Las horas que pasé antes de ir a su casa me devané los sesos pensando en cómo declararme a mi dulce manzanita. Pensé en escribirle una canción, pero la composición no era mi fuerte; escribirle una poesía, no era bueno rimando. Pedírselo a través de comida como los famosos cupcakes que estaban de moda, muy común. Con globos y rosas, muy cliché.
Empecé a preparar mi mochila para ir a su casa y vi mi cámara fotográfica en mi escritorio. La tomé y empecé a ver todas las fotografías que tenía guardadas en el rollo. Eran fotos de manzanita en cada paseo que habíamos dado. En algunas posaba y en otras ni siquiera se había dado cuenta que estaba siendo fotografiada. Una idea vino a mi mente, podía hacerle un video o podía hacerle un collage. Un collage, eso era. Tenía que imprimir las imágenes y tenía que buscar una base para pegarlas; bueno, también podía hacer el video. Claro, primero le enseñaría el collage y luego el video. Tendría que buscar las palabras adecuadas para ella.
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Fui recibido con un beso en la mejilla, una mirada picara y unas mejillas sonrojadas. Nina no tendía a sonrojarse. Pero ahora era una pequeña manzanita roja. Tan tierna. A cambio la envolví en un abrazo y le di un beso en la frente. Ella se apartó y tomó mi mano llevándome al salón donde le daba clases.
—Bueno, ¿Qué quieres aprender hoy? –pregunté.
—Quiero que me enseñes a dibujar siluetas de personas y difuminar los colores para un atardecer. También me gustaría que me enseñes a pintar con oleo.
—Eso es mucho para unas horas.
—Bien, empieza por las siluetas.
—Podrías imprimirlas del internet y calcarlas para que luego las pintes.
—Podría, pero no serían las siluetas verdaderas de las personas que quiero dibujar. Y quiero que sea muy real.
—¿Qué tramas?
—Nada. Nou, absolutamente nada. Ahora manos a la obra, cariño—me dio una sonrisa coqueta y un beso muy cerca de la comisura de mis labios. Quería girarme y robarle un beso, pero me había prometido que esperaría hasta que aceptara ser mía.
Así pasamos la tarde, entre risas, bromas, y pinturas en nuestros rostros. Lamentablemente, las horas pasaron rápido y me encontraba listo para regresar a casa. Mi preciosa manzanita me despidió en la puerta después de una deliciosa cena. Su madre muy amablemente me había invitado a cenar como cada vez que iba. Ya me conocían y me sentía en confianza con ellos. Al principio su madre me pareció muy seria, pero conforme la fui conociendo me di cuenta de lo alegre y amable que era. Sobre todo, me di cuenta que Nina estaba rodeada de amor.
Mi pequeña manzanita tiró de mi polo para quedar a la misma altura y rozó su nariz con la mía. Sabía que Nina buscaba un beso y yo también quería uno, pero tuve que tener fuerza de voluntad. Le di un beso en la nariz y me aparté; escuchando su resoplido.
—Te veré mañana manzanita.
—Seguro—dijo en un tono que denotaba indiferencia. Atrapé su mano derecha y la lleve hacia mis labios, donde deposite un beso. Ella levantó la mirada y sonrió—. De acuerdo, hasta mañana…sonrisitas.
—¿Cómo me llamaste?
—Sonrisitas, ¿te gusta? Es mi apodo cariñoso. Eres un niño muy risueño y me encantan tus sonrisas, justo como la que me estas mostrando ahora.
—No soy risueño.
—Créeme cariño, lo eres. En fin…te veo mañana—y sin previo aviso se puso de puntillas y me dio un pico. Llegue sonriendo a casa.