Al siguiente día me levanté muy temprano y desayunamos juntos, después el señor Francisco fue a la compañía y yo me quedé en casa; al mediodía María iba a ir de compras así que fui con ella, el señor Francisco no sabía, pero los guardias me dejaron salir con la condición de que no demorara y siempre y cuando fuera con uno de ellos. Le ayudé a María escoger las frutas y los alimentos mientras ella escogía los implementos de aseo; en un momento vi un calendario en una estantería y observé que estaba muy cerca la fecha de mi cumpleaños, al igual que la fecha de la muerte de mis padres; en ese momento me sentí algo melancólica y María lo notó, no le dije nada porque nunca me gustó hablar de la muerte de mis padres y menos sobre mi cumpleaños.
Cuando estábamos saliendo del súper mercado llegó el señor Francisco algo preocupado
- ¿Por qué no me avistaste que vendrías con María? Me preguntó.
- Porque no pensé que nos íbamos a demorar. Respondí
Nos subimos al carro con el señor Francisco y no hablé por todo el trayecto, solo observaba a través de la ventana trayendo el recuerdo de mis padres; cuando llegamos a la mansión vi al guardia que me dejó salir despidiéndose de los demás.
- ¿Por qué te vas? Le pregunté
- Ya no trabajo aquí. Me contestó, entonces miré al señor Francisco
- Quiero hablar con usted; le dije.
Luego miré al guardia y le dije que me esperará un momento en el jardín. El señor Francisco y yo entramos al despacho, él comenzó hablar antes que yo pronunciara una palabra.
- Ana, te dejó salir sin permiso, y aunque digas que yo te trato igual que cuando te compré, debes entender que quiero saber dónde estás por si llega a suceder algo.
- Esta bien, pero quiero que le devuelva su trabajo, la culpa es mía. Respondí, la verdad es que no quería discutir con nadie, sentía un peso enorme de melancolía que me dejó sin fuerzas.
- Ana ¿te sientes bien? Me preguntó percibiendo mi actitud
- Si, respondí - ¿por favor me puede acompañar al jardín
- ¿Te pasa algo, te hicieron algo? Volvió a preguntarme tomando de una mano con suavidad.
- No, solo quiero solucionar esto.
Ambos fuimos al jardín, así que el señor le dijo al guardia:
- Puedes volver a tu trabajo, pero lo que sucedió hoy que no se repita, y eso va para los dos.
El guardia se retiró, yo también me iba a ir cuando el señor Francisco me sujetó de un brazo.
- ¿Ana, qué te sucede? Me preguntó
- Estoy bien, solo estoy cansada
Me soltó, entonces fui a mi habitación y me recosté, comencé a llorar y a recordar a mis padres; que difícil es decir “estoy bien” cuando se está todo lo contrario, solo lo decimos para mostrarnos fuertes frente a quien nos lo pregunta, y saber que estamos tan débiles como una simple flor en medio de un desierto.
Después de una hora entró el señor Francisco para que bajáramos almorzar, le dije que no tenía apetito.
- ¿Ana si te lastime de nuevo?, ¡¡perdón!! Me dijo intentando entender que me sucedía
Entonces me incorporé, lo miré a los ojos y le sonreí.
- No me lastimó, solo estoy algo nostálgica, es todo.
Entonces me abrazó, cuando lo hizo sentí un nudo en mi garganta y mis lágrimas comenzaron a derramarse sin yo poderlas contener. Traté de ser fuerte para que no me preguntara nada más, entonces solo le di un beso en la mejilla y me dirigí al baño, y me encerré a llorar; salí cuando sentí que había salido de la habitación.
Un par de horas después María entró con una charola en la mano
- Coma algo o se va a enfermar. Me dijo - El señor me preguntó que si había pasado algo en el súper que le afectara a usted, solo le dije lo que vi. ¿Cómo se siente?
No le respondí nada, sabía que si decía algo más no podría retener aquel sufrimiento que sentía en ese momento.
Toda la tarde estuve encerrada, solo hablaba con mi Cristo porque sabía que Él era el único que me iba a entender; pero también pensé en el señor Francisco, en que se sentía mal al verme en ese estado, así que bajé a cenar para que todos supieran que estaba mejor.
Durante varios días hice un esfuerzo para fingir que estaba bien, pero mi tristeza era inevitable esconderla; así que una mañana el señor Francisco me dijo:
- Ana quiero que hoy almorcemos juntos, en la ciudad.
- Gracias, pero no quiero salir hoy. Contesté
- Ana, ya basta. Sé que la fecha de la muerte de tus padres es dentro de tres días, pero hoy es tu cumpleaños, y si ellos te amaron igual o más de lo que te amo yo, querrían que estuvieras bien.
No me sorprendió que lo supiera, él había investigado toda mi vida, y añadió - Hazlo por tus padres.
Tenía razón, así que me levanté, me organicé y fuimos juntos a la ciudad, almorzamos en un restaurante muy hermoso y me sentí mejor al estar cerca del hombre que amaba; después fuimos a una boutique a comprar un vestido, no era elegante pero si casual y muy hermoso; el señor Francisco me lo hizo poner.
De allí regresamos a la casa, y el señor me llevó directo al jardín, allí estaba María, Cesar, Selene, y algunos guardias; había globos, comida, un pastel y un letrero que decía “feliz cumpleaños Ana”. Todos me dieron el feliz cumpleaños, pero me sentí peor de lo que estaba y todos lo notaron porque cambiaron sus rostros de felicidad por seriedad.