Subí a mi habitación a ducharme, después de unas horas bajé al jardín y lo observé algo descuidado, y como Cesar ya no estaba lo organicé un poco; al mediodía llegó el señor Francisco y me pidió que almorzáramos juntos sin discusiones, y lo hicimos, la verdad es que la conversación fue muy poca.
Cuando terminamos de almorzar, el señor Francisco se retiró a su despacho, yo subí a mi habitación porque me sentía algo fatigada, así que me senté en el sofá a leer mi Biblia.
Después de unas horas alguien tocó a la puerta, era el señor Francisco.
- ¿Ya pensaste en lo que quieres? Me preguntó de pie junto a mí.
- ¿Acerca de qué? Pregunté.
- Acerca de recompensarte por lo de ayer.
Yo estaba sentada con mi Biblia en las manos, la cerré y me incorporé quedando a su lado, pero frente él.
- Quiero salir, pero salir de esta casa e ir a la ciudad. Le dije, pero su semblante cambió, y su bonita sonrisa se esfumó
- Eso nunca. Me respondió cambiando totalmente, desde el sonido de su voz hasta la expresión de su rostro; luego salió de la habitación, así que lo seguí, y mientras bajamos las escaleras le pregunté.
- ¿Pero por qué no?
- Porque no. Replicó con rapidez y en tono severo.
Caminó mucho más rápido de lo normal y entró a su despacho, y yo entré tras él.
- Estoy cansada de estar aquí, no puedo pasarme la vida aquí encerrada. Le dije
- Ya dije que no, y no quiero discutir contigo, pídeme otra cosa, pero salir no.
Lo miré algo seria, y luego me acerqué.
- Podemos salir los dos, ir a un parque, tomar un café o lo que sea, pero salir.
Se sentó en su escritorio, y me miró
- ¿Para qué quieres salir? ¿Quieres escapar de nuevo?
Era obvio que él pensara en eso, pero la verdad era que solo quería salir y no sentirme ahogada en esa casa.
- No pienso escapar de usted, lo prometo.
- ¿Quién me asegura que no estas mintiendo?
- Si salimos juntos ¿cómo podría escapar de usted?
- Anna, ya dije que no.
- ¿Pero por qué no? ¡Yo no soy Esmeralda! Lo dije en voz alta.
- ¡Silencio! Dijo alzando más su voz que la mía.
Salí de allí muy ofuscada y subí al tercer piso, y me encerré en la biblioteca.
Después de una hora sentí que María me estaba llamando, pero no quise contestar, no quería hablar con nadie; el señor se fue de nuevo a la cuidad.
Organicé un poco la biblioteca sin que nadie se diera cuenta, solo sacudí y levanté algunas cosas. Me recosté sobre una mesa grande que había allí, y solo observaba un retrato que había de una familia colgado sobre la pared.
Al anochecer llegó el señor Francisco, María y Selene me estaba buscando, no quise encender luces, simplemente me quedé allí acostada; no sé qué le dijeron al señor, pero él se puso furioso porque casi destruyó el comedor. Cuando sentí los destrozos y a los perros ladrando bajé al comedor.
- Ella no se ha ido señor. Dijo María al verme entrar
Él se volvió a mirarme con cólera y susto.
- ¿Dónde estabas? Me preguntó mientras su rostro seguía enrojecido y las venas de la frente le querían saltar.
- En casa. Respondí
- ¿Si estabas aquí por qué ellas no te habían encontrado?
No respondí, entonces él se fue al despacho, yo me quedé para ayudarle a María a recoger todo los daños que él provocó
- Conmigo no vuelvas a jugar a las escondidas. Me dijo Selene, y luego se retiró.
- Cuando no me encuentres ve a la biblioteca, me gustar estar allí. Le dije a María.
Cuando terminé de ayudarla me disponía a subir, pero el señor Francisco se encontró conmigo.
- Regresa al comedor que vamos a cenar. Me dijo con tono severo.
- Gracias, pero aún no tengo a petito. Le respondí con tranquilidad.
- No es una sugerencia. Replicó
Lo miré por unos segundos, y cuando iba a continuar mi camino me sujetó de una mano y me llevó por la fuerza al comedor; traté de soltarme, pero él me sostuvo con fuerza, mi ira comenzó a subir como una botella de champán cuando le quitan el corcho; no me iba a doblegar delante de él, así que cuando estábamos en el comedor tiré con tanta violencia que mi mano izquierda se desprendió justo en la parte de la muñeca; escuché el sonido y sentí el dolor inmediato, mis ojos comenzaron aguarse y miles de sensaciones de dolor se concentraron en un solo punto haciéndome gemir.
Cuando el señor sintió que el hueso por donde él me tenía sujeta se desencajó, me miró con temor y me soltó; aproveché y corrí sosteniendo mi mano, solo recuerdo que él dijo mi nombre. Corrí al tercer piso, llegué a la biblioteca, cerré la puerta y con mi otra mano le puse pasador para que nadie entrara.
Mi mano comenzó a dolerme mucho más, comencé a llorar mientras la sostenía; me arrodillé y con mi mente comencé a adorar a Jesucristo. Después de unos minutos el dolor se puso más intenso, ya no lo soportaba más y comencé a caminar por la habitación para no sentir tanto dolor, pero no funcionaba, y no sabía qué hacer. El señor Francisco llegó con el médico, pero no sabían dónde estaba yo, todos comenzaron a buscarme; después de media hora el dolor seguía insoportable, pero no quería verle el rostro al señor Francisco así que continúe allí en cerrada; María recordó lo que le dije en el comedor acerca de la biblioteca, así que el señor Francisco subió con el médico, trataron de abrir la puerta, pero no pudieron.