El día estuvo súper bien, mi alegría contagiaba a los demás, estuve regando el jardín y jugando con los perros. Ya en la tarde leí un poco mi Biblia, hasta cuando observé a los guardias que estaban descansando jugando póker, entonces me acerqué a ellos
- ¿puedo jugar? Pregunté
- Sí; me respondieron haciéndome un espacio en su mesa, me divertí mucho y ellos me tomaron confianza, pero aun así me trataban con mucho respeto.
Les gané en un par de veces y perdí unas tres; el tiempo se me pasó jugando, y cuando se llegó la noche con ella llegaron tres carros, de uno se bajó el señor Francisco y de los otros se bajaron los tres socios con sus esposas. Entonces me vieron sentada en medio de los guardias jugando póker, para mí fue normal, pero para ellos fue un escándalo, aunque en ese momento no dijeron nada.
El señor Francisco me llamó y me dio un beso en la mejilla.
- Sube a organizarte, tenemos vistas y cenaran con nosotros esta noche. Me dijo con una sonrisa
- ¿Por qué no me dijo que los había invitado? No hay nada preparado. Le dije algo preocupada
- Yo no los invité. Me susurró al oído
Mientras me organizaba para recibirlos me sentí algo nerviosa, pero como siempre supe controlar mis nervios. Cuando bajé nos sentamos en la sala a conversar.
- Ana. ¿No sabía que le gustaba jugar póker? Me preguntó uno de ellos
- Sí, es algo que disfruto en esta casa. Contesté
- No creo que eso sea algo apropiado para una dama. Dijo una de las mujeres, comentario que me ofendió.
- ¿No? ¿Entonces que lo es? Respondí - ¿Vivir en centros comerciales, peluquerías y al frente de un espejo?
Todos me observaron con asombro, pero permanecieron en silencio, realmente el ambiente estaba algo pesado; el señor Francisco me miró algo serio pues él sabía que yo no era capaz de quedarme callada.
Para romper el silencio me levanté
- Voy a ver si ya la comida esta lista.
Entonces fui a la cocina, la pobre María y su sobrina estaban tan apuradas preparando la cena, así que intenté ayudarles, pero María no me lo permitió
- Su lugar es al lado del señor Francisco, como la señora. Dijo ella.
No sé si ese lugar era algo grande o muy chico para mí, pero no encajaba sin importar el esfuerzo que hiciera; así que ayudé a poner la mesa; me demoré un poco porque el señor Francisco fue a buscarme, entonces le dije que la mesa ya estaba lista, que ya podíamos pasar al comedor.
Todos nos sentamos a la mesa, ellos hablaban de los problemas de la compañía y las mujeres trataban de participar excepto yo, solo una vez participé en algo que me llamó la atención acerca de un programa digital que diseñaron y se averió, así que opiné sobre cómo lo podían arreglar, pero fue una mala idea.
- ¿Usted sabe de sistemas? Me preguntó uno de ellos
- Sí, hice un curso. Contesté
- ¿Y no le gustaría ayudarnos un poco en este tema?
- ¿Quiere que sea sincera? Le pregunté
- Sí, por supuesto. Contestó
- No, la verdad no quisiera, ya es suficiente con que esté sacando al hombre que amo de este mundo del narcotráfico como para que yo también me involucre.
Entonces el silencio regresó una vez más con miradas entre ellos.
- Ana; dijo uno de ellos - no estamos aquí para incomodarla, es solo que al ser usted la novia del señor Francisco y su futura esposa, debe comportarse como lo que es y no andar jugando con la servidumbre ni estar en la cocina preparando la cena, para eso son las sirvientas.
Me sentí más ofendida que antes, y me ofusqué al ver como estaban tratando a los demás frente a mí.
- Para ustedes serán la servidumbre; contesté - pero para mí, los guardias son personas que merecen respeto y consideración, y las sirvientas como ustedes las llaman para mí son como mi familia.
Hice un gran esfuerzo para no retirarme, así que no volví a participar de ninguna conversación. El señor Francisco no volvió a mirarme, pues solo bajaba la mirada, y era obvio que estaba algo incómodo con mi actitud.
Cuando terminamos de comer los despedí en la sala y luego fui a la cocina; allí estaban María, su sobrina, Selene y los guardias. Ellos me abrieron un espacio en su mesa, entonces me senté a un lado mientras que los socios se iban.
Después de unos minutos el señor Francisco fue a la cocina.
- Ana, necesito hablar contigo. Dijo - Te espero en mi despacho.
Me levanté y fui al despacho, toqué la puerta, entonces me pidió que pasara, entré pero no me senté, sabía que esto sería pie para otra discusión que no podría faltar.
- Ana, sé que no te gustan que traten mal a las personas, pero debiste guardar compostura. ¿Qué es eso de estar jugando con los guardias o de estar en la cocina cuando hay visitas?
Me sonó a regaño
- No voy a dejar de ser quien soy por darle gusto a sus socios. Contesté ofuscada
- No es por darle gusto a ellos. Replicó - Es por lo que dirán los demás, sus esposas comenzaran chismosear de ti con todo el mundo.
- ¿Y quiénes son los demás o todo el mundo? Nadie me conoce, nadie sabe quién soy.