomé una distancia prudencial—. Bueno y que se supone que haces así —deslicé mis ojos por su cuerpo. No tenía mal cuerpo, sus brazos eran músculos, su abdomen estaba marcado y al borde de la toalla se escondía una marcada V, sus piernas se veían fuertes. Era digno de ver, eso debía aceptarlo.

—¿Terminaste tu escudriño? —habló con una ceja levantada—. Mi hermana me dejó venir aquí, ya que he llegado hace unas horas y aún no tengo un lugar donde quedarme, y ya que estaba aquí aproveche para darme una ducha.

Miré su cabello, gotas caían de las puntas de sus mechones rebeldes, tenía largas y espesas pestañas que enmarcaban sus bonitos ojos, no lograba descifrar su color, parecían grises o ¿Tal vez eran verdes?, su nariz era recta y por último tenía unos labios delgados adornados por una fina barba.

—Lo que me lleva a preguntarme —siguió hablando—, ¿Quién eres tú? Y más importante ¿Qué haces aquí? —se cruzó de brazos haciendo que se marcaran los músculos de éste.

Me aclaré la garganta.

—He dejado unas cosas en el cuarto de Vanessa, así que vine a recogerlas, pero escuché un ruido y quise ver que era.

—¿Y para eso tenías que venir en ropa interior? —soltó una carcajada.

Bajé la mirada a mi cuerpo, no puede ser posible que me haya olvidado de que andaba en ropa interior.




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