En el segundo mes del plazo de retiro que le dieron al señor Francisco, María iba a salir de compras para llenar la alacena, yo quería acompañarla pues hacía un mes que no salía de aquella casa; aunque sabía que el señor Francisco no me dejaría, nada perdería con intentarlo; se lo dije muy amable y de buena manera, pero su respuesta fue un rotundo NO, a pesar de que le dije que iría con un ejército completo su respuesta fue “cuando las cosas estén más calmadas” yo no entendía esa frase hasta cuando María volvió; le ayudé a desempacar cuando en un periódico donde está envuelto unas frutas vi una noticia de una mujer que había aparecido muerta en España, era una colombiana con el nombre de Ana Valenzuela. Casi me voy de para atrás, corrí con el periódico en la mano hacia el despacho del señor Francisco, entonces se lo mostré, pero lo que él me confesó fue mucho peor.
- Ana, no te enojes; dijo - lo siento, pero el policía que llamaste cuando te fugaste estaba en la ciudad buscándote; y cuando te dispararon fue que nos dimos cuenta que estaba en los barrios bajos buscando información sobre ti, así que se me ocurrió hacerte pasar por muerta mientras estabas en la clínica, aquí mueren muchas personas que nadie reclama, buscamos una mujer más o menos de tu edad, el cadáver estaba irreconocible así que le pusimos tus huellas; el policía se llevó el cadáver a Colombia y allí le dieron sepultura.
No lo creía, por mi rostro bajaron lágrimas de amargura mientras mi cerebro asimilaba todo lo que el señor Francisco me había dicho; él se me acercó.
- Me mataste; le dije, y corrí hacia mi habitación mientras él corría tras de mí.
- Por supuesto, por eso no quiere que yo salga hasta que la noticia no esté olvidada, nadie se metería con usted y menos conmigo al saber que soy su mujer; todo fue una trampa.
- No. Era lo mejor, si en Colombia te enterraban ya nadie te buscaría, nadie podría separarnos, nadie sabrá tu verdadero origen y no te harán daño. Respondió
- ¿Pero por qué así? las cosas se pudieron haber hecho de otra forma.
- Ana, no había otra forma.
No sé qué me sucedió en ese momento, pero me sentí ahogada, encerrada y atada de manos, fue cuando comencé a gritarle
- ¡Para usted nunca hay otra manera, solo esta su maldito egoísmo!; me cansé de esta porquería, me cansé de que usted siempre este tomando decisiones en mi vida sin consultarme como si fuera mi dueño. Usted me quitó todo, mi libertad, mi vida y ahora mi identidad, algo que creí que nunca podía arrebatarme. ¿Quién soy ahora?, ¿la mujer mexicana drogadicta que se enamoró del peor de los hombres, eso es lo que soy ahora?
Él no pronunció ni una palabra ante mis reclamos, solo se quedó allí, mirando como yo le destrozaba el corazón, sin siquiera emitir un sonido del dolor que sentía.
Entonces me acerqué y le dije:
- ¿Qué más quiere de mí?, ya no puede arrebatarme nada; eso era lo que usted quería, que yo me quedara así, sin protección, sin ayuda, sin nadie que me buscara desde mi país, para quedarme por siempre en esta maldita ciudad, con usted. Ahora ya soy suya, le pertenezco, por culpa suya dejé de existir; pero lo más trágico es que la mujer que tiene enfrente no sabe quién es. No, tal vez sí, es la que usted quiere que sea.
Comencé a estallar todo lo que podía coger, floreros, fotos, cuadros, libros, toda mi habitación la destrocé; el señor Francisco se retiró y me dejó sola para que acabara con lo que quedaba de mi habitación; en un momento arrojé un bolso donde estaban la visa, unas tarjetas de crédito y el pasaporte falso que el señor Francisco me había dado, fue entonces cuando me surgió la idea de volver a Colombia; empecé a empacar mi maleta y llamé por teléfono a un aeropuerto, le dije a María que ella me acompañaría a Colombia; cuando el señor Francisco lo supo subió a mi habitación.
- Ana, sé que hice mal, pero de qué te servirá volver a Colombia, ya no puedes remediarlo.
No contesté, solo seguí empacando, entonces tomó la maleta y la arrojó al suelo
- Si piensas alejarte de mí no lo permitiré, si lo intentas volveré hacer él mismo de antes, pero no te irás.
- Sí me iré.
- ¿Quieres probar?
Él estaba desesperado.
Cuando bajé con las maletas, todas las puertas y ventanas estaban cerradas, comencé a golpearlas a tirarles sillas, pero ninguna se abrió, María me sostuvo de un brazo
- Cálmese, de nada le servirá. Me dijo.
Pero eso no me sirvió, pues fui a la cocina y tomé un cuchillo e intenté dañar la cerradura de la puerta principal; cuando noté que de verdad no me dejaría salir me senté en el piso frente a la puerta con el cuchillo en la mano a llorar de la desesperación y la frustración que sentía; el señor Francisco salió del despacho me quitó el cuchillo y me abrazó, aunque tenía tanta ira, y a pesar de lo que me hizo, aun lo seguía amando; también lo abracé entonces me tomó en sus brazos y me llevó a su habitación, pues la mía estaba destrozada. Me acostó en su cama y él se acostó frente a mí, me recosté sobre él mientras mis lágrimas caían en su pecho, entonces comencé a sentir el roce de sus labios en mi frente, con pequeños besos que él me daba.