Aunque de forma cautelosa, Daniela se aproximó al joven que reposaba atado a la silla, cuya apariencia demacrada le hizo sentir un escalofrío. Trató de hablarle, de saber si acaso se encontraba bien, pero el joven permanecía inmóvil y en completo silencio. Daniela supuso que se había desmayado, así que tiró de la venda que recubría sus ojos hacia abajo.
Se sorprendió al darse cuenta de que no estaba del todo inconsciente, y aunque tenía los ojos cerrados, murmuraba cosas en voz baja, como si estuviese hablando dormido y describiera su sentir a alguien más. Daniela no estaba segura de si acaso él sería otro paciente que estaba siendo torturado, sin embargo sintió la necesidad de sacarlo de ahí. Lucía tan débil, tan vulnerable, que se apiadó de él.
—Tienes que resistir, por favor —le susurró Daniela—. Voy a sacarte aquí, te lo prometo. Pero, por favor, tienes que resistir —suplicó Daniela. Tenía el presentimiento de que ese joven podía entregarse a los brazos de la muerte en cualquier momento—. Por favor resiste.
La silla a la que estaba atado era eléctrica, mas no estaba conectada a nada. Para liberarlo solo tenía que desatar las hebillas. Apenas lo hizo, el cuerpo del joven cayó sobre el de Daniela, estaba tan débil que no podía sostener su propio peso. La joven lo sujetó con delicadeza, aunque firmemente.
Los ojos del muchacho se abrieron despacio, parecía estar despertándose de un profundo sueño, o más bien, por todo lo que llenaba en esa espeluznante habitación, de una horrible pesadilla que lo atormentaría para siempre. Empezó a temblar, a hiperventilar al mismo tiempo que se incorporaba con dificultad.
—¿Estás bien? —preguntó Daniela. La respuesta que recibió la estremeció.
—La venda… —susurró el muchacho sin siquiera detenerse a mirar a Daniela.
—¿Qué tiene?
—La venda… la venda de mis ojos no está.
Daniela se apartó algunos centímetros del joven, quien permanecía sumergido en su propio delirio. Estaba susurrando acerca de la habitación, de las cosas horribles que había en ella cubiertas de sangre y tripas. Reconocía rostros, viejos amigos. Daniela se percató, por su forma incoherente y abrasiva de hablar, de que su cerebro era incapaz de diferenciar cuando estaba hablando de cuando pensaba.
—Mírame, tenemos que salir de aquí. —Lo llamó Daniela—. ¿Puedes oírme, verdad?
—Percibir una voz femenina que deambular a mi lado, pero a duras penas entender lo que decir —respondió el joven todavía sin mirar hacia Daniela, quien se esforzaba en entablar conversación con él, sacarlo un momento del trance para que pudieran marcharse de una vez.
La muchacha, alterada al ver que no conseguía la atención del joven, tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantener la calma, de modo que se limitó a usar una de sus manos para tocarle el rostro y de esa manera, dirigir su atención hacia ella.
—Por favor, mírame —pidió Daniela.
El joven finalmente obedeció, todavía pronunciando incoherencias que, de alguna manera, ella conseguía entender. Su mente se estaba protegiendo del trauma que había vivido en esa habitación; y aunque Daniela no sabía lo que había acontecido, sintió empatía por él. Se inclinó sobre el cuerpo del muchacho y empezó a masajearle las piernas, necesitaba que se pusiera de pie para marcharse y así se lo hizo saber.
Él, tras balbucear una vez más, se apoyó en Daniela y se puso de pie con dificultad. Ella pudo suponer el dolor que debía estar experimentando debido al quejido que emitió, además de la expresión de sufrimiento en su cara. La joven abrazó al chico por el pecho y la espalda para darle soporte, de ese modo ambos se dirigieron hacia la salida que conducía una vez más hacia las cloacas.
—¿Y cómo te llamas? —preguntó Daniela con amabilidad, al mismo tiempo que escuchaba la voz de Bruno y sus constantes quejas por haber ayudado al muchacho. Le dijo que estaba poniéndose en peligro por alguien que no valía la pena, mas ella lo ignoró por completo.
—Mateo —respondió el joven luego de algunos segundos en silencio. Por fin estaba dejando de balbucear, aunque todavía pronunciaba sinsentidos de vez en vez. Dijo que no quería vivir en un mundo donde los pecados se disfrazaban de amor.
Daniela condujo al muchacho hasta una zona profunda de las cloacas, en donde el suelo estaba seco; un conducto fuera de servicio les sirvió de habitación temporal. Daniela ayudó a Mateo a recostarse en el suelo. No tenía heridas graves en el cuerpo que necesitaran de atención médica, pero había permanecido el tiempo suficiente sin moverse como para que sus piernas estuviesen débiles.
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Editado: 04.11.2019