8 de julio 2024.
Walter.
De vuelta a la realidad, con la única diferencia de que me desperté temprano para iniciar mi día. Eché agua en mi cara para limpiarla y me observo en el espejo; no soy narcisista, pero no importa las horas que duerma, amanezco siempre apetecible. Con mis dedos mojados intenté peinar mi cabello y bostecé al abrir la puerta de mi habitación. Las voces de Christina y Petunia llegaron a mis oídos y arrastré mis pies hacia allí.
No recuerdo ninguna vez en qué usé la barra de la cocina como comedor salvo la vez del refrigerio nocturno con Chris, pero me dirijo ahí sin pensarlo, sentándome en el taburete a su lado.
—¿Te caíste de la cama, cariño? —Le sonreí a Petunia.
—Hablan demasiado alto, perturban mi sueño de belleza.
—Tranquilo, puedes robar mi colágeno cuando quieras —bromea estirando su cuello para dejar un beso en mi mejilla.
—Ya no me sentiré tan culpable de hacerlo ahora que tengo tu permiso.
—¿Desayunas o solo te despertaste a quejarte de tu sueño perturbado? —pregunta Petunia. Lo sé, también para mí es una sorpresa haberme levantado tan temprano. Solo lo hago cuando hay una chica a mi lado en las camas de los hoteles o cuando tengo ganas de salir a correr para adelantar la rutina de ejercicio. Me encogí de hombros con indiferencia.
—Ya estoy aquí, al menos aprovecharé para comer.
—Así se habla, Iceberg, romper la rutina no es malo. —La miré y pude notar el maquillaje sobre sus ojeras. Levanté la mano y con el pulgar las tracé, ella se alejó y desvió los ojos para seguir comiendo—. También tengo el sueño perturbado.
Petunia me pone el desayuno adelante en el momento en que Christina aleja su plato vacío y se levanta.
—Voy tarde al trabajo. —Se despide, dejando otro beso en mi mejilla y lanzándole uno a Petunia. Giré en el taburete, pero no pude verla cuando ya había dado la vuelta a su habitación.
—Sabía que el amor cambiaba, pero no creí que te haría madrugador.
—No me está cambiando nada, Petunia.
—Ajá. Despertaste temprano y no estás comiendo en el comedor. Yo lo veo como un cambio.
—¡Nos vemos en la tarde! —grita Christina.
—Cuídate.
—Siempre.
Escuché como el ascensor llegó y me giré a Petunia, que tenía una ceja alzada y sus manos sobre la cadera.
—No digas nada o tu pago se retrasará —advertí tomando el plato para irme al comedor. No estoy cambiando mi rutina, solo quería acompañarla en su desayuno, ya que se fue, y puedo comer donde siempre.
Tal parece que Petunia no quiere dejarlo pasar, me sigue, sentándose en la silla a mi lado. Apoya su barbilla en la palma de su mano, observando mi rostro con demasiada atención. Frunzo el ceño y dejé el tenedor sobre el plato.
—¿Tengo algo en la cara?
—No, pero sí en tus ojos. Están distintos.
—Tengo sueño, para la próxima hablen y rían más bajo.
—No tiene sentido que niegues lo que sientes por ella, se van a casar, cariño. La inteligencia emocional hace que una relación funcione. —Se pone de pie y prefiero no darle importancia a sus palabras. No negaré que estoy empezando a tener empatía por Christina, no quiero que se sienta tan usada en este plan y que al menos se la pase bien a mi lado. No es como que la vaya a evitar cuando Alison no esté cerca. Solo estoy haciendo estos días más llevaderos.
Cierro la puerta de mi oficina en el momento en que la silla detrás del escritorio se gira, dejando ver a una mujer de cabellera rubia y una sonrisa de labios cerrados. No solo me sorprende verla aquí, también que esté despierta tan temprano, mucho antes de que Víctor llegara para poder colarse.
—¿Qué haces aquí?
—No es necesario el sermón de que tu madre odia a la mía y que mi presencia en su amada empresa le puede causar un infarto, porque si la mía se entera de nuestros encuentros, me deshereda.
»Tengo más por perder, créeme, quiero que esto siga siendo un secreto también.
Me crucé de brazos, manteniendo una expresión seria, pero me fue imposible seguir imperturbable cuando se puso de pie y caminó hacia mí con sus largas piernas desnudas gracias al vestido que usaba.
No. La noticia de mi matrimonio con Christina ya salió a la luz, no puedo estar con nadie fuera del plan, o lo arruinaría por completo. Debo controlarme. Más cuando sus dedos tocan los bordes del saco, adentrándose para deslizarlos por los botones de la camisa.
—Me enteré de que te casas —ronroneó.
—Y aun así estas tocándome.
—No veo mucha molestia de tu parte —replica subiendo su mano a mi barbilla. Me alejé de su toque, intentando mantener una imagen de prometido ideal. Ella sonrió bajando su extremidad—. No me digas que ahora te picó el mosco de la fidelidad.
—Es lo que pasa cuando te comprometes con alguien, Abril.
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Editado: 20.04.2024