No volví a ver al abogado porque estaba en México organizando la defensa para el juicio que le iban hacer al señor Francisco. Después de dos días me dejaron libre, el abogado estaba fuera esperándome con la más amarga noticia de todas.
- Lamento mucho tener que darle esta mala noticia. Me dijo - pero necesito que sea muy fuerte.... Anoche… hubo una pelea en la prisión donde estaba el señor Francisco; él tenía muchos enemigos... Murió en la madrugada.
No podía creerlo, no debía ser cierto; cuando escuché lo que dijo un silencio aterrador me envolvió, lo único que escuchaba eran los latidos ensordecedores de mi corazón, el aire comenzó a faltarme y empecé a ver borroso; después no sé qué sucedió.
No sé cuánto tiempo estuve inconsciente; cuando desperté estaba en la mansión, María y Cesar estaban a mi lado; me incorporé y entonces recordé
- Díganme que no es cierto; les dije llorando. Cesar se me acercó, pero yo comencé a agitarme; el médico entró, entonces me levanté y comencé a gritar que no era cierto; en mi desesperación comencé a chocar con todo lo que estaba en mi alrededor tratando de salir de esa situación, en ese momento Cesar me sujetó con fuerza mientras el médico me aplicó una inyección en un brazo, la cual me sumergió en un sueño profundo.
Cuando volví a despertar estaba sola en mi habitación, me levanté y me postré en el suelo ante mi Dios, una vez más con el mismo dolor en el alma, ya tenía dos cicatrices profundas que la vida me había hecho en el alma, al principio pensé tantas cosas, pensé que en otra vida había sido muy mala y por eso Dios me castigaba en está quitándome a las personas que más amaba, o que la vida se había ensañado conmigo como se ensaña con los más inocentes por ser demasiado buenos; jamás creí en ninguna de las dos, pero sea lo que sea el dolor de ambas perdidas seguía allí latente y constante; muchos dicen que los golpes de la vida son para que podamos surgir de nuevo entre la cenizas, pero la muerte de los seres que se ama no son cenizas y nunca logras surgir de nuevo, pues solo logras continuar aprendiendo a convivir con el dolor que te produce su ausencia, eso es lo único que aprendes; es verdad que los golpes de la vida nos hacen fuertes, pero hay que pagar un costo muy alto por esa fortaleza, pues cuando nos volvemos fuertes nuestro corazón se endurece y ya los golpes no duelen, entonces te olvidas de como amar que es lo que hace blando al corazón.
Mientras estaba allí postrada comencé a reclamarle a Dios, le preguntaba una y otra vez - ¿Por qué? ¿Por qué permitiste que esto pasara? ¿Por qué me lo arrancaste de mis brazos? Sentía ira, frustración y dolor; en ese momento entró María con el médico.
- Tómelas, por favor. Dijo el médico mostrándome unas píldoras.
- No, ya no quiero dormir más. Respondí
- No es para que duerma, es para que vaya al funeral, lo sepultaran en México hoy en la tarde.
En el momento en que tomé las píldoras, una calma me inundó y el dolor que sentía desapareció, al menos por ese instante.
Cuando llegamos a México había muchos periodistas esperándonos en el aeropuerto; ya en la tarde llegamos al lugar donde lo iban a sepultar, no me permitieron verlo, el féretro estaba sellado porque la muerte había sido algo espantosa. Alguien dijo unas palabras, no recuerdo quien, solo sé que cuando empezaron a bajar el ataúd hasta lo profundo de la tumba, mi alma se desgarró, entonces me desesperé, María y Cesar me sujetaron; recuerdo que caí al suelo mientras observaba el ataúd en el fondo, y en ese momento sentí que una parte de mí había sido enterrada con él; los guardias me levantaron y en ese momento me desmayé.
Desperté en una clínica en España tras estar cinco días inconsciente; al parecer mi corazón no había soportado el dolor y había decidido dejarse morir.
– Ana; me dijo María - usted tiene que vivir por él, eso es lo que él quería.
Después de dos días me dieron de alta, volví a la mansión y allí estaban esperándome los socios y sus familias para darme su sentido pésame; que irónica es la vida, me llamaban señora por haber sido casada y viuda, cuando seguía siendo señorita; Sí, la señora Ana Martínez viuda de Castillo.