Enamorados de la Muerte

Capítulo IV : "Todo pasa por algo"

“No hay un modo correcto de vivir la vida, ni tampoco de cómo terminarla…”
 


 


 


 


 


 

Hoy la habitación de la muerte está muy distinta, la ha decorado con muchos colores y juguetes, a lo mejor su próximo huésped sea un niño, pero... ¿de qué edad?
 


Me alejo de la casa y por el camino de dulces—si, como escuchaste, la muerte lo adornó todo para que se sintiera como en casa—viene contento y agarrando con sus pequeñas y delicadas manos cada dulce que puede.

El pequeño —debe rondar los 5 años, se nota por su inexistente altura— bserva la puerta con extrañeza mientras frunce el ceño y aprieta los dulces contra sí mismo, hasta que se relaja cuando ve a la muerte salir de su colorida morada.  El niño corre a sus brazos sin importar que se le caigan los dulces en el proceso.

—¡Papá! —estruja el traje de la parca con sus pequeñas manitas, pero al parecer no le importa en lo absoluto al "papá"—. Te he extrañado —menciona el infante rubio, de ojos azules y piel pálida.

—Y yo a ti campeón —lo arroja al aire sutilmente para luego volverlo a atrapar y dejar descansar en sus brazos. Que extraño se ve desde aquí, con esas terroríficas manos agarrar esas pequeñas manitas—. ¿Quién es mi pequeño campeón? —le revuelve su ondulada cabellera rubia para luego pellizcar le, de manera suave, la mejilla.

—Yo soy tu campeón, soy el campeón Woren —responde alzando una mano al aire como si fuera un superhéroe y se le inflan los mofletes de orgullo.

—¿Qué me dices si entramos en la casa y jugamos un rato? —Woren lo mira extrañado, uh, parece que la parca ha cometido un pequeño error.

—¡Yo quiero jugar fútbol aquí afuera papi, siempre jugamos afuera, nunca adentro! —hace un pequeño berrinche apartando la cabeza y cruzándose de brazos, aunque lanza alguna mirada rápida hacia su padre para ver si lo convence.

—Vale, campeón —se le iluminan los ojos al pequeño al haber conseguido lo que él deseaba—, pero primero hay que ir a cambiarnos de ropa para poder jugar —asiente efusivamente entre los brazos de la parca.

De camino al cuatro de la muerte el pequeño le cuenta sobre lo que soñó, o lo que él cree que soñó. Dice ser un sueño en el que se moría pero que no le dolía, como le habían dicho que sería, sintiendo solo un pequeño pinchazo.A la muerte se le empieza a dificultar ver a través de sus ojos al estar tan borrosos. Otro defecto, demonios, es demasiado inestable, tengo que informar que he encontrado otro error.

—¿Por qué lloras, papi? —el niño se apretuja más a su pecho, se percata de que las lágrimas son rojas y no transparente como suelen ser. Estúpidos bugs—. Yo estoy aquí contigo, tu campeón te va a salvar de todo tu mal —dice enseñando que ya se le había caído un diente antes de su muerte.

—Por nada, peque —se limpia las pequeñas gotas rojas de sus ojos sangre—. Estoy feliz de que estés conmigo —lo posiciona encima de la cama—. ¿Pero, sabes algo…? —toma aire y sigue—, no todo lo que pensamos que es un sueño lo es, a veces, esos sueños son verdad, hay veces que forman parte de nuestra realidad—el niño extrañado agarra con su mamita un dedo de su "padre".

—¿Por qué dices eso papi? —ligeramente frunciendo el ceño e inclinando la cabeza, va soltando con lentitud el dedo del susodicho frente a él y su pequeña y regordeta carita va cambiando a una asombrada pero no temerosa.

—Porque yo no soy tu padre —cambia sin previo aviso y revela su verdadera forma, su forma hostil.

Esperando alguna respuesta del niño le agita la mano por delante de la cara hasta que el niño parece inmutarse.

—¡Qué guay! —la parca se extraña mucho del repentino comportamiento del humano—. Papá dijo que hay personas que logran disfrazarse de otras de manera muy rápida. ¡Enséñame a hacerlo! Por favor—ruega emocionado, esperando lograr convencer a su camarada.

De pronto, se escucha una sonora y estruendosa carcajada por toda la habitación. Esta vez está llorando, pero no de tristeza, sino de felicidad y al parecer ya se ha arreglado lo de sus lágrimas.

—Vale, peque —en un intento de seguir hablando, Woren lo detiene.

—No me llamo pequeño. Tengo nombre, soy Woren, Woren Oliveiro —estira la manita y esta es rápidamente aceptada en un pequeño y formal saludo—. ¿Tú eres? —pensándolo, se agarra el mentón y pasea por la habitación pensativo.

—Puedes llamarme como quieras, siempre me ponen un nombre diferente. Pero uno que hace mucho no había escuchado es Shinigami.

—¿Shinigami? —asiente—. ¡Como mola! Me gusta. Te llamaré Shin —“Shin” sonríe de manera sutil y agarra a Woren, acostando al señorito Oliveiro.

—Bueno Woren, más tarde jugaremos y te enseñaré la manera de hacer ese truco, pero antes tienes que dormir un rato—el niño, sin querer hacerle caso se mueve por toda la cama—Si no te duermes, no podré ni jugar contigo, ni enseñarte el truco, ni darte más dulces—iluminado ante dicho descubrimiento el pequeño se sienta tranquilo.

—¿Podré comer más dulces deliciosos? —inquiere y el monstruo frente a él asiente e inmediatamente el enano se acuesta hasta que cae en un profundo sueño.

—Descansa bien Woren—deposita un sutil beso en su frente.

Sentándose en su habitual trono, agarra su libro, ojeándolo, hasta que se detiene en una página en específico.

Perfil: Woren Oliveiro

Marca con una raya ese nombre, lo cierra con cuidado y antes de tirar de la palanca a su lado observa al infante con una extraña mezcla de “vida” en sus esferas rojizas.

—Dulces sueños, campeón. Me alegro de que tus padres hallan sabido apreciar tu bella y pura sonrisa, porque de veras que no tiene precio. Ni el oro más grande del mundo, ni las mejores joyas, lograrían siquiera pagar algo cercano a lo que tú les brindaste



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En el texto hay: muerte, parca, shinigami

Editado: 07.05.2021

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