Estuvimos refugiados allí por una semana, no podíamos salir ni volver hasta que el señor Francisco se recuperara. Hasta un día cuando Selene llegó con la noticia de que la junta de socios de la compañía había asesinado al hombre que me secuestró.
- ¿Y por qué? Pregunté.
- Nadie quiere guerra, yo soy el socio mayoritario y tengo acceso a todas las cuentas, te dije que tenemos las de ganar; y los socios prefirieron que perdiera uno a que perdieran todos. Contestó el señor Francisco.
Selene le entregó una carta, era de los socios; decía que ninguno de los que firmaba estaban de acuerdo con lo que hizo el otro hombre, ninguno de ellos intentaría hacerle daño y si aún quería renunciar le daban seis meses, pero la mitad del capital debía dárselo a la compañía como correspondía; el señor Francisco se volvió a mirarme.
- ¿Podemos aceptar verdad, o hay algún impedimento? Pregunté.
- El único impedimento que yo tuviera es que tú no me esperes seis meses más. Contestó.
- Le dije que lo voy a esperar, y lo voy hacer. Le dije con una sonrisa.
Al siguiente día el señor Francisco se comunicó con la junta de socios y decidieron reunirse; cuando el señor volvió a la ciudad comencé a orar, estaba nerviosa pero confiaba en que Dios iba a obrar a favor de nosotros; y así fue, cuando llegó el señor Francisco nos reunió a todos
- Ya podemos volver a la ciudad, pero eso no significa que vayamos a bajar la guardia, todos debemos estar alerta, estos seis meses no serán fáciles. Nos dijo
Luego me tomó de una mano y me llevó a la habitación.
- Estaremos bien, ya mandé llamar a María y a su familia. Me dijo
Sonreí, pero a un estaba preocupada, le di las gracias a mi Cristo y comenzamos a empacar, pues esa misma tarde regresábamos a la mansión.
Cuando volvimos, la mansión estaba intacta, tal como la dejamos; los guardias subieron las maletas, el señor Francisco fue al despacho para comenzar su retiro de estos seis meses de plazo, Selene fue a supervisar la vigilancia con los guardaespaldas y yo quedé de nuevo sola en aquella enorme casa; fui a la cocina y comencé a preparar algo de cenar para todos, me llevó varias horas pues no estaba acostumbrada a cocinar para tantas personas.
Ya estaba anocheciendo cuando llegó María, todos salimos a recibirla, le di un abrazo a ella, a su sobrina y a Cesar que también volvía para quedarse unos días.
- Entremos todos. Dijo el señor Francisco
Nos sentamos en sala a contarnos las cosas que nos habían pasado esa última semana.
- Bueno, hay que hacer comida para toda esta gente. Dijo María levantándose de su puesto
- Yo ya hice, es sino servir. Me sorprende que pienses eso al ver que hay una mujer en esta casa que no le gusta estar de balde. Respondí
- Perdone, es que usted no está acostumbrada a preparar la cena para tanta gente.
- Eso no significa que los iba a dejar morir de hambre. ¡Vamos, yo te ayudo a servir!
- No, tranquila, nosotras servimos, la señora de la casa no debe estar en la cocina, además debe estar cansada.
- ¿Señora de la casa? Eso como que no me suena. Repliqué.
- Pues aunque no te suene lo eres. Contestó el señor Francisco
María y su sobrina fueron a servir la cena para todos, el señor Francisco fue a su despacho; Cesar y yo nos quedamos en la sala, así que iniciamos a conversar.
- ¿Y tú, cómo estas, cómo te va en la U? Le pregunté
- Muy bien.
- Es algo duro, pero nada con lo que uno no pueda. Contestó.
Continuamos conversando, y unos minutos después María nos llamó, la cena ya estaba servida; entonces me levanté y tomé a Cesar de una mano, y en ese momento apareció el señor Francisco, también iba para el comedor.
- Cesar, María, siéntense a comer con nosotros, esta mesa es muy grande. Dijo el señor