A la mañana siguiente me llevó el desayuno a la cama, me asombré mucho, actuaba como si nada hubiese pasado; le pregunté donde durmió.
– Con los guardias; me contestó.
Intenté decirle algo más, pero luego añadió
- Hoy no quiero discutir.
Mientras desayunaba él entró a ducharse, y cuando salió se sentó junto a mí.
- Vamos a la alberca, estas vacaciones son para nosotros y solo hemos estado discutiendo. Me dijo con tranquilidad.
- Bien, vamos a la piscina. Respondí con algo de alegría
Me organicé y bajamos, cuando nos dirigíamos a la piscina él me tomó en sus brazos y se lanzó conmigo al agua, entonces comenzamos a jugar, a reír y hacer felices como si nada estuviese pasando. En un momento se me acercó y quedó muy cerca de mí, ambos estábamos en la superficie, entonces vi en sus ojos que quería besarme, me paralicé y sentí miedo; cuando él iba a tocar mis labios con los suyos nadé hacia el borde, salí de la piscina y fui a la habitación mientras él me llamaba.
Cuando bajé a almorzar pregunté por el señor, Selene me dijo que había ido a cambiarse; cuando terminé de almorzar, volví a preguntar por él
- fue a caminar por la playa, no quiso que nadie lo acompañara; me contestó Selene.
Esperé toda la tarde a que regresara, pero no llegó, Selene quiso acompañarme a buscarlo, pero le dije que no, la verdad es que esto era pie para otra discusión mucho mayor que la anterior. Comencé a caminar playa arriba, había muchas personas tomando el sol y jugando boleibol; trataba de buscarlo entre ellas, pero no lo vi, entonces seguí caminando; después de una hora me encontré en una parte muy sola de la playa, a mi mano derecha estaba el mar y a mi izquierda un bosque espeso, escuchaba el sonido del mar y el viento entre las palmeras. Ya estaba desistiendo de la búsqueda cuando lo vi sentado en una corteza de árbol mirando el horizonte.
- ¿Qué hace aquí? Le pregunté
- Ana por favor vete, quiero estar solo.
Comencé a enojarme, pero me controlé
- ¿Y qué es lo que usted quiere, que me acueste con usted?
Él se levantó, se quitó las gafas de sol y me dijo:
- No, yo quiero es que tú me ames, pero… pero eso es imposible, lo veo en tus ojos.
- Yo no puedo amar a un hombre que no puede olvidar a otra mujer.
Entonces dejó caer las gafas y me sujetó por ambos brazos
- ¿Por qué no me puedes creer que yo ya no siento nada por ella?
- Porque usted no lo demuestra así.
- Ana, tú no puedes decir eso porque nunca te han roto el corazón, y menos la persona que tu amas.
Entonces me soltó, ambos nos quedamos mirando el atardecer mientras la amargura se apoderaba de nosotros; de repente la tarde se opacó por una nube gris que se dirigía hacia nosotros, el mar comenzó a agitarse y las olas ya tocaban nuestros pies, entonces me dijo:
- ¿Ana, qué hago con este amor que tengo en el pecho y que una vez más, es un amor no correspondido?
La brisa se tornó más fría y unas leves gotas comenzaron a caer sobre nosotros, entonces me situé frente a él
- Míreme por favor a los ojos.
Sus ojos llenos de lágrimas, pero sin derramar ninguna me miraron
- Yo a usted lo amo, lo amo señor Francisco y no es imposible que una víctima se enamoré de su verdugo, que él le hacía daño pero sufría tanto o más que ella. Ahora dígame usted ¿qué hago yo con este amor, que no es correspondido?
Sus ojos seguían fijos en mí y sus lágrimas que con tanto esfuerzo trataba de que no se derramaran, comenzaron a caer, y junto con ellas la lluvia. En un momento me sujetó de la cintura y me besó, no me resistí porque lo deseaba tanto o más que él; fue hermoso ese momento a pesar de la lluvia; todo encajaba, después de unos segundos me abrazó con fuerza mientras la lluvia nos empapaba.
- Nunca lo dudes, yo te amo a ti, Ana, a nadie más. Me dijo cerca al oído
Sentí la ropa adherida a mi cuerpo y algo de frio, pero en sus brazos me sentía caliente y segura; el beso que ese día nos dimos me hizo entender que desde ese instante nunca podría estar lejos de él.
- Vámonos, hay que resguardarnos de la tormenta. Me dijo tomándome de una mano
Pero ya era algo tarde, el mar estaba enfurecido, las olas estallaban en la playa y los truenos estremecían la tierra. Comenzamos a caminar, pero ya no se podía estar en la playa por el mar, así que entramos al bosque. En un momento vimos una nube de humo tratando de prevalecer contra la fuerte lluvia, entonces nos dirigimos hacia ella; luego de unos minutos estábamos frente a una cabaña, el señor Francisco tocó a la puerta, un hombre ya entrado en años nos abrió y nos dio refugio en la cabaña, después vimos a una mujer ya madura sentada en una pequeña salita, la cual nos dio una manta; se notaba que era la casa de un pescador por la redes que había colgadas, el señor Francisco se acercó y me abrazó envolviéndome en la manta, la señora nos dio café caliente mientras pasaba la tormenta.
– Ana, gracias por amarme. Me dijo al oído.
Ambos sonreímos y luego me dio un beso en la frente mientras sus ojos expresaban felicidad.