Ya eran como las siete de la mañana cuando desperté por lo rayos del sol que comenzaban a entrar impenetrantés a través de la ventana, me levanté y vi las bolsas de compras en mi cama, entonces volví a costarme sobre la alfombra y oré por unos minutos; cuando María entró y me vio en el suelo me abrazó. La abracé y comencé a llorar
- Lamento mucho lo que sucedió. Me dijo
- Me siento horrible, y humillada.
- ¿Te hizo mucho daño? Me preguntó.
- Me duele mucho. Respondí
- Pronto sanarás.
- No, las heridas del alma se demoran demasiado en sanar; le dije entre sollozos.
- ¿Y las físicas?; Ella me miró pensando que él me había tomado a la fuerza, entonces le conté lo que realmente sucedió y no lo que todos se imaginaban.
Entonces ella con mucha ternura me dijo:
- Es mejor que te levantes y bajes a hacer tus tareas, no demuestres que te humilló porque entonces será mejor para él, camina con la cabeza en alto y demuéstrale que estas herida, pero no vencida.
Pensé en lo que María me dijo y comprendí que tenía razón, así que me levanté y miré las bolsas que estaban sobre la cama.
- Es ropa, la compró el señor. Dijo María mientras imiciaba acomodarla en el closet.
- Piensa que con ropa puede curar lo que hizo. Respondí, y en ese momento el señor Francisco entró
- No. Es para que vistas mejor, no quiero que andes por la mansión en pijama. Respondió
No me digné a mirarlo, sentí que salió porque escuché el sonido de la puerta; María se quedó conmigo, entonces me duché y le ayudé a desempacar las bolsas de compras; había unos nuevos pijamas, faldas no muy largas, blusas decentes, ropa interior nueva, zapatos y cosméticos de uso personal; me sentí mejor, así que usé la ropa nueva.
Salí a darles de comer a los perros, pero mi tristeza aún se notaba, Cesar me miró dedicandime una linda sonrisa, pero no me habló. Mientras caminaba por el jardín, observé que en el tercer piso había una habitación donde terminaba un muro que encerraba todo el jardín, el muro que separaba la mansión de mi libertad; entonces comencé a planear mi escape con mucho más análisis.
Durante los días de la planeación de mi escape traté de evitar al señor Francisco, y él lo percibió, así que en una tarde me tomó por sorpresa de una mano, y aunque yo me solté, con rapidez volvió a sujetarme
- ¿Tanto te duele?, agradece que no te hice nada. Me dijo
Me solté con violencia y lo miré a los ojos con gran ira:
- ¡Lo odio! y como quisiera verlo muerto para librarme de usted, el simple hecho de que usted me miré me repugna; le dije mientras las manos me temblaban de la furia que tenía.
Observé en su mirada que le dolió lo que le dije, así que desde ese momento ya era él quien me evadía, pero me puso tareas mucho más pesadas, como lavar los baños, sacudir alfombras y organizar habitaciones; ya no tenía ni una oportunidad para descansar, solo cuando dormía, pero lo hacía muy poco ya que en el tiempo de descanso planeaba la fuga. Nadie sabía de mi escape, no quería que pasara lo mismo que sucedió con María.