Acostada en mi cama, pensaba en todo lo que me había sucedido en esos últimos meses, y solo me consolaba las estrellas que Jesús había puesto en aquel mundo oscuro para mí, estrellas como Cesar y María, pero que se estaban volviendo tan fugaces que me estaban dejando en la oscuridad absoluta, fue entonces cuando más sola me sentí.
Una hora después María subió y entró en mi habitación, cuando me vio así de triste me abrazó.
- Fue lo mejor, Cesar se estaba enamorando de ti y ese amor podría causarle la muerte; aquí todos sabemos que el señor está obsesionado contigo, y el que te mire de una forma especial va a terminar muerto.
- ¿Por qué me sucede esto a mí? Pregunté con tristeza.
- No te desesperes, Dios sabe cómo hace sus cosas. Me respondió María
- Ya no sé hasta donde pueda soportar esta situación, siento como mueren mis esperanzas con cada día que paso en este lugar al lado de ese hombre, si es que se le puede llamar así.
- Es mejor que te tranquilices, el señor te espera, quiere que almuerces con él.
- No quiero almorzar. Contesté
- Pero no has comido nada en todo el día, así te vas a enfermar, y no te busques problemas, baja, si él te pregunta algo, dale respuestas cortas.
Pensé en lo que dijo María, y una vez más, tenía razón; bajé y me senté al comedor, y al lado derecho del señor Francisco estaba sentada Selene, justo enfrente de mí, ella nos iba acompañar; me senté muy serena y tranquila, lo que menos quería era provocar más problemas ya que en aquella casa eran el pan de cada día; durante el almuerzo ellos me ignoraron, así que comí los más rápido posible, y cuando terminé me levanté, el señor Francisco al verme puso toda su atención en mí
- Es parte de mala educación que te levantes si los demás no hemos terminado, tú debes saberlo. Me dijo
- ¿Y para qué me voy a quedar aquí, para ver como ustedes me ignoran?
Entonces él se rio al igual que Selene, lo que provocó que me llenara de ira y reaccionara de una manera poco común en mi vida; tomé el mantel de un extremo y tiré de él, todo cayó abajo, y les regué la comida encima.
- ¡¡Odio que me ignoren!! Dije dejando caer el mantel al suelo.
Todos los empleados entraron al escuchar el estruendo.
Yo aproveché ese instante de valentía mezclado con adrenalina para retirarme, pero cuando iba a subir a mi habitación el señor Francisco me alcanzó y me tomó de un brazo con brusquedad.
- Vas a levantar lo que hiciste. Me dijo mientras sus pantalones de lino negro estaban empapado de sopa.
- Si no le gusta límpielo usted. Le dije con arrogancia.
Lo que provocó que me llevara a arrastras hasta el comedor y me arrojó al suelo, pero su mano seguí sosteniendo mi brazo
- ¡Recógelo! Me dijo.
Mi paciencia estaba llegando a su límite, ya estaba cansada de tanto maltrato, así que tomé un pedazo de vidrio de los platos rotos y se lo hundí en el hombro cerca del pecho; él me soltó de inmediato y Selene corrió hacia él, me levanté con rapidez y salí al jardín.
Estaba cegada por la furia, solo sentía ira y pensaba en cómo hacerle más daño, esta vez no lloré; media hora después llegó el médico que me atendió y fue directo hasta la mansión.
Cuando me calmé, pensé en lo que hice y me sentí mal, y comencé a llorar; ahora recuerdo porque mi madre decía que orar curaba la ira, porque es como una enfermedad que nos consume, y lo peor es que es contagiosa.
Esperé en la puerta principal al médico, y cuando se acercó le pregunté cómo estaba él señor Francisco.
- Está bien; dijo, y añadió - solo fue una herida pequeña pero profunda, sangró mucho pero ya lo saturé. Dijo, luego se despidió.
Me quedé en el jardín, minutos después escuché la voz de Selene, estaba buscándome, me iba a dar una paliza, pero un guardia se lo impidió
- El señor manda decir que no la toques; le dije.
Ella no se acercó más, pero dio la orden de llevarme a mi habitación, en todo el día no pude salir, y tampoco me llevaron comida, así que tuve que acostarme con hambre esa noche.
A la mañana siguiente me levanté y bajé al comedor, pero cuando entré vi al señor Francisco sentado sobre una silla en diagonal al comedor hablando con Selene; me situé en frente de él, entonces me observó, y tal vez vio en mis ojos la culpa que tenía porque le pidió a Selene que nos dejara solos; me acerqué y le pregunté si podía limpiarle la herida.
- Solo si no intentas matarme de nuevo. Me dijo con voz tranquila.
- Jamás haría eso, solo lo herí para que me soltara, si quisiera matarlo lo hubiera cortado aquí.
Entonces le señalé un lugar en su brazo
- Si corto allí, se desangraría en tres minutos, allí están una de las venas más importante, un 70% de sangre pasa por ella.
Entonces me miró con asombro.
– Yo, al igual que usted, también sé cuáles son los puntos para matar a una persona, pero jamás me volvería asesina.
Entonces se desabotonó la camisa, y una vez más vi sus fuertes y musvulosos brazos, tragué saliva y con cuidado le retiré la venda empapada de sangre, mojé un algodón en un líquido que le recomendó el médico y comencé a limpiar; él no paraba de mirarme el rostro, era la primera vez que me acercaba a él por mi voluntad.